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Zoos humanos
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Otras ciudades y con sorpresa. Les esperamos y con noches de misterio, por supuesto, como siempre.
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Ahora nos marchamos a ese viaje casi al otro lado de una verja.
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Pero no era un animal, como aquí. Eran seres humanos.
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Aún recuerdo el impacto. Miles de amigos que no podían creer aquello del zoo humano.
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Y es cierto que ha pasado un tiempo, pero las imágenes que expusimos en aquel viejo archivo,
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en el que el retroproyector se ha quedado un poco en la mente colectiva de los espectadores de Cuarto Milenio.
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Así que cuando supimos la historia que nuestro amigo Manel Loureiro tenía entre manos,
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no dudamos en decir, esto hay que contarlo, porque en el fondo va a ser volver a sumergirnos
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en esa historia que parece ficción y no lo es, los zoos humanos que existieron.
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¿Cuánto aprendemos a veces de las enormes contradicciones de nuestra especie?
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Manel Loureiro, cronista, podemos decir, de lo asombroso.
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Bienvenido una vez más, compañero.
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Hola, Iker. Buenas noches.
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Gracias por estar aquí.
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Gracias.
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Vamos a recordar a una persona.
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Tú estás contándonos muchas historias que hilan con biografías, yo creo que excepcionales, diferentes, a contracorriente.
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¿Quién es esta persona?
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Pues Ota Venga es posiblemente una de las personalidades más sorprendentes de los últimos 100 años, de los anteriores 100 años,
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Porque es que precisamente ahora se acaban de cumplir hace nada, un mes y pico, el centenario de su muerte.
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Se acaba de cumplir el centenario de su muerte.
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Otavenga es un nombre absolutamente desconocido para el gran público,
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pero si decimos que es el último hombre esclavo que hubo en Estados Unidos, la patria de la libertad,
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y si decimos que es el último hombre que fue exhibido como un animal en un zoo,
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de repente nos damos cuenta de la dimensión que adquiere este personaje
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Y de cómo su historia trágica comienza de una manera sorprendente, va pasando por una serie de puntos absolutamente asombrosos hasta desembocar de una manera que una vez que ves toda la historia te das cuenta que era inevitable.
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Bueno, Manel va a hacer otra de esas crónicas en palabras y en imágenes para que yo creo que nos sobrecojamos todos un poco.
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Pero ojo, y quiero adelantarlo ya, quiero saludar a mi gran amigo y naturalista del equipo de Cuarto Milenio, Álex Lajein. Bienvenido compañero una vez más.
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Hola Iker, ¿qué tal?
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Porque tú sabes mucho de instalaciones donde hay animales, se filman animales, se cuidan animales, se muestran animales.
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Es impensable imaginar el zoo humano.
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Primero existió, y segundo, y me gustaría nada, pero como un titular para quedarnos ahí.
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La gran pregunta que nos dejamos aquel día cuando hablamos de zoo humano fue, ¿y España?
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¿Hubo zoos humanos en España?
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Pues sí, hubo zoos humanos, y no uno ni dos, sino varios zoos humanos en las capitales de nuestro país.
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Eso es. Así que, pensando en que vamos a encontrarnos con una historia que ha permanecido oculta por diferentes motivos
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y porque no es políticamente nada correcta, pero nos enseña quiénes somos, quiénes hemos sido, dónde venimos,
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vamos a empezar con Otabenga. Vamos a dibujar aquí en el plató, si te parece, Manel, esa figura.
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Sí. Pues para empezar a hablar de Otavenga tenemos que viajar en el tiempo.
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Tenemos que irnos a 1904, es decir, hace aproximadamente un siglo y pico.
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En ese momento, Otavenga, un pigmeo de la etnia Bambuti,
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de la que viven en el Congo, en lo que hoy es el Congo,
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es una población muy pequeña, es uno de los pueblos más antiguos de África.
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Estamos hablando de una población de unos 30.000 a 50.000 habitantes hoy en día
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y son posiblemente una de las etnias humanas más antiguas y más extrañas.
