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EN BUSCA DE LA FELICIDAD
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Cuento de Eric Puybaret y Juliette Saumande
Hola chicos, hoy quiero compartir con vosotros esta historia que se llama En busca de la felicidad
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y espero que os guste.
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En busca de la felicidad
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Los habitantes del país de Prudencia tenían mucha suerte.
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Ni uno solo de ellos estaba triste.
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Nunca hacían pasteles, por miedo a estropearlos.
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Nunca jugaban con sus juguetes, por miedo a romperlos.
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Nunca se iban de viaje, por miedo a perderse.
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Por tanto, al no lanzarse nunca hacia lo desconocido, nunca se decepcionaban.
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Centenares de curiosos venían de todo el mundo a descubrir su secreto.
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Sin embargo, Manu no estaba contento.
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Una noche, el pequeño le pidió al abuelo que le leyera un cuento.
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—¡Ah, no! —le respondió el anciano. —Podrías tener pesadillas.
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Mejor vamos a escuchar el metrónomo
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De esta manera no habría ninguna discordancia
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A un tic siempre le sigue un tac
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Tic, tac
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Sigue los consejos de tu abuelo y nunca tendrás tristezas
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Manu no estaba convencido
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Un día dijo
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Me iré de aquí y haré lo que quiera
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¿Contento o triste? Con esto en mente se sumergió bajo las sábanas y no le dijo
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ni media palabra al abuelo. Manu estaba enfurruñado en su cama cuando de
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repente la ventana se abrió y un pájaro lira se posó delante de él.
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—Soy Koháñ, dijo. El viento de la noche me ha soplado que querías irte. Me dirijo al país de la felicidad. ¿Quieres acompañarme?
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Y sin esperar, el pájaro se fue. Manú saltó de la cama y corrió detrás de él, a través de la casa, por el campo de calabazas, pero Koháñ desapareció por el horizonte muy rápidamente.
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Manú anduvo durante mucho tiempo. Al alba, llegó hasta una playa de arena blanca. Allí
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encontró un minúsculo barquito. Saltó a bordo y remó con todas sus fuerzas. Pero
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muy poco después se levantó una gran tempestad y el barquito se bamboleó, se dio la vuelta
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y se fue a pique. Manu movió rápidamente brazos y pies y tragó grandes bocanadas de
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agua salada. Cuando finalmente el mar le escupió a la superficie, estaba completamente desanimado.
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—¡Todo está perdido! ¡Cocaña ha desaparecido! ¡Y aquí estoy solo, en tierra desconocida!
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Se sentó sobre unas piedras y se puso a llorar.
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El hambriento náufrago finalmente volvió hacia atrás.
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Llegó a un pueblo y preguntó por algo de comer.
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—¡Coge esos frutos!
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—le dijeron los aldeanos.
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—¿Y si no están maduros?
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—preguntó Manu.
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—¿O si lo están demasiado?
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—¡Vale la pena intentarlo!
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lo que cuelga sobre nuestro árbol son caramelos. Manu no se resistió. El primero estaba duro
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como un trozo de madera. El segundo se le escurría entre los dientes. Asqueroso. Pero
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el tercero, el tercero estaba delicioso. Esa tarde Manu escribió su primera postal. Querido
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abuelo. Me encuentro en el país de la felicidad. Todo el día estoy comiendo caramelos, buenos y
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malos. Me duelen un poco los dientes, pero aparte de eso, esto es increíble. Dulces besos, Manu.
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En ese mismo instante, Cocaña apareció. Así que, ¿te gusta la casi isla exquisita? Dijo. ¿Cómo?
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¿Esto no es el país de la felicidad?
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Es aquí, respondió el pájaro, y en otro lugar.
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Yo voy a continuar mi camino.
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¿Quieres acompañarme mañana?
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A la mañana siguiente, Manu, intrigado, decidió seguir el camino.
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Encontraría el país de la felicidad, cuesta lo que cueste.
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Se marchó en la misma dirección que su amigo alado
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y llegó a las tierras de un gran hechicero.
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Pídeme lo que quieras, le dijo, que hallarás la respuesta.
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Manú no se fió.
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Pero si no me gusta, pues no tendrás más que pedir otra cosa.
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Manú pidió un conejo hablador, unos dientes de dinosaurio,
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un coche magnífico, una rama que busca oro.
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¡Sensacional! gritó.
