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"Medea" de Eurípides con Nuria Espert (fragmento) - Contenido educativo
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Fragmento de una representación de "Medea", de Eurípides, dirigida por Michael Cacoyannis y protagonizada por Nuria Espert en el Teatro Albéniz de Madrid, 2001.
Mujeres de Corinto,
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salgo de casa para que no me acuséis de ser soberbia.
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Pues esa mala fama han adquirido personas dignas
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porque a solas y en silencio vivieron sus desgracias.
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La benevolencia no anida en los ojos de los mortales
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que con hostilidad te miran, fijándose tan solo en tu apariencia.
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Amigas mías, un acontecimiento inesperado que se me ha venido encima
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me ha destrozado entera.
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Estoy acabada, que en vivir no puedo encontrar gusto.
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Debo morir.
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Amigas mías, ya lo sabéis,
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el hombre que era para mí todo mi marido
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ha resultado ser la escoria de los hombres.
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De todas las especies animadas y dotadas de pensamiento,
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nosotras las mujeres somos los seres más miserables.
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En primer lugar, tenemos que comprar a un precio altísimo un marido.
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Le pagamos para que se convierta en el amo de nuestro cuerpo.
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Y pierden su buena fama las mujeres que se separan de su marido.
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Amigas mías,
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un acontecimiento inesperado que se me ha venido encima
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me ha destrozado entera.
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Y si el esposo acepta convivir sin imponernos con violencia,
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suyugo, envidiables, entonces nuestra vida.
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Y si no es así, es mejor morirse.
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Y dicen de nosotras que por vivir en casa corremos menos riesgos
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mientras ellos combaten con armas.
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¡Vaya un razonamiento estúpido!
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¡Con mucho prefiero ir tres veces a la casa!
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¡A la guerra, a los desgarros del vientre, en un único parto!
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¿Pero por qué te digo esto?
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Vosotras estáis en vuestro país, en casa de vuestro padre,
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y disfrutáis de holgura y compañía, mientras que yo estoy sola.
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Me he quedado sin patria.
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Me humillan.
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Me humillan mi marido, a mí, que su botín he sido,
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y botín arrebatado en extranjera tierra.
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Sin madre.
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Sin hermano.
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Sin un solo pariente en cuyo hombro echaré el ancla
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que me proteja de mi infortunio.
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¡Oh!
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Y de vosotras,
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esto tan solo quiero.
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Si encuentro la manera de vengarme de mi marido,
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lo mismo que de aquel que le otorgó una esposa,
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igualmente de ella, por favor.
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Guardad silencio.
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Puede que una mujer tenga escasa fuerza
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y que le asuste todo y se desvalle cuando ve un arma.
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Pero cuando la ultrajan en la cama,
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en parte alguna encontrarás un corazón tan sanguinario.
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¡Medea, véngate!
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Véngate.
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Tienes derecho a castigar a tu marido.
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No me extraña que tan profundamente llores tu destino.
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¡Cuídalo!
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Ve a Creontes.
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El soberano del país.
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Que hacia aquí viene, para anunciarte sus nuevos planes.
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Déjame darme la tierra y el mar.
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Adelante, fíjate,
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para que no te cuele el dedo que no me da.
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¡Voy a arruinar la iglesia!
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¡Llega la hora!
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¡No hagas nada contra mi marido!
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¡No sabes qué haces!
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¡Vale!
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¡No me quejas!
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No estoy silenciado.
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¿Qué pasa?
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¿Te da igual que no me quejes?
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Pero me hagas perder el poder para que no me digas nada.
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¡Vale!
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Es que haces esto,
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y no me digas nada.
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¡Vale!
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¡Vale!
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Yo vi la orden y yo haré que se cumpla, pues no pienso volver a casa hasta que no te eche fuera de mis fronteras.
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¡Ay, desdichada de mí! ¡Se consumó mi ruina! ¡Todas las velas largan mis enemigos y para mi desgracia no hay desembarco fácil!
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Pero a pesar de mi infortunio, una sola pregunta. ¿Por qué motivo me destierras, creonte?
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Por miedo a ti. Y no es necesario alegar pretextos. Temo que le causes a mi hija un daño irreparable.
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Varias razones contribuyen a mi temor. Tienes dotes innatas para los maledicios y sobre todo estás sufriendo al ser privada del derecho conyugal.
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Y por lo que me cuentan, oigo que amenazas con vengarte de mí y de tu marido y de la reina.