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Bien, Otavenga en 1904 vive en esa selva tropical del Congo cuando de repente la vida empieza a girar en un sentido disparatado para él.
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En ese momento el Congo pertenece a Leopoldo II de Bélgica.
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Ojo, no pertenece a Bélgica, le pertenece a Leopoldo II, rey de Bélgica, como un territorio personal.
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Leopoldo II de Bélgica utiliza el Congo para obtener materias primas.
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Y para obtener materias primas se utiliza una fuerza, la force publique, que es el organismo que tiene para mantener la paz y poder llegar a las reservas de caucho, de oro, de vanadio y de los demás materiales que había en la ciudad.
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Una de las historias más oscuras del último siglo y pico de la humanidad.
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Los minerales preciosos. En el curso de una de esas explotaciones, la Force Public encuentra el poblado de Otavenga,
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un poblado pequeño donde vivían unos 60 habitantes, donde vivía su mujer, donde vivían sus dos hijos, y matan a todo el mundo.
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El único superviviente es Otavenga. Y es el único superviviente porque en el momento de la matanza, Otavenga había salido y estaba cazando.
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Nos podemos imaginar cuál puede ser la conmoción de este hombre, de este pequeño pijamero.
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Estamos hablando de un hombre que podía levantar aproximadamente 1,40 sobre el suelo, 1,30, 1,40.
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Cuando vuelve ha visto todo su mundo arrasado.
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Su mundo arrasado por completo, su familia desaparecida y de repente no tiene a dónde ir porque es un fugitivo en su propia selva.
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Con tan mala suerte que acaba en manos de una caravana de esclavistas y es capturado.
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Y en ese momento la rueda de la fortuna gira a su favor.
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porque en ese momento entra en escena Samuel Phillips Berner.
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Samuel Phillips Berner era un americano, un naturalista americano
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que estaba viajando por África tratando de reclutar a nativos africanos
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para llevárselos a la exposición universal de San Luis que se celebraba ese año, en 1904.
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Y Samuel Phillips Berner se estaba encontrando con un gran problema.
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No era capaz de convencer prácticamente a ningún nativo
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de que le acompañase a participar en la exhibición universal de San Luis
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porque precisamente la force publique había generado tal miedo hacia el hombre blanco que prácticamente cada vez que llegaba a un poblado todos salían huyendo.
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De repente Berner se encuentra con una caravana de esclavos donde va Ota Venga encadenado.
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Y Samuel Phillips Berner adquiere, compra a Ota Venga como quien compra una cabeza de ganado por una libra de sal y un fardo de ropa.
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Y se lo lleva con él.
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Y de repente, Ota Venga, con ese extraño sentido del honor que formaba parte del código de comportamiento de su tribu,
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entiende que está en deuda con Samuel Phyllis Berner.
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La acompaña en el resto de su camino por África.
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Y cada vez que llega a un poblado, él hace de intérprete y al final consigue que otros cuatro pigmeos de una etnia distinta
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le acompañen y se vayan con él, los cinco, a la exposición universal de San Luis.
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En 1904, de repente, se encuentran cinco pigmeos en San Luis, sin hablar ni una palabra de inglés, sin que nadie sepa absolutamente nada de ellos, más allá de que, por ejemplo, Otavenga, uno de los rasgos más característicos que tenía, era que todos sus dientes estaban afilados como cuchillas.
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Era una tradición de su tribu pigmea, de los bambuti, afilarse así los dientes, o sea, te puedes imaginar la conmoción.
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El aspecto.
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El aspecto era totalmente increíble y aterrador. De hecho, se lo anunciaba como el único auténtico caníbal de América.
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Imagínate, claro, la conmoción, lo que suponía cuando de repente ese grupo de pigmeos está circulando por la exposición universal de San Luis, el remolino que se generaba a su alrededor.
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Los cuatro pigmeos que lo habían acompañado vuelven a África. Ellos, al fin y al cabo, tenían un sitio a donde volver.
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Ota, venga, no tenía dónde volver.
