Angel Soria 1
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Resulta una evidencia que no todos los profesores son igualmente eficaces a la hora de conseguir en sus clases un clima adecuado.
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Esto es, compatible con el desarrollo de las actividades propias de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
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Al contrario, hay que reconocer que determinados profesores son capaces de gestionar los momentos de disrupción
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o sus relaciones con los alumnos más disruptivos, mientras que otros hayan más dificultades en resolver esos conflictos
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y por ello experimentan sentimientos de angustia y estrés más frecuentemente.
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Ni siquiera el nivel de eficacia de cada profesor es el mismo en todos los casos, ni ante cualquier conflicto.
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Toleramos mejor algunos que inciden en campos ante los que no somos especialmente sensibles,
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pero nos perturban más otros que afectan aspectos que valoramos como esenciales.
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Además, el nivel de fatiga, la tensión acumulada, las experiencias vividas en momentos anteriores,
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las perspectivas inmediatas, así como otros aspectos personales, nos hacen percibir con
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mayor o menor importancia una situación de disrupción en la clase.
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En todo caso, la mayor parte de los incidentes que se producen en las clases y que motivan
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el reproche del profesorado tienen una causa menor.
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¿Es la reiteración de las conductas que motivan esos incidentes por parte de un mismo alumno
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o la coincidencia de un grupo de alumnos provocando esos incidentes lo que confiere gravedad a la situación?
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El estudio sobre la convivencia en la ESO, al que ya hemos aludido en otras ocasiones,
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indica que las conductas que más frecuentemente son señaladas por el profesorado
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como causantes de los problemas de convivencia en sus clases
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y que dificultan el desarrollo de las actividades son la dificultad para dar clase motivada por las
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conductas de algunos alumnos o la demora en la llegada a clase sin justificación. Naturalmente
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estos ámbitos pueden recoger un amplio espectro de conductas. Las interrupciones de la clase pueden
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ser más o menos frecuentes o referirse a actitudes que podríamos calificar con menor o mayor
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gravedad. Los retrasos injustificados también pueden ser mayores o menores y estar motivados
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por causas de diversa entidad. Sería bueno por ello tratar de objetivar con alguna precisión
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no sólo las conductas rechazables, sino también el contexto en el que no pueden ser permitidas
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o serán sancionadas o al menos reprobadas. Naturalmente, la adaptabilidad de las normas
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de la clase a todos los sucesos que se producen en la misma y a todas las circunstancias que
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se dan es imposible. Lo que resulta más importante es que exista coherencia entre lo que sucede en
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las diversas clases, lo que es más importante cuanto menor es la edad del alumnado. Las normas
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no pueden cambiar en cada espacio horario o con cada profesor. No aplicar ese criterio no hace
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más que generar confusión y anticipa problemas que sin duda terminarán aflorando. Cuando el nivel
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de tensión en un conflicto alcanza niveles muy altos, éste se convierte en irresoluble,
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al menos en ese momento. Todos hemos presenciado escenas en las que un profesor se dirige muy
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airadamente a un alumno que ha entorpecido en el desarrollo de la clase, que se ha dirigido
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de forma irrespetuosa hacia él o que, de manera reiterada, ha desatendido sus indicaciones.
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La respuesta del alumno ha profundizado en la percepción del profesor, generándose
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así una espiral que parece cada vez más ingobernable. Ambos han acabado reprochando
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al otro su falta de respeto. Lamentablemente estas situaciones se producen con alguna
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frecuencia. ¿Qué hacer en esa circunstancia? Naturalmente lo mejor hubiera sido no alcanzar
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ese límite. ¿Podría haberse evitado llegar a esa situación? Hay que aceptar que gestionar
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un conflicto de tal manera que se alcance un nivel de imposible resolución no es una
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manera acertada de hacerlo. Además generará probablemente tensiones que permanecerán durante
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tiempo estableciendo un clima de desconfianza que penalizará las relaciones futuras. En ocasiones
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además esa desconfianza se extenderá hacia terceros, por ejemplo la familia, que pueden
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profundizar aún más en ese desencuentro. Los alumnos esperan que sus profesores sean capaces
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de articular siempre respuestas equilibradas, justas y ponderadas. Además, consideran que
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deben ser capaces de apartar sus emociones y permanecer serenos incluso ante situaciones
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muy conflictivas. Por eso, puede ser mejor postergar la resolución del conflicto hasta
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un momento en que el alumno esté en condiciones de aceptar el reproche, aunque no comparta
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la valoración. Como en la mayor parte de las ocasiones ese conflicto se habrá producido
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durante el desarrollo de una sesión de clase, siendo testigos del mismo el resto del alumnado
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de la misma, es muy conveniente devolver al grupo la resolución del conflicto. Por ejemplo,
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ante una negativa reiterada por parte de un alumno a aceptar nuestras indicaciones,
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podemos recurrir a la intervención de alguien que nos ayude, sea un compañero que acepte al
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alumno en una clase próxima durante un periodo de tiempo determinado, sea el jefe de estudios,
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etc. Pero también podemos explicar que no vamos a afrontar en este momento el tema, pero que va a
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darse una respuesta al mismo en otro momento, lo antes posible, impidiendo que la situación se
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prolongue o generalice. En el primer caso, al acabar la clase, si es posible, podemos afrontar
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el tema con más tiempo y probablemente de una forma más relajada. Hemos modificado el contexto
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y llevamos la resolución a otro más favorable. Probablemente el alumno no quería que sus
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compañeros vieran cómo tenía que aceptar el reproche del profesor, pero en una situación
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distinta, en una conversación sin esos testigos, es posible que ese reproche sea aceptado. Será
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importante en este caso explicar a la clase qué solución se ha dado y cómo se va a garantizar
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el cumplimiento de esa solución. Considero muy importante insistir en la importancia de mantener
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el equilibrio y la moderación en la corrección de conductas disruptivas. En la ecuación serenidad-autoridad
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no podemos desplazarnos del primer término. Por ello conviene considerar que perderemos parte del
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prestigio que ha de tenerse ante el grupo si nuestra relación reacciones airada y llegamos
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a sobrepasar límites que no hubiéramos deseado. Rebajar la intensidad del conflicto no es perder
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autoridad, ni mucho menos salir derrotado del mismo. Es, al contrario, ubicarlo en un
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contexto en el que es posible resolverlo. Podríamos resumir diciendo que los profesores
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más eficaces son aquellos que se muestran capaces de reducir los conflictos en cuanto
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al número de personas implicadas y también en su gravedad.
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