DÍA DEL LIBRO RANA RANITA
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Rani era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de puquitos parecidos a los tráteres que tiene la luna, solo que eran mucho más chiquititos y tenían un color verde, marrón.
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Ojos altones, vino el arpalingo que estiraba para captar a todos los insectos que se encontraban en la zona y poder alimentarse de ellos.
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Vivía muy feliz en una laguna a las afueras de la ciudad. Cierto día, una familia que por allí paseaba la vio y le pareció tan simpática que decidieron cogerla y llevarse a la casa.
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Ranita de repente se encontró en una latita con un poquito de agua que se movía al compás. Vaya saber de qué.
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Y sin tener la menor idea de cuál será su destino, se preocupó un poco. Cuando la familia llevó a casa, la dejó en el jardín, donde a partir de ese momento sería su nuevo hogar.
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Sus ojos altones miraron a ese nuevo lugar. No era feo, al contrario. Había muchas plantas, flores. Ranita no era la única habitante en ese lugar.
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Había mariposas, gusanos, londrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pájaros que andaban de aquí para allá.
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Mariposas que iban también de aquí para allá. Miraba las cosas con los ojos del corazón. Y un corazón bueno y sencillo. Comenzó a saltar feliz de la vida dispuesta a recordar cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos.
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Lo que la pobre Ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros. Ninguno de los animalitos que allí vivían habían visto en su vida una rana. Por lo tanto, y aún menos, ¿cómo era Ranita? Dentro, más allá de su acupesto. Tampoco les importó mucho que vivamos.
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No era feo, al contrario. Había mariposas, gusanos, londrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pájaros que andaban de aquí para allá. Había mariposas, gusanos, londrices, un conejo y dos perritos. También había mariposas, gusanos, londrices, un conejo y dos perritos.
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Los ojos parecen dos pelotitas de golf. Para mí que los tienen tan afuera para mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen. Vaya, vamos a ver. Pues si se burlara de nosotros, haremos como si ni siquiera. Para mirar a los demás, las ranas y los sapos los tienen así.
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Lo que ocurre es que nadie se tomó el trabajo preguntarle de cómo conocerla bien y así poder saber cómo era realmente. Pasado un tiempo, Ranita empezó a sentirse muy sola. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le hacía caso.
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La ranita quería volver a su laguna. Dándose cuenta que no era bienvenida, Ranita se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir allí lo antes posible para no molestarlos.
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Llegó el verano con una invasión de mosquitos nunca antes vistas en el jardín de la casa. Todas se gastaban sin parar. Trataban de esconderse bajo una piedra. Los perros en sus casas, el conejo en la cajita donde dormían, pero los mosquitos estaban saliendo sin parar.
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Ni saltar ni descuadernos. Menos mal que yo puedo esconderme debajo de la piedra. Un día tendré que salir a buscar comida.
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Todas en el jardín estaban nerviosas y molestas. La única que estaba feliz era la ranita, que nunca había tenido a mano tanta comida, porque estaba muy hambrita dentro de ese tiempo que había estado dentro del agujero.
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Después de hacerse una panzada, la ranita pasó al jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuántos mosquitos se cruzaban en su camino. Con su larga lengua, en que tantos problemas le había atraído, agarró a todos y a cada uno de los insectos que habían sumadido al día.
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Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona ranita, no solo porque tuviera una parte que parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.
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No entiendo. Primero nos burla y luego nos saca encima de los insectos molestos. ¿Quién la entiende?
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¿Yo qué quiere que les digan? ¡Salta de contento! ¡Por fin nos hemos tirado de esos insectos!
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En eso intervino Coco, uno de los perros de la casa, que en ese momento no se había metido mucho en la zona.
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Yo diría que hay que ir a protegerla. ¿No os parece, amigos?
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A la huerta llena de berrugas con color medio polido y que encima se burla de nosotros todo el tiempo.
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Ni que estuviera loco.
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Claro, es lo que corresponde. Y ellos te harán un...
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Cada uno...
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Todos y cada uno de ustedes.
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O de lo contrario, me encargaré personalmente de que ese animal verdoso y feucho no vuelva a comer más mosquitos.
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Vamos, chicos.
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Y allí fueron todos, no muy convencidos, por cierto. En una larga fila los más chiquitos primero y los más grandes después, con Coco incluido.
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Fueron a agradecerle a Ranita. En realidad iba a hablar el caracol, pero tardaba tanto que el conejo tomó la palabra.
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Mire, doña, queremos agradecerle.
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Queríamos agradecerle.
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Ranita no entendía por qué la agradecía, pero saber que sus todos, sus vecinos, se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca abierta.
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Perdón, no entiendo. Ahora decíndame por qué.
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¿Por qué?
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Usted nos quitó esos molestos insectos. Lo que no entendemos es por qué. Desde que llegó, no hizo más que burlarse de nosotros. Y después nos ayudó con los cuchillos.
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¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo había hecho?
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Ranita entendía menos aún que sus vecinos. La verdad es que en ese jardín todo era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican, y entonces no se conocen.
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Vamos, confiésele, todo el día sacándonos la lengua. Desde que no la veíamos, no solo nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor, sacaba esos grandes ojos que tenía bien para nosotros.
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La mitad de sus vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Mi nombre es Ranita, mis ojos son así, de salchiche nacimiento, y la lengua la saco para pasar insecto.
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Si alguno de ustedes se hubiera acercado o me hubiese dejado a mí, los hubiéramos conocido, y hubiera sabido bien el que es una rana.
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¿Una qué?
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Una rana, caballero. Soy una rana con ojos tal tales como todas las demás especies, y con una lengua larga que soy el servicio para alimentarlos, no para burlarme de nadie.
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Mi dolida Ranita se fue a su agujerito, aunque ahora, como estaba mucho más gorda, por todos esos mosquitos que se había comido, no podía entrar bien.
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Todos los animales se quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal, y también sabían que si se hubieran presentado ante Ranita el día que llegó, jamás habrían pensado que se burlaba de nadie.
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Hubiera sido tan fácil, sin embargo, no lo hicieron. Ahora, ante el dolor de Ranita, los demás animales se dieron cuenta del daño que le habían hecho.
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Sin necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita, fueron al agujerito de la caja. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.
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Se nos olvidó algo.
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Con esta, esa última palabra, simple pero muy grande, la Ranita salió de su agujerito dispuesta a darle una nueva oportunidad a sus vecinos.
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Al cabo de un tiempo, los dueños de caza trajeron una lavatija.
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Los animalitos del jardín, nuevamente, veían un espécimen que no conocían.
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Solo que esta vez actuaron diferente.
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Y otra vez, en filita todos, incluida Ranita, fueron a visitar al nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.
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- Edith Á.
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- 27 de abril de 2023 - 9:46
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