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AUDIOCUENTO "DON QUIJOTE" - Contenido educativo
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Celebración del día Internacional del libro 23 de abril de 2025
¡Temblad gigante del mundo!
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Seguro que habéis oído hablar de Don Quijote.
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Cuentan que vivió hace muchos siglos en una aldea de la mancha entre campos de trigo y molinos de viento,
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Lo que quizás no sepáis es que Don Quijote no se llamó así desde niño, pues en verdad lo bautizaron con el nombre de Alonso Quijano.
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Hasta que cumplió los 50 años el señor Alonso no se le pasó por la cabeza llamarse de otra forma
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pero un buen día decidió hacerse caballero andante y entonces se puso el nombre de Don Quijote de la Mancha
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y desde aquel momento su vida cambió para siempre
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Todo empezó por culpa de los libros, al señor Alonso le encantaba leer
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Le gustaban los poemas de amor y las novelas de pastores
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Las historias de viajes y los versos de moros y cristianos
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Pero lo que le volvía loco de verdad eran los libros de caballerías
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Hoy ya nadie los lee, pero en la época de don Alonso la gente los adoraba.
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En los libros de caballerías contaban las aventuras.
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Unos tipos de namor de valientes que se hacían llamar caballeros andantes
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iban por los caminos a caballo con una danza en la mano,
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una espada colgada de cinto y un escudo apretado contra el pecho.
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Buscaban malvados a los que derrotar y huérfanos y viudas a los que defender.
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Dormían en el bosque bajo un manto de estrellas y soñaban con hermosas princesas a las que habían jurado amor eterno.
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Y no pasaba ni un solo día que lucharan contra un brujo que les tenía manía, contra un ejército de primones o contra un dragón que comitaba febre.
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Un buen caballero andante estaba dispuesto a dar su vida por los demás
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y no le tenía miedo ni a la mismísima muerte.
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Una vez al caballero brandivado de las manos blancas se le aparecía en mitad del bosque
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Un gigante aitó como una torre que le dijo a gritos
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Vení caballero andante, lucha conmigo si ya te ves
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A don Alonso le gustaban tanto los libros de caballerías que los leía sin parar de día y de noche.
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Cuando la criada lo veía encerrado en su cuarto siempre le decía
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Si sigue leyendo sin parar se volverá loco con tanto dragón y tanto gigante.
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A lo que Don Alonso contestaba, déjame leer que estoy en lo mejor de la historia.
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El caballero Florambel acababa de verse una poción mágica con la que sanaría todas sus heridas.
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Déjame leer que el caballero de Trasía acabó de dar la cabeza a un dragón que tenía seis pares de ojos.
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O le decía, déjame leer, que el caballero Amadís del Galua está del corazón de su amor a la vecina Oriana en el castillo de Miraflores.
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Diciara, Mariana es muy llena.
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Diciara, Mariana es muy llena.
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Muy bien.
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No podría entender. A sus 50 años, don Alonso disfrutará como un chiquillo leyendo aquellos disparates.
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El caso es que el señor Alonso se afició tanto a los libros de caballerías,
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que dejó de comer y de dormir porque no hacía otra cosa más que leer y leer.
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Incluso llegó a vender buena parte de sus tierras para comprar libros y más libros
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hasta que, por culpa de tanto leer y tan poco dormir, se le secó el cerebro y se volvió loco y entonces dijo
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Voy a ser un caballero a darte.
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Me llamaré Don Quirón General Mancho.
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En dos días mataré más grandes que Perador Carno Magno en toda su vida
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Y los huérfanos y las viudas me besarán los pies de tanto como les voy a ayudar.
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No había duda, don Alonso estaba loco de rematear su endeuda.
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Lo que le convenía era dar paseitos por el campo, comer sopo caliente y dormir muchas horas.
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Pero en vez de todo eso se le metió en la sesera lo de hacerse caballero andante, cabalgaría sin descanso día tras día, daría espadazos a diestro y siniestro, dormiría en pleno bosque y comería hierbas del campo.
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Si no encontraba nada, mejor pobre don Alonso, con el buen juicio que había tenido siempre.
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Para ser un caballero, andarte como Dios manda, don Quijote necesitaba unas almas con las que luchar.
