Concurso voz alta
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de los labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas.
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Y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias,
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porque la repetición les daba una pátina que, como a ciertos sujetos, les hacía aún más valiosas.
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Y mientras que contaban, se estaba libre de miedos y amenazas.
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la mejor narradora era mi abuela Frasca
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mi abuela Frasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio
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y era totalmente analfabeta
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pero dominaba como nadie el arte de contar
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y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica
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y como unía entre sí las frases y en el ritmo del relato
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ahora lento, ahora rápido, ahora viene una descripción
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ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos
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ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible
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Ahora se da una palmada en la frente porque se ha olvidado de contar algo que era muy importante.
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¡Qué mala memoria va teniendo esta vieja!
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Y así, todo un mundo de fantasía y de palabras vino a probar mi infancia.
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Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas,
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y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias, porque la repetición les daba una pátina que, como a ciertos objetos, les hacía aún más valiosas.
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Y mientras se contaban, se estaba libre de miedos y amenazas.
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La mejor narradora era mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio y era totalmente analfabeta,
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pero dominaba como nadie el arte de contar, y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica,
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en cómo unían entre sí las frases y en el ritmo del relato.
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Ahora lento, ahora rápido, ahora viene una descripción, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos.
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Ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible.
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Ahora se da una palmada en la frente porque se ha olvidado de contar algo que era muy importante.
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¡Qué mala memoria va teniendo esta vieja!
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Y así, todo un mundo de fantasía y de palabras vino a poblar mi infancia.
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Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de referentes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas
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y uno no se cansaba nunca de escucharlas aquellas historias, porque la repetición les daba una patina
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que como a ciertos objetos las hacía aún más valiosas y mientras se contaban se estaba libre
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de medios y amenazas. La mejor narradora era mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora
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desde la niñez hasta el matrimonio. Era totalmente analfabeta pero dominaba como nadie el arte de
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contar y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica y en cómo una
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entre sí las frases y en el ritmo del relato, ahora lento, ahora rápido, ahora
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viene una descripción, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos, ahora
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interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible,
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Ahora se da una palmada en la frente porque se ha olvidado de contar algo que era muy importante,
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que en mala memoria va teniendo esta vieja.
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Y así todo el mundo de fantasía y de palabras vino a probar mi infancia.
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Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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Vale, voy.
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Así que cuando quieras.
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas
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y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias porque la repetición les daba una patina
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que como a ciertos objetos las hacían aún más valiosas y mientras se contaban se estaba libre de miedos y amenazas.
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La mejor narradora era mi abuela Frasca.
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Mi abuela Frasca había sido una pastora desde la niñez hasta el matrimonio
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y era totalmente analfabeta pero dominaba como nadie el arte de contar.
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Y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica, en cómo unía entre sí las frases, en el ritmo del relato, ahora lento, ahora rápido, ahora viene una descripción, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos, ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible.
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Ahora se da una palmadita a la frente porque se le ha olvidado de contar algo que era muy importante.
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¡Ay, qué mala memoria va teniendo esta vieja!
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Y así, todo un mundo de fantasías y de palabras vino a poblar mi infancia.
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Aquellos dichosos y relatos fueron los libros que no tuve.
00:05:07
Obra, nada. Autora, Carmen Laforet.
00:05:11
Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche.
00:05:16
en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.
00:05:22
Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada.
00:05:27
Por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante,
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aquella profunda libertad de la noche.
00:05:36
La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas,
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y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia,
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y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.
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El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto,
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ya que envolvían todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida.
00:06:09
Empecé a seguir una gota entre la corriente, el rumbo de la masa humana, que cargada de maletas se volcaba en la salida.
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Mi equipaje era un maletón muy pesado, porque estaba casi lleno de libros, y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expresión.
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Vale, pues cuando quieras.
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Obra, nada. Autora, Carmen Laforet.
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Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche.
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en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.
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Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada.
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Por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche.
