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Los tres cerditos 3 - Contenido educativo
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Los tres cerditos. Había una vez una cerdita que vivía con sus tres hijos en una casita.
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Los cerditos siempre tenían mucho hambre y crecían muy rápido, así que pronto llegaron a ser casi tan grandes como su madre.
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Su hogar empezó a resultarles demasiado pequeño para los cuatro y un día se dieron cuenta de que ya no cabían en él.
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La madre llamó a sus tres queridos cerditos y les dijo
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Desgraciadamente ya no podéis vivir conmigo
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Esta casita es demasiado pequeña para todos nosotros
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Los cerditos estuvieron de acuerdo con su madre
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Y decidieron construirse sus propias casas
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Tened cuidado, les advirtió su madre al despedirse ellos
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Y sobre todo, vigilad con el lobo feroz
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Después de prometer que estaría siempre en guardia
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los tres cerditos se marcharon cada uno en una dirección diferente.
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El primer cerdito no llevaba mucho caminando
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cuando se encontró con un hombre que iba cargado con un haz de paja.
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Por favor, buen hombre, dijo el cerdito,
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¿podría darme paja para poder construirme una casa?
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Llegas en el momento indicado, respondió el hombre.
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si me regalas algunas de tus cerdas para hacerme un cepillo te daré paja. El cerdito aceptó con
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gusto, se arrancó algunas cerdas y se las entregó. A cambio el hombre no sólo le dio las de paja
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sino que también le ayudó a construir la casa. Pronto estuvo terminada, tenía una puerta grande
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en la parte delantera y otra más chiquitita en la parte de atrás. El cerdito muy contento con su
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nuevo hogar, le dio las gracias al hombre. El cerdito se puso a cantar de alegría. Tengo una
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casa de paja muy bonita y soleada. Si el lobo viene a por mí, yo me voy a reír. ¡Ja, ja, ja, ja!
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Mientras tanto, el segundo cerdito había recorrido una buena distancia cuando vio a un hombre que
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llevaba una faja un fajo de tablas de madera por favor buen hombre dijo el cerdito podría darme
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madera para poder construir una casa si me regalas alguna de tus cerdas para hacerme un cepillo te
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daré madera le dijo el hombre el cerdito aceptó inmediatamente se arrancó algunas de sus cerdas
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y se las entregó a cambio el hombre no sólo le dio las tablas sino que le ayudó a construir la
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casita. Los dos trabajaron duro hasta que terminaron de construir una hermosa casa de
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madera. Tenía una puerta grande en la parte delantera y otra más chiquitita en la parte
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de atrás. El cerdito le dio las gracias al hombre, miró su casa con orgullo y se puso
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a cantar. Tengo una casa de madera muy segura y estupenda. Si el lobo viene a por mí, yo
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me voy a reír. Un poco más tarde el tercer cerdito se encontró con un hombre que tiraba
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de una carretilla llena de ladrillos. El cerdito le saludó con amabilidad y le dijo, por favor
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buen hombre, ¿podría darme algunos ladrillos para poder construirme una casita? El hombre
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no se lo pensó demasiado. Enseguida le propuso al cerdito intercambiar los ladrillos por
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algunas de sus cerdas para poder hacerse un cepillo. El cerdito le entregó de inmediato
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unas cuantas cerdas. El hombre, muy contento con el intercambio, no sólo le dio los ladrillos,
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sino que también le ayudó a hacer la casa. Al cabo de un rato, terminaron de construir
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una hermosa casa de ladrillo. Tenía una puerta grande en la parte delantera y otra más chiquitita
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nada atrás. El cerdito, rebosante de alegría por su nuevo hogar, le dio las gracias al hombre.
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Mientras contemplaba su casa de ladrillo, no pudo evitar ponerse a cantar de alegría.
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Tengo una casa de ladrillos muy robustos y macizos. Si el lobo viene a por mí, yo me voy a reír.
