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El clima de la clase. Curso Formación Básica Docente
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El clima de la clase. Curso Formación Básica Docente
La cuestión de la convivencia en los ambientes escolares es, sin duda, uno de los aspectos que reflejan más preocupación entre el profesorado, las familias y, por supuesto, el propio alumnado.
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A esta cuestión nos referiremos de manera más concreta en otros momentos, pero ahora queremos plantear algo que podría considerarse una cuestión previa.
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¿Tenemos los profesores una visión precisa y ajustada sobre la situación de nuestras aulas,
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bien sea desde un punto de vista más general, bien sea desde una valoración más concreta
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de aquellas en las que intervenimos profesionalmente?
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En general, ha de reconocerse que los comentarios entre profesores parecen casi exclusivamente
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están referidos aspectos negativos, momentos en los que el conflicto ha alcanzado valores
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muy altos o alumnos que han mostrado comportamientos disruptivos o de objeción escolar. Raramente
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en la sala de profesores se escuchan comentarios relativos a momentos agradables, experiencias
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de éxito o respuestas positivas de nuestros alumnos y alumnas. ¿Responde ello a una descripción
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objetiva del clima de nuestras clases? Probablemente la respuesta deba ser negativa. Sin embargo,
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los estudios realizados acerca de las experiencias de los profesores parecen indicar que la situación
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de nuestras aulas dista mucho de un panorama tan desalentador. Pero resulta innegable que
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no es este el clima que reflejan la mayor parte de los comentarios que se escuchan ni
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y que reflejan frecuentes publicaciones en los medios de comunicación
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que presentan, a veces, situaciones excepcionales como habituales.
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Así pues, se transmite una visión distorsionada de la realidad
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que contribuye a crear desánimo y preocupación en las familias,
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en el profesorado y, en definitiva, en la sociedad.
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Cambiar esta situación es responsabilidad de todos y de todas.
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Por otra parte, limitar a esas experiencias negativas nuestro relato de la situación de las clases
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contribuye a reforzar en el grupo de profesores una visión a veces catastrofista de la misma
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refuerza los prejuicios hacia los alumnos y nos predispone a percibir de manera hostil
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las interacciones que se puedan producir en las siguientes clases
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En definitiva, nos acerca a la situación de profesor quemado
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El resultado final se aproxima a un escenario de estrés que hace que nos dirijamos a clase temiendo tener que enfrentarnos a una situación casi alarmante.
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¿Es esto realmente lo que acontece en las clases o en ocasiones anticipamos temerosamente situaciones que no llegan a producirse o lo hacen muy esporádicamente?
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¿Qué pasaría si las conversaciones entre profesores resaltaran los aspectos más gratificantes de sus experiencias escolares?
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Probablemente nos dirigiríamos a clase con un estado de ánimo que nos ayudaría a afrontar la tarea de forma más optimista
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y también los alumnos la percibirían de manera más relajada.
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Sin embargo, son habituales las percepciones distorsionadas de la realidad.
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En ocasiones tenemos una visión de túnel en la que solo se percibe un aspecto o un elemento.
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un hecho entre todos los acontecimientos producidos durante la clase.
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Habitualmente destacamos los acontecimientos que mayor incomodidad nos han causado
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identificando con ellos un escenario más complejo
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en el que se han conjugado situaciones muy diversas.
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Adoptamos también en ocasiones una visión dicotómica de la realidad
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en la que valoramos las situaciones como buenas o malas sin tomar conciencia de que existe una
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gama de grises en las actuaciones de las personas que incorporan posibilidades de mejora. Esta
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especie de maniqueísmo desenfoca y hace imperceptible la mayor parte de los hechos que
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suceden en clase. Igualmente nos instalamos en un fatalismo o negativismo que describe la realidad
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como insuperable, incorregible, originando el desánimo y la frustración en el profesor.
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Nos consideramos incapaces de mejorar un contexto que nos resulta negativo y sucumbimos a un
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cierto fatalismo esperando que la solución llegue desde otras instancias a las que reclamamos
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una intervención que sustituya a nuestra figura.
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Por último, en ocasiones atribuimos una intencionalidad dañina en la conducta de algunos alumnos
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Convertimos en una causa personal contra nosotros problemas cuyo origen se haya muy distante
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y alude a contextos más complejos
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La forma de interactuar del profesor con sus alumnos define el nivel de satisfacción
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que éste va a experimentar en su trabajo y el grado de estrés que va a soportar.
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Es probablemente más determinante para sentir como gratificante y enriquecedor
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el trabajo que se realiza durante un curso el establecimiento de buenas relaciones
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con los alumnos que, por ejemplo, la materia que debe impartirse
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o el horario que se le haya asignado.
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Por lo tanto, conviene cuanto antes precisar cómo es el clima en nuestra clase, qué dificultades encontramos y con qué frecuencia se producen situaciones que realmente nos desagradan y nos dificultan o impiden nuestro trabajo.
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¿Qué elementos entonces debiéramos tomar en consideración para evaluar el clima de nuestra clase?
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Es evidente que la situación en relación a la convivencia debe integrar numerosos factores que determinan en definitiva el grado de satisfacción que cada miembro del grupo siente en ese contexto.
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Sin ninguna pretensión de exhaustividad, algunos de ellos pueden ser los siguientes.
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El primero, el grado de cohesión del grupo, la existencia de alumnos que protagonizan la mayor parte de las interacciones,
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mientras que otros apenas disponen de oportunidades de relación.
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En otros documentos de este curso se aportan algunas consideraciones acerca de los instrumentos sociométricos que nos permiten evaluar esta variable.
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Asimismo, el nivel de satisfacción de quienes intervienen en la clase, no únicamente el alumnado
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sino también es importante conocer la valoración que hace el profesorado
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su percepción acerca de todos los aspectos que integran la actividad escolar
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Evidentemente, la frecuencia con la que se producen situaciones de disrupción en el aula y la gravedad de las mismas
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Asimismo, es importante conocer el nivel de coherencia con que se adoptan medidas para
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corregir esas situaciones.
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Además, la incidencia de factores que penalizan la actividad del grupo, su cohesión, como
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por ejemplo la puntualidad o el absentismo.
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Igualmente puede formar parte de nuestra valoración la disposición del alumnado en relación
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en la realización de las actividades académicas, su actitud en relación a las diversas propuestas
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metodológicas, el tipo de agrupamientos, los modelos didácticos, etc.
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Y, por supuesto, los resultados obtenidos y el grado de satisfacción que producen.
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Por último, el nivel de identificación del alumnado con la gestión del grupo, su participación
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en las estrategias de mejora o su interés por cuestiones más generales del centro.
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Por todo ello, será muy útil diseñar instrumentos y planificar acciones que nos permitan evaluar cada uno de estos factores,
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consultar sus percepciones y sentimientos al alumnado y a los docentes,
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comprobar la eficacia de las medidas adoptadas y la permanencia de sus efectos.
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En definitiva, conocer más allá de comentarios informales de manera rigurosa cuál es la situación de nuestra clase.
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