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La puerta de los 3 cerrojos: capítulo 1 - Contenido educativo
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La puerta de los tres cerrojos por Sonia Fernández Vidal
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Capítulo 1 Un mensaje misterioso
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Nico se quedó paralizado en la cama, perplejo por lo que acababa de aparecer en el techo
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de su habitación.
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Si quieres que sucedan cosas diferentes, deja de hacer siempre lo mismo.
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La enigmática frase se reflejaba por algún extraño efecto óptico justo encima de su
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cabeza.
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Estaba acostumbrado a ver el reflejo de los coches que pasaban por la calle y podía incluso
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distinguir su color, pero nunca le había sucedido algo así.
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El grito de su madre hizo que abandonara aquel enigma y se incorporara de un salto.
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Nico, gandul, volverás a llegar tarde.
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Mientras se vestía, evocó con amargura el día anterior.
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Su estómago se retorció al recordar al profesor de física.
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Tenía la mala costumbre de preguntarle justo cuando su cabeza estaba en las nubes y ayer
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había metido la pata hasta el fondo.
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Toda la clase se había reído a su costa, incluida la chica que tanto le gustaba.
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Para acabar de empeorar las cosas, durante la hora de gimnasia, el coleccionista de novias
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de la escuela se había acercado a tontear con ella.
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Aquel presumido sin cerebro había conseguido más avances en dos minutos que él en dos
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años.
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Al verla reír tontamente, Nico había entendido que ella sería la próxima en formar parte
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de la colección.
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Se estremeció nada más pensarlo.
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Había sido uno de aquellos días en los que el universo entero parece estar conspirando
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contra uno.
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Tras pensar en sus calamidades, Nico se vistió a toda prisa.
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Se enfundó unos tejanos rotos y la camiseta del día anterior, que estaban encima de la
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silla.
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Con un rápido movimiento de manos, se peinó el pelo y observó su reflejo en el espejo
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del armario.
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Nico nació con una peculiaridad, un ojo de cada color.
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Uno de ellos era azul y el otro verde.
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Sus padres esperaban que, al crecer, ambos ojos adoptarían un mismo color, pero no fue
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así.
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A continuación, arrastró con el brazo los libros sobre su escritorio hasta meterlos
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en la mochila.
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Se dijo que tenía que ahorrar para comprarse una nueva.
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Aquella era demasiado infantil y no contribuía a que mejorara su ya escasa popularidad.
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Levantó los ojos dando un suspiro y entonces la volvió a ver.
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La frase misteriosa seguía reflejada en el techo.
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Intrigado, Nico arrojó la mochila sobre la cama y sacó la cabeza por la ventana, intentando
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deducir el origen de aquella extraña proyección.
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¿Sería una campaña de publicidad?
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Pero no supo ver de dónde procedía.
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Se acordó de la profesora de Física que había sustituido a su enemigo durante un mes,
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a principios de curso.
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Se llamaba Blanca.
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Era muy guapa y simpática, pero hablaba tan rápido cuando se entusiasmaba que se ganó
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el apodo de Black and Decker.
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Les habían hablado de la reflexión y la refracción.
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Había entrado en clase con un espejo enorme.
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Tras apagar las luces, pidió a Nico que crease una nube con la tiza del borrador, lo sacudió
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con la mano y entonces ella encendió su linterna.
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Gracias a la nube de tiza pudieron visualizar el camino recto que seguía el haz.
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Luego encendió las luces de nuevo y les propuso un enigma.
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Imaginaos una calle por la que circula un coche oscuro, sin luces.
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Todas las farolas de la calle están apagadas.
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No hay resplandor de ninguna casa, ni luz proveniente de los escaparates.
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De repente, un gato negro cruza por delante del coche.
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Sin embargo, el conductor frena a tiempo antes de atropellarlo.
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¿Cómo ha conseguido verlo?
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En la clase se hizo un silencio expectante.
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Todos temían que una mala respuesta diese como resultado un punto negativo en su expediente.