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Entonces se acordó que en un rincón de su casa había una armadura y una lanza de sus bisabuelos.
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Estaban llenas de polvo y no eran gran cosa, pero a Don Quijote le parecieron las mejores armas del mundo.
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Las limpió con tanto esmero que acabó por sacarles ese orillo que tienen las cosas recién estrenadas.
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El casco lo tuvo que arreglar con unos cartones, pero como tenía muy buena mano para cortar, coser y pegar, lo dejó como nuevo.
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El día en que se probó aquel viejo traje de metal, don Alonso se sintió como un hombre feliz.
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Temblad gigante del mundo, se dijo muy orgulloso, que aquí está don Quijote de la mancha.
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Pero a un buen caballero no le bastaba con tener unas armas, también necesitaba un caballo,
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el de don Quijote, que estaba en los puros huesos.
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Porque el buen hombre no tenía dinero para comprarse otro mejor,
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Pero como había perdido la razón, le parecía que su caballo valía más que si fuera oro puro.
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He de poner un nombre, se dijo, y es que en los libros que leía Don Quijote,
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los caballos de los gran caballeros siempre tenían un nombre, sonoro y musical.
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Don Quijote se pasó cuatro días maniéndole y quitándole nombres a su caballo y si lo llamara Cantabru... no, y si lo llamara Paso Dulce, y si lo llamara Saltavientos, y si lo llamara Grande Bloque, hasta que al fin exclamó lleno de felicidad.
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Se llamará Rocinante.
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Y con ese nombre se quedó el caballo hasta el fin de sus días.
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Pero no creáis que a un buen caballo le bastará con tener una arma.
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Armar y un caballo también necesitaba una princesa a la que amar con locura.
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Pero ¿dónde iba a encontrar Don Quijote una princesa?
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En la mancha había mulos, mulinos, caminos, encinas, cochinos y otros cientos de cosas,
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pero nunca en la vida se había visto una sola princesa.
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Todas las mujeres de aquellas tierras eran sencillas trabajadoras,
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que era bajar el campo desde el amanecer hasta la noche.
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Así que, ¿quién podría ser la amada de Don Quijote?
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El buen hombre se pasó varios días pensando sin parar hasta que pensó que te pensó.
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Se acordó de Alonso Lorenzo. Sí, Alonso Lorenzo. Sería su amada.
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Alonso Lorenzo era una campesina del pueblo Toboso.
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Don Quijote se había enamorado de ella cuando era joven, pero nunca se atrevió a decirle ni una sola palabra.
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Siempre la miraba desde lejos, asomándose detrás de los árboles, porque le daba vergüenza confesarle su amor.
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El tiempo se olvidó de ella, por la verdad es que al Don San Lorenzo no era lo que se dice una mujer hermosa.
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Tenía un migotillo por debajo del labio, unos brazos gruesos y un marinero, un pelo recio como paja de escoba, unas manos grandes como paja de rastillo, pero como don Quijote estaba un poquillo loquillo y perdido, pensaba que Alonso de Lorenzo era una princesa.
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La princesa Dulcinea del Toboso y que hermosa era Dulcinea en la imaginación de Don Quijote,
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tenía una piel blanca como la nieve, unas mejillas rosadas como claveles,
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unos cabellos dorados como el sol y unas manos delicadas como alitas de ángel.
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Y en vez de sembrar trigo y recoger patatas, cosía con hilo de oro y cantaba canciones al son de un arpa.
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En fin, que cualquier hombre hubiera dado su alma por conocer a una mujer como Dulcinea.
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Capítulo 2. Dulcinea no tiene ojos de sapo.
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Como ya tenía arma de caballo, lanzarse a los caminos, así que un buen día antes del amanecer se levantó de su cama de un salto,
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se puso su armadura, tomó su lanza, montó su río rocinante y salió cabalgando de su aldea.
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Y lo hizo todo tan en secreto que nadie se enteró de que se iba.
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Durante dos días Don Quijote recorrió los caminos sin descanso, pero no encontró ningún ejército contra el que batallar, ni ningún gigante a que darle un merecido, de manera que al final acabó por pelearse con el primero que le salió al encuentro, porque ¿dónde se ha visto un caballero que no luche contra nadie?
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Don Quijote se cruzó con un mercader que iba a Murcia a vender unas cerdas y se le plantó en mitad del camino.