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Desde entonces, cada cerdito vivía en su propia casa. Poco a poco las fueron amueblando y se
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hicieron unos bonitos jardines en el exterior, que regaban y cuidaban con esmero, como vosotros
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el del cole. Pero un buen día el temido lobo feroz llegó a la zona. Muy hambriento, llegó hasta la
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casita de paja y se puso a olisquearla. Su fino sentido del olfato le había revelado que en su
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interior vivía un joven cerdito. Sin dudar demasiado, el lobo llamó a la puerta principal
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de la casa de paja y susurró, cerdito, cerdito, déjame entrar. Pero el cerdito respondió, este es
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mi hogar y no te dejaré pasar. El lobo feroz se enfureció y gritó, pues si no me abres la puerta
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soplaré y soplaré y la casa derribaré. Y empezó a soplar y a golpear la casa y sopló tan fuerte
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que las brindas de paja se esparcieron en todas direcciones. Luego dio otro soplido y lo que
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quedaba de la casa también desapareció. Pero ¿qué había pasado? El lobo apenas podía creer lo que
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estaba viendo. El cerdito no estaba allí. Había escapado rápidamente por la puerta trasera y
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corría hacia la casa de madera del segundo cerdito. El lobo se puso a perseguirlo de inmediato. Cuando
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llegó ante la casa de madera se detuvo. La casa olía a deliciosos cerditos. El lobo empezó a llamar
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la puerta y gritó, cerditos, cerditos, dejadme entrar. Pero el segundo cerdito no tenía ninguna
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intención de abrir la puerta y respondió, este es mi hogar y no te dejaré pasar. El lobo feroz sintió
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que la ira se apoderaba de él y gritó, pues si no me abrís la puerta, soplaré y soplaré y la casa
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derribaré. Y se puso a soplar y a golpear las paredes de la casa con todas sus fuerzas. Pisoteó
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las vigas, arrancó las tablas de madera con los dientes y finalmente derribó todo lo que quedaba
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de la casa con un fuerte soplido. Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron en vano. Cuando el
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lobo miró a su alrededor, entre las ruinas de la casa de madera, no vio a ningún cerdito.
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¿Dónde estarían los cerditos?
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Los dos cerditos habían conseguido escabullirse por la pequeña puerta trasera
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y rápidamente se habían refugiado en la casa de ladrillo del tercer cerdito
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¡Qué listos eran!
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El lobo, que estaba aún más hambriento que antes después de todo el esfuerzo
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no tardó en llegar hasta la casa de ladrillo
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Cuando se plantó delante de la puerta principal
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respiró profundamente
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Llamó a la puerta y gritó una vez más
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¡Cerditos, cerditos, dejadme entrar!
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Entonces el tercer cerdito respondió
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¡Este es mi hogar y no te dejaré pasar!
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Al lobo solo se le ocurrió vociferar de nuevo
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¡Pues si no me abrís la puerta, soplaré y soplaré y la casa derribaré!
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Golpeó los ladrillos, aporreó la puerta
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Sopló con todas sus fuerzas
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pero no le sirvió de nada.
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La casa era sólida como una roca y el lobo no podía derrumbarla.
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Y hacía, esta casa me agota, no puedo más.
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El lobo feroz estaba tan furioso que se subió de un salto al tejado de la casa.
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Muy enfadado gritó, cerditos, cerditos, muy pronto seréis míos.
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¡Ja, ja, ja! Y comenzó a bajar por la chimenea.
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Los tres cerditos se dieron cuenta enseguida de lo que quería hacer el lobo.
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El primero puso leña en el hogar con rapidez.
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El segundo avivó el fuego de la chimenea para que las llamas aumentaran de tamaño.
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Y el tercer cerdito cogió una gran olla, la llenó de agua y la colgó sobre el fuego.
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Mira qué listos eran, que tenían ahí la olla ya con agua hirviendo.
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Mientras el lobo se abría paso a través de la chimenea, la hermosa hoguera empezó a crepitar y cuando él llegó abajo del todo, el agua ya estaba hirviendo y el malvado lobo terminó cayendo dentro del agua y se escaldó el trasero.
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y con un grito de dolor, ¡ay, ay, ay!, saltó de la olla y salió corriendo a la casa.
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¡No voy a volver nunca más! ¡Estos cerditos son muy listos y me he quemado el culete!
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Y los tres cerditos celebraron con alegría que habían conseguido ahuyentar al lobo.
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El primero y el segundo decidieron construirse sus propias casitas de ladrillo, que eran más duras.
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El lobo feroz les había demostrado claramente que era la más segura.
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Desde entonces, el lobo nunca más volvió a sembrar el miedo en esa zona
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y los tres cerditos vivieron felices y tranquilos para siempre en sus acogedoras casitas.
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Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
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- 17 de abril de 2021 - 16:45
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- Duración:
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