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Su pueblo había desaparecido, su tribu había sido aniquilada, no diezmada, aniquilada.
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No tenía dónde volver, no sabía dónde volver.
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Con lo cual, Werner le convenció de que se quedase en Estados Unidos.
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En 1906, es decir, ya lleva dos años, venga, y ojo, en esos dos años apenas había aprendido unas cuantas palabras en inglés.
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Imagínate el aislamiento, Iker.
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Una persona que está aterrizando en otro planeta, porque era otro planeta y sin capacidad de comunicarse y sin entender muy bien qué era lo que estaba pasando.
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En ese momento, Madison Grant, que es el presidente de la Asociación de Historia Natural de Nueva York, propone, de una manera que hoy en día nos resulta incomprensible, que Otavenga sea enviado al zoo del Bronx.
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El mítico zoo del Bronx.
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El mítico zoo del Bronx. Y tú fíjate lo que son las cosas. Madison Grant, que al final pasaría la historia como uno de los máximos defensores de la eugenesia y de la superioridad racial en Estados Unidos,
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pues manda a Otabenga al zoo. Pero no lo manda al zoo como si fuese un visitante. Lo manda al zoo para que acabe en una jaula al lado de un chimpancé.
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Con una placa que pone, el pigmeo africano Otabenga, edad 23 años, altura 4 pies 11 pulgadas, peso 103 libras, traído del río Kasai, Congo, África.
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Una placa y al lado había otra placa exactamente igual, pero para un orangután.
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¿Expectación? ¿Cómo era la gente? ¿Qué decía ante esa visión de un hombre encerrado en una jaula del zoo del Bronx?
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Pues, como puedes comprender, la expectación era totalmente desmesurada.
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Las visitas al zoo se dispararon.
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La gente quería ver a Ota Venga en su jaula, donde él tejía hamacas,
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donde él practicaba de una manera sui generis tiro con arco,
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donde él interactuaba con los visitantes y con los monos, le asustaba enseñando los dientes.
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Y de repente, claro, se empieza a generar un auténtico debate sobre si es ético o no es ético
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tener a un hombre metido en una jaula.
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De hecho, hay posturas encontradas. De repente, un montón de líderes de la comunidad negra y de predicadores evangélicos y católicos se oponen furimundamente e inician una campaña para que otra venga.
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Fenómeno social.
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Efectivamente. Pero tanto es así. Pero este fenómeno va en los dos sentidos. Tú fíjate, el New York Times, el periódico más influyente en aquel momento de la ciudad de Nueva York, del estado de Nueva York, y hoy en día uno de los periódicos más influyentes de Estados Unidos, llega a tal extremo la polémica que tiene que hacer un editorial.
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Y ojo al sentido de esta editorial, te lo voy a leer, es un trozo muy pequeño, te lo pone.
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No podemos entender toda la emoción que otros están expresando en este asunto.
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Es absurdo preocuparse sobre la supuesta humillación y degradación que está sufriendo Ota Venga.
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Los pigmeos están muy abajo en la escala humana y la mera sugerencia de que Venga debería estar en una escuela en vez de en una jaula,
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ignora el hecho de que una escuela sería un lugar del que no sacaría ningún provecho.
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La idea de que todos los hombres son iguales está totalmente pasada de moda.
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Esto es el Nueva York de principios de siglo, el zoo del Bronx.
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Nueva York, 1906, editorial de New York Times. Es decir, imagínate qué posturas encontradas había en aquel momento.
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Pero finalmente, en 1910, después de pasarse cuatro años siendo un animal en un zoo, siendo un ser sin documentación, sin derechos, sin libertad, porque al fin y al cabo no dejaba de ser un animal en un zoo.
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Al final la presión puede tanto que Otavenga, a través del reverendo James Gordon, es sacado del zoo y se lo llevan a un orfanato para niños pequeños.
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Tú fíjate, como era pequeño, pensaban que era un niño.
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Es decir, no se habían dado cuenta de que era un hombre hecho y derecho, que ya había tenido su familia, que su familia había sido asesinada,
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que había sido trasplantado de su mundo, que había sufrido la enorme humillación de pasarse cuatro años en una jaula de un zoo.