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Tendréis que haber visto la cara que se le quedó al mercader cuando se le apareció.
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Don Quijote nunca en su vida se había topado con un hombre tan alto, tan flaco y tan amarillo como aquel.
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Pero lo que más le asombró fue que llevara puesta una armadura que no se usaba desde hacía más de cien años.
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Decidme, buen hombre, le preguntó Don Quijote, ¿de verdad que Dulcinea del Toboso es la princesa más hermosa del mundo?
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El mercader se quedó de piedra.
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No os lo puedo decir, porque nunca la he visto, respondió.
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Aún así, dijo Don Quijote, tenéis que jurar que es la mujer más hermosa del mundo.
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¿Cómo voy a jurar una cosa sin saber si es verdad?
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¿Por qué quien me dice a mí que esa tal Cinea no es la mujer con ojos de sapos,
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hecha espumajos por la boca y camina enroscada como un erizo?
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Cuando Don Quijote oyó decir aquellas cosas de su dama, se volvió loco de rabia.
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Se le formaron mil arrugas en la frente, los ojos se la vieron como platos y su cara se le volvió roja como la amapola del campo.
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Estaba tan furioso que no se lo pensó. Dos veces apuntó al pecado con su inmensa y galopo contra él para darle un buen canto.
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Voy a hacerse pagar por lo que ha dicho Ruyo.
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Pero justo cuando iba a alcanzar al mercader, Rocinante tropezó con una piedra y su amo echó a rodar por el suelo.
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El mercader, que se había quedado blanco de miedo y estaba rabioso, agarró la lanza de Don Quijote y empezó a paliarlo con muchas ganas.
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Hasta que Don Quijote quedó tan mal parado que no le quedaron fuerzas ni para quejarse.
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Era cosa de verlo, con el casco ladeado sobre la cabeza, un ojo morado y el otro lloroso,
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La nariz coloreada por los golpes y tres o cuatro dientes de menos, el pobre hacía esfuerzo por levantarse, pero cada vez que lo intentaba se caía.
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porque la armadura pesaba mucho y los huesos le dolían a rabiar.
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Aún así tuvo suerte porque al poco rato pasó por el camino un vecino suyo que decidió ayudarle,
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lo atravesó sobre su mula y se lo llevó de vuelta a casa.
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Cuando la cría de Don Quijote vio llegar a su amo, se echó las manos a la cabeza.
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¿Pero qué os ha pasado, señor Alonso? Le dijo que he caído de mi caballo cuando luchaba contra un ejército de 30 gigantes.
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¡Ay, Dios mío! Comenzó a gritar la criada. ¡Que mi amo se ha vuelto loco de tanto leer!
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Don Quijote se pasó dos días metido en la cama curándose de sus heridas que le dolían de lo lindo.
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Mientras tanto la criada fue a ver al cura y al barbero de la aldea, que eran grandes amigos de Don Quijote y les contó todo lo que había pasado.
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Lo que hay que hacer, dijo el cura, es quemarle los libros porque si no volverá a leer y no habrá quien le quite de la cabeza esa manía suya de ser caballero andante.
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Así que aquel mismo día la criada sacó los más de cien libros que tenía su señor y los quemó en el patio de la casa.
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Cuando Don Quijo te preguntó por ellos, la criada le respondió.
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Se lo llevó un brujo volando sobre un dragón.
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Ya sé de qué me hablas.
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Ese brujo es un danfrestón que me odia a muerte porque sabe que soy el caballero más valiente del mundo.
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Pero por más que le quemaran los libros, Don Quijote no se olvidó de su sueño de ser caballero andante.
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Estaba decidido salir de nuevo a los caminos, pero esta vez quería buscarse un escurelo que le acompañase.
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Se fue y le sirvió el área llora. Así que un buen día se fue en busca de un vecino suyo, que se llamaba Sancho Panza, y le preguntó si quería ser su escurelo.
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Sancho Paz, que era un hombre menudo, pero de gran barriga, se encogió de hombros y respondió,
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yo no sé qué es eso de ser un escudero, porque nunca he ido a la escuela, ni sé leer ni escribir.
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Los escuderos son los criados que sirven a los caballeros andantes.
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¿Y qué es un caballero andante?
