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¿Quién ha visto una vez algún mañana? He regresado de nuevo. Me he sentado en mi cuarto. Desde la ventana sin visillo se ve el mar. Su olor es un resquicio de memoria, un murmullo confuso. La luz desnuda de la tarde, como una sombra apenas en la pared.

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Y he mirado mi mesa, las cuartillas en blanco, su ordenado desorden,

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esa presencia muda donde el silencio dice que aún hay cosas pendientes,

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compromisos antiguos que no supe eludir.

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Quizá no es más que una costumbre, la de amueblar sin prisa ni convencimiento

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ese horizonte innecesario de quien debe llegar.

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Y nunca supo ni por qué, ni a dónde.

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Me ejercito a diario con el tiempo. Mi compañero fiel en un viaje por los alrededores de la inmovilidad.

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Cuando descubro que su fluir no cura las heridas, aunque mate a menudo la sensación aguda de dolor.

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Las lámparas no alumbran, los cuadros, descolgados, iniciando quien sabe qué aventura, algo que no pueda ser entendido como sustitución.

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Un proverbio lo dice, el ausente se marcha cada día

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Una hendidura inscrita sobre mi cuerpo

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Escúchame, desde la ventana sin visillos veo el mar