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Se lo llevan a un orfanato en Lynchburg, donde por fin aprende inglés, donde lo visten a la manera occidental y donde hacen una cosa absolutamente increíble.
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Pagan una costosísima operación para reconstruir su dentadura, para que esos dientes afilados, como cuchillas de tiburón de pigmeo, vuelvan a tener el aspecto de una dentadura occidental.
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Y tenemos ahí un discurso propio evidentemente de una película, pero repetimos, absolutamente real, nos gusta asombrarnos con nuestra propia historia, pero Manel ya, digamos que adelantaba un final dramático, parece que todo se va solucionando, que el buen salvaje, entre comillas, se adapta a la vida del sistema establecido en aquel momento, después de su vida truncada en la selva en pleno Congo belga.
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Bien, ¿cuál es el final? ¿Cuál es la diapositiva del final de este hombre?
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La última diapositiva hace exactamente 100 años. En 1916 la diapositiva se torna definitivamente oscura.
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En 1914-1915 Otavenga empieza a sentir una extraña nostalgia de África. Se da cuenta que jamás va a encajar.
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Entonces trata de volver, trata de reunir el dinero para volver a África, para pagarse un pasaje, pero estalla la Primera Guerra Mundial.
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Con lo cual, la circulación por el Atlántico queda absolutamente cortada. Y en 1916, pues sucede lo inevitable. El 20 de marzo de 1916, hace ahora 100 años, Otavenga se levanta por la mañana, se despide, y esto es muy curioso, se despide de la familia con la que vivía, les larga un incomprensible discurso en su idioma, no en inglés, que ya dominaba, sino en su idioma,
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con lo cual nadie sabe cuáles fueron sus últimas palabras y cuál fue su último mensaje, se va a un bosque cercano, se saca toda su ropa occidental, se pone un taparrabos, enciende una hoguera ritual, se arranca todas las prótesis que le habían puesto para volver a tener el aspecto original que tenía, baila una danza ritual alrededor de ese fuego y con una pistola que había robado se pega un tiro en el corazón.
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porque Ota Venga no había sido capaz de adaptarse al mundo del hombre blanco
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porque el pigmeo que vivía dentro de su corazón después de 20 años en Estados Unidos
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después de haber vivido todas esas experiencias, después de haber sido un animal en un zoo
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ansiaba la libertad que le era negada y la única manera que encontró de volver a la selva
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la única manera que encontró de volver al Congo fue liberando su alma de su cuerpo
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Y es muy curioso, Iker, porque apenas cinco días más tarde, en la otra punta de Estados Unidos,
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y esto nos demuestra que la historia de Otavenga, aunque es espectacular, no es única y hay más historias como la de Otavenga.
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Cinco días más tarde, Ishi, que era un nativo de la tribu Yavi, que estaba el último superviviente de su tribu,
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que era exhibido también en un zoo en California, solo cinco días después de que muera Otavenga,
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como si se hubiesen puesto de acuerdo a un nivel cósmico, y sí, fallece también.
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Las dos últimas personas exhibidas como animales de feria en Estados Unidos mueren con cinco días de diferencia hace 100 años.
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Y con eso se cierra una época.
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Escalofriante no, o sea, hemos visto toda la escena, nos parece increíble.
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Bien, alguien podría pensar, Estados Unidos, una época muy concreta, lo exuberante, lo desconocido.
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desconocido. Aprendemos cómo cambian las mentalidades y cómo cosas que damos por hechas serían
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incomprensibles hace un tiempo, ¿no? Y al revés. Y le preguntaba a mi amigo Alex, oye
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Alex, hablamos en su día de este tipo de instalaciones, pero lo que sería una guinda
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increíble de la historia de Dota Venga es saber que nosotros tampoco hemos estado lejos
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de todo esto. No es una cosa solo de los americanos o de los europeos, que ya contamos que la
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vieja Europa tenía a gala los zoos humanos y que eran las atracciones más fascinantes
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para el gran público. Pero España, ahí queda el reto políticamente incorrecto, Alex.