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Los caballeros andantes somos gentes de bien, que vamos por los caminos buscando aventuras,
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castigamos a los bribones, acabamos con los gigantes y ayudamos a los huérfanos.
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Todo eso está muy bien, dijo Sancho, porque a los buenos Dios los premia, y el que hace el bien merece el bien, y valen más la bondad y la dulzura que la gracia y la hermosura.
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Como veis a Sancho Panza le encantaba decir refranes, entonces, ¿quieres ser mi escudero? preguntó Don Quijote.
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Me gustaría mucho, señor, pero no puedo dejar mi casa ni mis tierras, porque tengo una mujer y dos hijos a los que alimentar.
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Por eso no has de preocuparte, amigo Sancho, porque seguro que antes de una semana conquistaré algún reino por esos mundos de Dios y podré nombrarte rey.
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Y entonces tendrás dinero bastante para vestir a tus hijos como príncipes y podrás comer lo que quieras hasta hartarte.
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Al oír aquello, Sancho Panza no se lo pensó dos veces.
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Si acompañaba a Don Quijote, será rico y no tendrá que labrar la tierra nunca más.
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Así que dijo, cuenta conmigo, señor Don Quijote.
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A los dos días, Don Quijote y Sancho ya estaban en camino.
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Salieron de la aldea en plena noche y sin despedirse de nadie, con muchas ganas de vivir aventuras.
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Don Quijote iba al lomo de su fiel rocinante y Sancho Panza montaba en un borrico
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al que quería más que las pestañas de sus ojos.
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Pero ni el caballero ni su criado se imaginaban el sinfín de alegrías y tristezas que pasarían juntos
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Los caminos de la mancha les estaban esperando con sus viajeros y sus mercaderes
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Sus monedos de viento y sus campos de trigo
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Y las aventuras que iban a vivir fueron tan divertidas que os van a doler las mandíbulas de tantos reíros
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La noche de los líos, aquel día nada más hacerse de día
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Asomaron lejos treinta o cuarenta molinas de viento
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Y entonces dijo Don Quijote, ya tenemos aquí la primera aventura, amigo Sancho, ¿ves aquellos gigantes tan fieros? Pues pienso luchar con ellos hasta darles muerte para que dejen de hacer maldades.
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¡Maldades! ¡Qué gigantes! preguntó Sancho. Aquellos que se ven allí, a lo lejos. ¿No ves los largos que tienen los brazos? Esos no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que parecen brazos son las aspas.
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Y es que como Don Quijote estaba loco de atar todo lo que veía, le parecía igual a lo que había leído en sus libros, confundía los puercos con dragones, los fregonas con princesas, las posadas con enormes castillos y los molinos de viento con gigantes de tomo y lomo.
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Sancho repitió una y mil veces que lo que veía a lo lejos eran molinos
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¿Pero creéis que su amo le hizo caso?
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Ya veo que tienes miedo, exclamó Don Quijote
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Pero no temas, que este combate es cosa mía
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Y sin añadir nada más, echó a cabalgar a toda prisa
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Apuntando con la lanza los idontes de su imaginación
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Que son los molinos, señor, gritaba Sancho
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Pero su amo ya no podía oírle
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Como el viento movía las aspas de los molinos, Don Quijote decía con mucha valentía,
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mueve los brazos todo lo que quieras, que no os tengo miedo.
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Pero cuando llegó al primer molino y le clavó la lanza en el aspa,
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el golpe fue tan fuerte que Don Quijote y los sinantes cayeron rodando por el suelo.
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El pobre caballero vio las estrellas y se quedó más blanco que un fantasma.
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En esto llegó Sancho gritando
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¿No le decía yo que era en molinos?
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A lo que respondió Don Quijote
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Calla amigo mío, que todo esto ha sido cosa del mago Frestón
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El otro día se llevó mis libros por los aires
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Y ahora ha transformado los gigantes en molinos
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Para verme rodar por el suelo
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Pero juro por mi dulcinea que ese brujo maldito pagará muy caro todo el mal que me está haciendo.
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Durante todo aquel día Don Quijote viajó inclinado sobre la cabeza de su caballo
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porque los huesos le dolían tanto que no podía enderezarse.