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Aquí todos los días son el Día de Reyes
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Por la noche Manuk se lo contó todo por postal al abuelo
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Qué lástima que no estés aquí para ver esto
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No puedo llevarme nada
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Porque desaparecería todo en cuanto abandone las tierras del hechicero
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Así que he decidido quedarme
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Y añadió
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Besitos a ti borrados
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Justo cuando Cocaño llegó
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Ahora sí que estoy aquí
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declaró Manu, en el país de la felicidad. Sí y no, respondió el pájaro. Ahora estamos en la
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garganta de los mimados. La bella ave desplegó sus alas y se fue. Manu no se lo creía. ¿Se
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podía ser todavía más feliz ahí fuera? Lo tenía claro, quería ver eso. Al día siguiente, Manu
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escaló hasta lo alto de una montaña. Allí unas chiquillas hacían una batalla de bolas
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de nieve. ¿Juegas? Manu dudó. El abuelo me diría, te arriesgas a pillar frío. Pero
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el abuelo no estaba allí y Manu aceptó. Más tarde escribió, estoy lleno de moratones,
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¡Pero qué risa! Tiene que ser aquí el país de la gente feliz.
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Sin embargo, Cocañ le anunció una vez más.
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Estás equivocado y tienes razón a la vez.
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Esto es el glaciar de los Aglagas.
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Durante todo ese tiempo, abuelo leía y releía las postales de Manu.
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Si se hubiera atrevido, se habría encontrado con él sobre la marcha.
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Pues a él, después de todo, también le habría gustado visitar el país de todo dulce,
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donde las mamás nunca tienen las manos frías y todo el tiempo dan caricias a sus lindos retoños.
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Y la tribu de los amigos amigos, en la bahía de los estribillos, esa sí que tiene que ser bonita.
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Pero abuelo no se atrevía. ¡Oh! A veces, ¡cómo se arrepentía de ser tan prudente!
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Manu viajaba desde hacía casi un año
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A cada nueva comarca que descubría pensaba
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¡Lo he encontrado!
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Pero Cocañ le respondía
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Es verdad y es mentira
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El pequeño viajero acabó por preguntarse
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si el tan buscado país existía realmente
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¿Pero es que la aventura le divertía tanto?
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Sin embargo, cada vez con más frecuencia
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se acordaba de abuelo y pensaba que a lo mejor llegar al país de la felicidad no era tan
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importante como él. Una vez una negra noche sorprendió a Manuk en medio de la nada. Se
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instaló al lado de un árbol y cerró los ojos. En el campo se oían mil y un sonidos. ¿Habría
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lobos por aquí? ¿Habrían salido las serpientes? De repente, las nubes desaparecieron, descubriendo
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un cielo trufado de estrellas. Manu se puso a contarlas y a pensar. Como diría el abuelo,
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si me dejo alguna, siempre habrá otra para reemplazarla. Y tranquilizado con esta idea,
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se durmió sonriendo beatíficamente. Al alba, un nuevo ruido despertó a Manu. Era un tic seguido
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de un tac. Tic, tac. Parece un metrónomo, dijo sorprendido. ¿Quién escucha un metrónomo a estas
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horas? Nadie excepto... ¡Abuelo! Manu saltaba de alegría. Cuando Cocañin llegó, el pequeño le
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preguntó, ¿el país de la felicidad es mi casa? El pájaro no le respondió. Manu, feliz, garabateó
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una última postal y la depositó sobre el felpudo y se escondió en el campo de calabazas. Con el
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cabello gris y los ojos medio cerrados de sueño, abuelo abrió la puerta, vio la carta, la leyó y
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sonrió cada vez más y más. Sus pupilas se inflamaron como cometas y un tono rojizo se
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apoderó de sus mejillas. Querido abuelo, al fin lo entiendo. He encontrado montones de pequeñas
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felicidades por todos lados, pero la más grande está aquí. Besos cercanos, Manu. Estrechando a
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entre sus brazos, abuelo le pregunta, ¿y si nos fuéramos a buscar otras pequeñas felicidades tú y yo?
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¿No tienes miedo de que te duelen los pies? Dijo sorprendido Manu. ¿O de coger frío o de perderte?
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Contigo, replicó el abuelo. Nunca. Manu y abuelo se pusieron en marcha esa misma mañana.
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Y después por montes, por valles, por cielos, Cocán iba detrás de ellos porque el país de la felicidad está donde están las personas felices.
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- Subido por:
- Laura B.
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- Fecha:
- 15 de abril de 2020 - 16:29
- Visibilidad:
- Público
- Centro:
- CP INF-PRI VIRGEN DE LA RIBERA FUND. HNOS.
- Duración:
- 11′ 35″
- Relación de aspecto:
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