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Sí, sí, en Europa millones de personas, 50 millones de personas en algunas exposiciones
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universales ya les habían cambiado el nombre de zoos humanos. Los franceses muy chics
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les habían puesto el nombre de zoojardines de aclimatación.
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Zojardines de aclimatación
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Efectivamente
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O sea, lo políticamente correcto entraba ya ahí en la terminología
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Parece ser que sí
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Y entonces pues la gente iba a esos sitios a ver tribus
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Algunas raptadas, otras venían voluntariamente con contratos o con acuerdos que nunca se cumplían
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Y nosotros los españoles pues llegamos un poco más tarde a todo ese mundo circense zoológico
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de una manera quizá moralmente más alta, podríamos decir, de los Pirineos para arriba,
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pero también tuvimos nuestra probadita en ese terreno.
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Es el año 1887. Tenemos todavía territorios de ultramar, no colonias, como tuvieron ingleses y franceses,
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los nuestros eran súbditos españoles, y al ministro de ultramar, que existía aquella figura política en la época,
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el señor Víctor Balaguer, pues se le ocurre que hay que potenciar las relaciones con los territorios
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allí en de los mares para fomentar el comercio y tal. Nos quedaba Cuba, nos quedaba Filipinas.
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Y propone crear, pues no un zoo humano, no un jardín de aclimatación, sino lo que eufemísticamente
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se llamó la exposición antropológica, por excelencia.
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Y en el Parque del Buen Retiro, a imagen y semejanza del Crystal Palace de Londres, se le encarga al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco la construcción de un palacio de cristal que reproduzca en su interior toda la selva filipina, con especies y con animales de la selva filipina.
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al lado de la casa, decías, del antiguo zoo del Parque del Buen Retiro.
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Y un regato que había por allí, que se llamaba el de los patinadores,
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se agranda y se construye el lago que todos conocemos hoy.
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Y allí se levantan columnas donde, a modo de palacitos,
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se construyen chozas y se traen a 43 tagalos y gorrotes
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Un negrito del monte, que así se llamaban y se siguen llamando
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Chamorros, carolinos, moros de Joló, de Mindanao, de Luzón, Visayas
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Todo, tribus completas que trajeron sin raptar
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O sea, fue un acuerdo para que vinieran y se instalaran allí
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Y la gente pagaba una peseta por ver a estas personas a través del vallado
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No era la jaula del zoo del Bronx, sino que eran unos vallados, unos corrales enormes
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y podías ver a los igorrotes remando en sus canoas de bambú por el lago que hoy usamos
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y que no sabemos que se construyó para ese fin y ese palacio de cristal
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que era una reproducción de la jungla de aquellos territorios.
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Bueno, bueno, bueno. Alex, lo que estás contando ahora, o sea, el parque del Retiro
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y estábamos viendo también con total nitidez, sin agua, el hueco, las personas mirando en la verja
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la gran exposición del gran zoo humano también, hay que decirlo.
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Era un zoo humano que tenía mucho éxito porque algunas de las tribus iban casi desnudas.
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Los igorrotes, por ejemplo, que son los que viven en las zonas de las montañas, iban con todo el torso desnudo.
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Y eso generaba un gran fervor en la época.
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La sensación en las damas de la alta sociedad, evidentemente.
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Lo que no se pudo evitar es las costumbres propias de todas estas tribus.
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Porque, por ejemplo, los igorrotes lo primero que hicieron cuando llegaron allí a sus palafitos y a sus chozas
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fue coger, degollar un cerdo y con toda la sangre de los cerdos empapar los tejados de las chozas
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porque era su costumbre. Es decir, aquello no estaba...
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Madrid hace un siglo, un siglo y poco.
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Luego no les daban mucho de comer, por lo visto, y por las noches saltaban la valla de la Casa de Fieras
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y se llevaban un jabalí, se llevaban un pequeño venado, cosas que tampoco estaban en el guión.
