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Odisea, la mirada de Ulises. Se levantó del lecho y abrió una Coca-Cola. Soñaba que dormía de nuevo con Penélope, pero se despertaba con la cara de Cicre.

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Dormir, soñar, vivir, acaso, en un sueño imposible, una esperanza condenada al fracaso. Amar solo se ama lo que uno mismo crea,

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Y él hubiera creado una nueva mujer que mantuviese la forma de sus manos, el olor de su aliento, el calor de sus abrazos. Pensó en Narciso y dijo, me amo solo a mí mismo. Termina la bebida y se mira al espejo que reflejaba el rostro del triste Leopold Bloch. Recuerdo de Penélope.

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Te despiertas y miras. La penumbra. Es como un horizonte descompuesto. Otros mundos pudieron ofrecerse. Detrás de los espejos o al fondo del armario.

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Vuelve el rostro, pues sabes que el mundo es solo tú y que estarás a su izquierda dormido, en el dominio de la inquietud tan cómoda que ofrece el abandono.

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abandono. El humo de Itaca. Hay un hogar, se parte de algún sitio, siempre de las ruinas, pero exigen

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las ruinas hogar un día construido. Se parte de algún sitio del derrumbe del manto, de la salla

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caída, de la camisa rota, del ánimo cortado por no se sabe quién. Y se encamina uno hacia el pasado.