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La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas
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y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban
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entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso.
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El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes tenían para mí un gran encanto
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ya que envolvían todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida.
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Empecé a seguir una gota entre la corriente, el rumbo de la masa humana que cargaba las maletas se volcaba en la salida.
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Mi equipaje era un maletón muy pesado porque estaba casi lleno de libros
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y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación.
00:08:29
Muy bien. Cuando quieras.
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas.
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leyendas, versos y fábulas. Y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias, porque
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la repetición les daba una pátina que, como a ciertos objetos, la hacía aún más valiosa.
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Ella y mientras se contaban, se estaba libre de miedos y amenazas. La mejor narradora era
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mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio
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y era totalmente analfabeta, pero dominaba como nadie el arte de contar
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y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica,
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en cómo unía entre sí las frases y el ritmo del relato.
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Ahora lento, ahora rápido, ahora viene una descripción,
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ahora nos ponemos cómicos, ahora nos ponemos trágicos.
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Ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible.
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Ahora se da una palmada en la frente porque se ha olvidado de contar algo que era muy importante.
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¡Qué mala memoria va teniendo esta vieja! Y así, todo un mundo de fantasía y de palabras vino a poblar mi infancia.
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Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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Alrededor del fuego aprendí a raros saberes de labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas,
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Y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias, porque la repetición les daba una pátina que, como a ciertos objetos, las hacía aún más valiosas.
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Y mientras se contaban, se estaba libre de miedos y amenazas.
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La mejor narradora era mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio, y era totalmente analfabeta, pero dominaba como nadie el arte de contar.
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Y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica, en cómo unía entre sí las frases y en el ritmo del relato.
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Ahora lento, ahora rápido, ahora ven una descripción, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos.
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Ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible.
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Ahora se da una palmada en la frente porque se ha olvidado de contar algo que era muy importante.
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¡Qué mala memoria va teniendo esta vieja!
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Y así, todo un mundo de fantasía y de palabras vino a poblar mi infancia.
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Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de labios de mis mayores.
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Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas,
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y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias,
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porque la repetición les daba una pátina que, como a ciertos objetos, las hacían más valiosas.
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Y mientras se contaba, se estaba libre de miedos y amenazas.
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amenazas. La mejor narradora era mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora
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desde la niñez hasta el matrimonio y era totalmente analfabeta, pero dominaba como
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nadie el arte de contar. Y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica, en cómo
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unían entre sí las frases y en el ritmo del relato. Ahora lento, ahora rápido, ahora
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viene una descripción, ahora nos ponemos cómicos y ahora tráficos. Ahora interrumpimos
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la narración para intercalar una poesía imprescindible. Ahora se ve una palmada en
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frente porque se ha olvidado de encontrar algo que era muy importante. ¡Qué mala memoria
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va teniendo esta vieja! Y así, todo un mundo de fantasía y de palabras vino a poblar mi
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infancia. Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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Alrededor del fuego aprendí raros saberes de labios de mis mayores. Ellos tenían un
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vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, leyendas, versos, fábulas. Yo
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no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias, porque la repetición les daba
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una pátina que, como a ciertos objetos, le hacía aún más valiosas. Y mientras se contaban,
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se estaba libre de miedos y amenazas. La mejor narradora era mi abuela Flasca. Mi abuela
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Flasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio. Era totalmente analfabeta,
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pero dominaba como nadie el arte de contar. Y eso se notaba enseguida en el tono, en la
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línea melódica, en cómo unía entre sí las frases y el ritmo del relato. Ahora lento,
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ahora rápido, ahora viene una descripción, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos.
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Ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía imprescindible.
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Ahora se da una palmada en la frente porque se había olvidado de contar algo que era muy importante.
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¡Qué mala memoria habrá tenido esta vieja!
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Y así, todo un mundo de fantasía y de palabras vino a porver mi infancia.
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Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.
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- Cepa colmenarviejo
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- 18 de febrero de 2022 - 11:35
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