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Y bueno, los tenían en taparrabos, sea invierno, sea verano, en todos los ceros de Europa.
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Morían uno de cada diez
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Veías a la gente decir, con este virugí está el negrito en taparrabos
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Aquí murieron cuatro
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De los 43 murieron cuatro
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Bueno, díganme si no es alucinante, pero si estáis con nosotros
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Parque del Retiro
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No estamos hablando de lugares lejanos, exóticos
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Parque del Retiro
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Pero ojo, que la ciudad condal no se quedó atrás, ¿no?
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No, no
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En 1897, unos añitos después
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Los barceloneses, dicen nosotros también
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Entonces inauguran su exposición antropológica de africanos salvajes y se traen a 150 ashantis del Senegal y los sitúan en la ronda de la universidad, en el 35 de esa calle.
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Cobran dos pesetitas por ver durante todo el verano y el otoño a los 150 Ashantis subsaharianos con toda su parafernalia, sus escudos, sus lanzas, sus flechas, sus taparrabos, que es lo que más gustaba.
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La desnudez de los primitivos, la perfección de las líneas, las venas gruesas, en fin, la forma escultórica del nativo, que no tiene los males endémicos de nuestra sociedad urbana, no hay adiposidades, no hay nada que sobre, no es todo funcional.
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Luego después llega en el 1900 el circo de Buffalo Bill con todos sus indios, Sioux, Xeroquis, que también montan una especie de espectáculo circense con nativos, que evidentemente estaban pagados, pero que hacen su representación.
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Después viene un grupo de esquimales de la península del Labrador, unos inuits.
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Tienen mucho éxito las mujeres, que viven de un metro veinticinco nada más, y es una cosa asombrosa.
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Después al poco vinieron cien senegaleses que instalaron, y esto tampoco, la gente lo sabe,
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los instalaron en lo que hoy es el Tibidabo, o sea, el germen de ese parque fue los cien senegaleses
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que en su particular zoo humano barcelonés vivieron allí, donde está la atracción del avión.
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Este avión que da la vuelta y que casi vuelas en el vacío, allí estaban los 100.
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Hasta se vendían postales con los negritos.
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En 1925, también en el Tibidabo, se instala la última de estas atracciones de zoos humanos,
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que es una tribu Fulag de Guinea Ecuatorial, y eso completa el ranking que tenemos en España de...
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Se llamaban exhibiciones antropológicas, exposiciones antropológicas, pero no dejaban de ser zoos humanos.
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Está documentado, o sea, esto tiene una tesis el doctor Luis Ángel Sánchez Gómez,
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que es director de Prehistoria y Etnología de la Universidad Complutense de Madrid.
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Esto está documentado y además el fotógrafo Christian Báez lo pone detalle por detalle en su libro
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Zoológicos Humanos, Fotografías de Fueguinos y Mapuches.
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Lo que es impresionante es el bucle que hemos hecho.
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El último estadounidense en una jaula como atracción de un zoo humano.
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Esto existió, pero saber que hasta 1925 en España, estas exposiciones fueron más o menos célebres, habituales.
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Nos asombramos, como decíamos al principio, alucinamos con el género humano y nos damos cuenta de que las verdades inamovibles de un tiempo, de inmediato giran y son otras completamente nuevas.
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Y una cosa que se me ha quedado en el tintero. Muchas tribus no eran caníbales, se las hacía pasar por caníbales y se daba a la gente carne para que le tiraran.
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Y lo más curioso, es la cartelería de aquella época. Hay un cartel que es tremenda, es dramática, es impactante, su lectura pone, no alimenten a los negros, ya les damos de comer nosotros.
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Asombro en Cuarto Milenio siempre
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Con la pura, dura historia
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Los documentos lo han traído
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Como un paquete de otro mundo
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Pero real y auténtico
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Manel Obreiro, compañero, hasta la próxima
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Muchísimas gracias
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Y Alex Lajein, como siempre, gracias compañero
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- Maria Belã©N G.
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- 18 de marzo de 2018 - 15:06
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