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Nuevas gafas para mirar la adolescencia
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Orientación de bolsillo. Un espacio de orientación en menos de 10 minutos.
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Buenos días, soy María José Pérez Albo y os doy la bienvenida a Orientación de
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bolsillo, un pequeño programa en el que damos voz a la orientación educativa de
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una manera rigurosa y sencilla y donde trataremos diversos temas que pueden
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resultaros útiles o interesantes a través de pequeñas píldoras sonoras.
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El capítulo de hoy está dedicado al lugar en el que he trabajado durante más
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de 20 años, el insti, y sus temidos moradores, los adolescentes.
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Me gustaría compartir con vosotros la idea de que tenemos que ponernos unas
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gafas nuevas para mirar la adolescencia, ese momento evolutivo que aparece hacia los 11 o 12 años
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y que os va a encantar cuando haya pasado allá por los 24.
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Pero, ¿por qué nos descoloca tanto? Lo primero que está claro es que la
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adolescencia es un tiempo de cambios muy profundos. De repente la dulce criatura
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se convierte en un ser extraño al que, además de salirle pelos por todas partes,
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le cambia el humor como al Joker y se vuelve un volcán en erupción a cada
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minuto. Pero en realidad si nos ponemos las
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gafas adecuadas podremos ver que este aparente caos es un proceso vital
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necesario, una oportunidad preciosa que cumple una función en el desarrollo
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evolutivo. Nada más y nada menos que crear un
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sujeto capaz de desenvolverse en el medio y vivir independiente.
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Y es que la adolescencia es un proceso de maduración en el que culminan muchas
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cosas. Se produce en el cerebro una reorganización masiva, como si cambiaras
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la instalación eléctrica de una casa. Desaparecen conexiones que ya no se usan,
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aparecen muchas nuevas, otras se quedan a medias esperando tiempos mejores. Vamos,
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una poda sináptica en toda regla. Así que va a ser verdad que los
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adolescentes están descerebrados. La misma extrañeza que nosotros
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experimentamos al ver su cambio físico la sienten ellos también cada vez que
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se miran al espejo, lo cual por otra parte sucede unas 200 veces al día en
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cualquier superficie brillante que se cruce en su camino. Te miran a ti, adulto,
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y no se reconocen ni de lejos, claro. Miran a los pequeños de primaria y tampoco no
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faltaba más. ¿Quién les queda para reconocerse? Los iguales, los únicos de su
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especie. Y encima les parece que están todos buenísimos.
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Así es que su nueva referencia pasa a ser otro adolescente con la misma pinta
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de pavo real e igual de descerebrado en el mejor sentido de la palabra. En el
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fondo, si nos ponemos nuestras nuevas gafas, entenderemos que es fundamental
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asociarse con otros que se parezcan a ti y negar a los más cercanos para poder
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construir una imagen clara de ti mismo. Y todo esto además se vive siempre a lo
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grande, porque si hay algo que son los adolescentes es muy intensos. Para ellos
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todo es un drama o una alegría máxima, sobre todo cuando tiene que ver con sus
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éxitos y sus fracasos o con la aceptación de los demás. El cerebro de
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los adolescentes pierde un poco el regulador de la razón que tanto trabajo
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nos había costado organizar en la infancia y empieza a centrar la atención
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en ellos mismos, en lo que sienten y lo que les causa placer. Por eso, cuando las
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cosas son diferentes o les interesan, generan respuestas emocionales muy
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rápidas y les estimula mucho sin pensar más allá de lo que están experimentando
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en ese momento. De ahí que en frío son capaces de
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razonar y reconocen, por ejemplo, los riesgos de saltar por una ventana, pero
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si aparece un amigo y se lo propone, la amígdala se pone a gritar ¡vamos, vamos! y
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son capaces de desoír sus propios razonamientos. No te digo nada si son
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varios amigos de esos tan iguales a ellos y tan guapos los que les invitan a una
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experiencia de placer del tipo que sea. Así que ahora ya sabemos por qué les
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encantan los riesgos, por qué subestiman las consecuencias y por qué sobreestiman
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a sus amigos. Lo más difícil en este proceso es
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integrar toda esa potencia emocional con lo cognitivo y lo intelectual. Por
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eso van a trompicones hasta que la maduración está en su punto. De hecho,
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aunque no sea tan visible, en esta etapa la palma se la lleva en los cambios
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cognitivos. Si viéramos físicamente cambiar su cerebro, sería igual de
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espectacular que su cambio físico y eso es posible porque en esta etapa se
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desarrolla en el cerebro la corteza prefrontal. Cuando acaba la adolescencia,
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gracias a esta corteza y su relación con el hipocampo, son capaces de pensar,
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de pensar de verdad, de usar los criterios lógicos que aprendieron en la
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niñez en combinación con sus propias experiencias y teniendo en cuenta muchas
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más variables, más opciones, incluso valorando posibilidades que aún no
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existen y no ven. En fin, durante la adolescencia deberíamos ir con un
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letrero en la frente que dijera, atención, cerebro en construcción, ser
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humano adaptándose. Con nuestras nuevas gafas, vosotros podréis ver más allá y
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atisbar todas esas hormonas en erupción, millones de neuronas conectándose y un
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ser humano precioso apareciendo.
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