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Hola, hola. Para celebrar este día, que para mí es uno de los más especiales del año,
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queremos compartir con vosotros algunos cuentos de Roald Dahl,
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de los cuentos en verso para niños perversos,
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que seguro que sabéis que Roald Dahl era inglés y escribía en inglés,
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y esto está traducido al castellano,
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y es una obra de arte también desde mi punto de vista como está traducido al castellano.
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Allá vamos, espero que os gusten.
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La Cenicienta. Si ya nos lo sabemos de memoria, diréis, y sin embargo de esta historia tenéis
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una versión falsificada, rosada, tonta, cursi y azucarada, que alguien con la mullera un
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poco rancia consideró mejor para la infancia. El lío se organiza en el momento en que las
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hermanas tras este cuento se marchan a palacio y la pequeña se queda en la bodega a partir
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leña. Allí, entre los ratones, llora y grita, golpea la pared, se desgañita. Quiero salir de
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aquí, malditas brujas, os arrancaré el moño por granujas. Y así, hasta que por fin asoma el hada
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por el encierro en el que está su ahijada. ¿Qué puedo hacer por ti, Zeny, querida? ¿Por qué gritas
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así? ¿Tan mala vida te dan estas lechuzas? Frita estoy, porque ellas van al baile y yo no voy. La
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chica patalea furibunda. Pues yo también iré a esa fiesta inmunda. Quiero un traje
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de noche, un paje, un coche, zapatos de charol, sortija, broche, pendientes de coral, panties
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de seda y aroma de París para que pueda enamorar al príncipe enseguida con mi belleza fina
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y distinguida. Y dicho y hecho, al punto Cenicienta, en menos tiempo del que aquí se cuenta, se
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personó en palacio, en plena disco, dejando a sus rivales hechas un cisco. Con Zeny bailó el
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príncipe Rock Smiles, tomándola en sus brazos varoniles, y ella se le abrazó con tal vigor que
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allí perdió su alteza, su valor, y mientras la miró no fue posible que le dijera cosa inteligible.
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Al dar las doce, Zeny pensó, nena, como no corras, la hemos hecho buena, y el príncipe gritó, no me
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abandones, mientras se le agarraban los riñones, y ella tirando, y él echó un pelmazo, hasta que
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el traje se hizo mil pedazos. La pobre se escapó medio en camisa, pero perdió un zapato con la
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prisa. El príncipe embobado lo tomó, y ante la corte entera declaró, la dueña del pie que entra
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en el zapato será mi dulce esposa, o yo me mato. Después, como era un poco despistado, dejó en una
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bandeja el chanclo amado. Una hermanastra dijo, esta es la mía, y en vista de que nadie la veía,
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pescó el zapato, lo tiró al retrete y lo escamoteó en un periquete. En su lugar, disimuladamente,
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dejó su zapatilla maloliente. En cuanto salió el sol, salió su alteza por la ciudad con toda
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ligereza en busca de la dueña de la prenda. De casa en casa fue, de tienda en tienda,
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e hicieron cola a muchas damiselas, sin resultado.
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Aquella vil chinela, incómoda, pestífera y chotuna,
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no le sentaba bien a dama alguna.
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Así hasta que fue el turno de la casa, de Cenicienta.
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—¡Pasa, Alteza, pasa! —dijeron las perversas hermanastras.
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Y tras guiñar un ojo a la madrastra,
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se puso la de máscara de cerdo,
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su propia zapatilla en el pie izquierdo.
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El príncipe dio un grito horrorizado,
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pero ella gritó más, ha entrado, ha entrado, seré tu dulce esposa, un cuerno frito, has dado tu
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palabra, principito, precioso mío, sí, rugió su alteza, ordeno que le corten la cabeza, se la
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cortaron de un único tajo, y el príncipe se dijo, buen trabajo, así no es tan fea, de inmediato
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gritó la hermanastra, mi zapato, dejad que me lo pruebe, prueba esto, bramó su alteza real con muy
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mal gesto, y echando mano de su real espada, la descocorotó de una estocada. Cayó la cabezota
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en la moqueta de un par de botes y se quedó quieta. En la cocina Cenicienta estaba quitándole
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las vainas a unas habas cuando escuchó los botes, pam, pam, pam, del coco de su hermana
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en el zaguán. Así que se asomó desde la puerta y preguntó, tan pronto y ya despierta,
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el príncipe dio un salto
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otro melón
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y a Zeny le dio un vuelco al corazón
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caray pensó, que bárbara es su alteza
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con ese yo me juego la cabeza
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pero si está completamente
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loco
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y cuando el príncipe, ese coco
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cortáselo ahora mismo en la cocina
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brilló la vara de la damadrina
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pídeme lo que quieras Cenicienta
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que tus deseos corren de mi cuenta
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a la madrina suplicó la hijada
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no quiero ya ni príncipes ni nada
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que pueda parecérseles. Ya he sido princesa por un día, ahora te pido quizá algo más difícil e
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infrecuente, un compañero honrado y buena gente. ¿Podrás encontrar uno para mí, madrina amada? Yo
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lo quiero así. Y en menos tiempo del que aquí se cuenta, se descubrió de pronto Cenicienta, a salvo
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de su príncipe y casada, con un señor que hacía mermelada. Y como fueron ambos muy felices, nos
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dieron con el tarro en las narices. Y colorín colorado, este cuento clásico se ha acabado.
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Espero que os haya gustado.
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- Subido por:
- Margarita O.
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- Fecha:
- 23 de abril de 2021 - 12:30
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- Clave
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- CP INF-PRI PLÁCIDO DOMINGO
- Duración:
- 05′ 47″
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- 1.78:1
- Resolución:
- 1920x1080 píxeles
- Tamaño:
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