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Recién casada. Para no ser tu víctima, tomo mis precauciones.
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Mujer, prefiero que me odies por mi dureza a que por mi debilidad más tarde tenga que llorar las más amargas lágrimas.
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¡No, no, creonte, no! ¡No, no es la primera vez! Pues muy a menudo mi mala fama me ha causado estragos.
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Inútil y peligroso es el conocimiento.
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Por tener mis dotes, para unos soy odiosa y peligrosa. Para otros, aunque no van mis dotes demasiado lejos.
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¿Por qué me temes? ¿Qué mal puedo causarte? No tiembles ante mí, creonte.
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A mí no me da por atentar contra los soberanos. ¿Por qué? ¿Tú? ¿En qué me has ofendido?
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Entregaste tu hija a quien te apetecía. Yo solo odio a mi marido.
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Tú, con sensatez has actuado, creo. Y ahora no estoy celosa porque te vaya bien celebrar la boda y que seáis felices.
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Pero a mí, por favor, dejadme que viva aquí, en esta tierra. La injusticia que se me ha hecho me la tragaré.
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¡No!
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¡Ve! Me han vencido los más fuertes.
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Tus palabras respiran dulzura y mis oídos las disfrutan.
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Pero en el fondo de mi alma tiemblo por las maldades que eres capaz de maquinar.
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Y me inspiras ahora menos confianza que antes.
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De una mujer arrebatada por la cólera, lo mismo que de un hombre,
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es más fácil guardarse que del astuto que se calle.
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Mira, márchate ahora mismo.
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Ni una palabra más.
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Porque siempre tu hostilidad tan grande no te valdrá en tus artimañas para quedarte con nosotros.
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No, no, por tus rodillas y por esa hija que has casado.
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No gastes más palabras. Jamás me vas a convencer.
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Pero me vas a echar. De mis súplicas te inspira el respeto.
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No voy a ti a quererte más que a dormir.
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¡Oh, patria mía! Ahora en este instante, como me embarga tu recuerdo.
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¡Ay!
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¡Ay, para los mortales, qué horrible es el amor!
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Eso depende, creo, de las circunstancias.
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Zeus, no olvides quién es el culpable de todos estos males.
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¡Si has vuelto loca, arrástrate por el suelo! ¡Vete, que ya me estás cansando!
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¡Yo sí que estoy cansada! ¡Y esta humillación no la merezco!
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¡Con fuerza te va a expulsar mi escolta!
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¡No, no! ¡No, no! ¡No me hagas eso! ¡No te lo suplico, quédate!
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¡Parece mujer! ¡Te gustan los alborotos!
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¡No, no! ¡No, ya me voy a marchar!
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¡No, no, por ahí no van mis súplicas!
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¡Pero por qué, por qué pues, te resistes y no desapareces de esta tierra?
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Un día, sólo un día.
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Un día te suplico que me dejes quedarme, déjame que me quedes, sólo un día.
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Tengo que cuidar de mis hijos y procurarles recursos, puesto que su padre no se digna atenderlos. Compadécete de ellos.
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Tú también eres padre y es natural que tengan buenos sentimientos. Por mí no me preocupo, yo me voy al destierro.
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Por ellos solo lloro, les acechan desgracia.
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Soy rey, pero mi voluntad no tiene nada de tiránica, y muchas veces la piedad la he pagado bien cara.
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Mujer, bien veo ahora el error que voy a cometer, y sin embargo sé lo que tú pides.
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Pero ya te lo advierto.
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Si la divina antorcha del sol de mañana os ve a tus hijos y a ti dentro de las fronteras de mi reino, moriréis.
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Y lo que acabo de decir es totalmente cierto.
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Y ahora, si es preciso que te quedes, quédate solo un día.
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No has de llevar a cabo.
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Ni una sola de las fechorías que tanto te doy.
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Me das pena, Mujer.
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Desdichada, cuánto sufres.
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¿A dónde irás? ¿A qué hospitalidad ya recurrís?
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¿Qué casa o tierra hallar que te salve de tus desgracias?
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¿En qué loco remolido de males me veas?
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Los dioses enredaron tu viaje.
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- Idioma/s:
- Autor/es:
- Eurípides
- Subido por:
- Juan Pablo H.
- Licencia:
- Reconocimiento
- Visualizaciones:
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- Fecha:
- 11 de febrero de 2024 - 23:51
- Visibilidad:
- Público
- Centro:
- IES ANTONIO MACHADO
- Duración:
- 11′
- Relación de aspecto:
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