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Blanca insistió un par de veces y al no obtener respuestas, se resignó a dar la solución.
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Nadie os ha dicho que fuese de noche, era pleno día, de modo que el conductor no tuvo
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problema para verlo y parar.
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¡NICO!
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El tono grispado de su madre hizo que renunciara a seguir buscando el origen del mensaje misterioso.
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Entró en la cocina y engulló casi sin respirar el bol con cereales y leche, mientras su madre
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lo sermoneaba.
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Como cada mañana, bajó dos escalones de dos en dos hasta llegar al portal.
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Abrió la puerta de la entrada, como siempre, y miró la calle por la que solía bajar hacia
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su instituto.
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De repente, se detuvo en el portal.
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Un escalofrío recorrió su espalda a recordar las palabras que tanto le habían intrigado
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unos minutos antes.
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Si quieres que sucedan cosas diferentes, deja de hacer siempre lo mismo.
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Instintivamente giró la cabeza para mirar la calle cuesta arriba.
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Nunca había tomado esa dirección para ir al instituto, porque implicaba dar un rodeo.
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Además, la parte alta de aquella zona era solitaria y apenas había tiendas.
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Recordó como un chispazo unos versos que había visto en la carpeta de la listilla
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de la clase.
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Eran un tal Robert Frost, y decían
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Dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo, yo tomé el menos transitado, y eso marcó
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toda la diferencia.
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Inspirado por el mensaje misterioso y por el recuerdo de ese poema, Nico decidió subir
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la cuesta en lugar de ir calle abajo.
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Poseído por un repentino entusiasmo, le pareció que era la primera vez que pasaba por allí.
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Había detalles de la calle que le sorprendían, desde los colores de las fachadas a la fragancia
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de los árboles otoñales que brotaban en las aceras.
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Nico se sentía extrañamente alerta, como si algo estuviera a punto de suceder.
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¿Era posible que se produjera algún cambio sólo con dejar de hacer lo mismo?
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Acababa de hacerse esta pregunta cuando frenó en seco.
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Al lado de una floristería cerrada descubrió un viejo caserón en el que nunca había reparado,
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y sin embargo había pasado unas cuantas veces por allí.
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De eso estaba seguro.
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Levantó la cabeza lleno de curiosidad.
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Pese a la altura del edificio, sólo había una ventana en el tercer piso.
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Estaba cegada con unos viejos postigos de madera.
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Todo hacía pensar que la casa estaba deshabitada.
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Nico miró inquieto la puerta de entrada, que era mucho más nueva que el resto de la
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casa, que parecía a punto de derribo.
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Estaba hecha de una hermosa madera, en contraste con la de los ventanales del tercer piso,
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que se veía vieja y podrida.
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Y más extraña aún, la puerta estaba cerrada por tres robustos cerrojos.
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Aquello no tenía sentido.
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¿Por qué molestarse enseñar en sellar una casa decrépita y abandonada?
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Nico se fijó en la poca gente que pasaba por allí.
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Nadie reparaba en el caserón.
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Algunos miraban la floristería cerrada, y acto seguido su mirada saltaba al otro lado
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de la calle, como si no pudiesen ver aquella edificación.
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Aunque iba a llegar tarde al instituto, se acercó a examinar de cerca los tres cerrojos
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que protegían la puerta.
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¿Qué diablos habría allí dentro?
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A la izquierda de la puerta descubrió un botón rojo.
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Nico habría jurado que aquel botón no estaba allí un segundo antes.
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Era como si hubiera aparecido de repente cuando miró hacia aquel lado.
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Pero sabía que eso era imposible, así que asumió que le había pasado por alto.
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Debía estar más dormido de lo que pensaba.
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Movedo por la curiosidad, no pudo evitar pulsar el botón.
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Sin saber qué excusa iba a dar, contuvo la respiración al oír el sonido del timbre
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al otro lado de la puerta, pero antes de que volviese a respirar, una voz extrañamente
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lejana contestó por el interfono.
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Sube, te estábamos esperando.
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- 20 de octubre de 2022 - 21:47
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