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Al atardecer asomó junto al camino una venta, que era el lugar donde se alojaban los viajeros y entonces dijo Sancho,
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¡alégrese señor, porque allí abajo se ve una venta!
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Don Quijote alzó la cabeza, miró a lo lejos y respondió,
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Eso no es una venta sino un castillo, le dijo el Señor que es una venta
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Eso es un castillo, eso es una venta, eso es un castillo
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Y así se pasaron un buen rato sin que Don Quijote ni Sancho dijeran su brazo a torcer
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Cuando llegaron a la venta la encontraron llena a rebosar, pero el ventero les puso un pan de camisas en un pajar
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Para que pudieran pasar la noche antes de acostarse, Sancho se bebió una botella de vino, con lo que se quedó dormido en un santamén.
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Don Quijote se mantuvo despierto mucho rato, pues le había dado por pensar que en aquel castillo vivía una hermosa princesa.
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Seguro que se ha enamorado de mí al verme llegar, se decía, y esta noche vendrá a confesarme su amor.
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Pero yo no puedo corresponderle, porque mi corazón es de dulcinea.
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Y así, piensa que te piensa, se pasó más de tres horas con los ojos abiertos como una liebre.
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De pronto, a eso de la medianoche, se oyeron unos pasos en la puerta del pajar.
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Y entonces Don Quijote se dijo, ¡Ay Dios mío! Ya está aquí la princesa.
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Pero la que abrió la puerta no era ninguna princesa, sino una mofa que trabajaba en la venta.
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Se llamaba Maritornes y tendríais que haberla visto.
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Era tan bajita como si le faltara medio cuerpo.
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Tenía la nariz chata y un ojo torcido.
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Y estaba tan jorobada que casi rofaba el suelo con la barbilla.
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El caso es que se había enamorado de un mulero que tenía su cama al lado de Don Quijote.
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Aquella tarde el mulero se había acercado a Maritornes y le había dicho al oído,
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Esta noche cuando todo el mundo duerma ven a verme al pajar y te daré esos besitos que tanto te gustan
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Así que allí estaba Maritornés, para que nadie la oyese, entró en el pajar a oscuras y de puntillas
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Y se fue pasito a paso en busca de su mulero
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Y ya estaba a punto de tocarle los pies cuando alguien la agarró por la muñeca y empezó a decirle
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Hermosa princesa, ya sé que me adoráis
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Tenía maritornes, un cabello áspero como el pelaje de un burro
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Y un aliento que apestaba a pescado podrido
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Pero a don Quijote le parecía que su princesa olía a lirios del campo
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Y que tenía el cabello más fino que la seda
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Si mi corazón no fuera de dulcinea, dijo
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Esta noche mismo os entregaría mi amor
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Pero ocurrió que el mulero lo oyó todo y saltó de su cama muerto de celos.
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Maritones es mía y solo mía, gritó y sin pensarlo dos veces se acercó a Don Quijote y le soltó tal puñetazo en la cara que le dejó bailando tres o cuatro dientes.
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Para no ser contento con eso, se le subió encima de las costillas y empezó a dar saltos y más saltos como si fuera un caballo a la carrera.
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¡Ay, ay! gritaba Don Quijote.
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La cama, que no era muy fuerte, soportó mal que piden los primeros trotes, pero al final no pudo aguantar más y se vino abajo. El ruido fue tan grande que el vendedero se despertó de golpe y comenzó a gritar.
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¿Qué estás haciendo, malditor Ness? ¿De seguro que está escandalando? ¿Es cosa tuya?
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Pero como la moza no respondía, se fue derecho al pajar donde dentro diciendo
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¿Dónde está ese mal bicho de malditor Ness?
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La moza se asustó tanto que corrió a esconderse en la cama de Sánchez.
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Y sucedió que justo entonces el buen escudero estaba soñando que lo persiguía.
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Un ejército de moros. Así que cuando notó al lado aquel bulto de pesadilla, comenzó a dar puñetazos a diestro y siniestro.
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Y como Maritornes respondió con golpes y arañazos, empezó una pelea la más graciosa.
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—¡Déjame ir, maritornes! —dijo el mulero, que abandonó a don Quijote y se fue en busca de Sancho. —¡No te escondas, maritornes! —gritó el ventero, que se fue corriendo a cazarle a la moza.
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De modo que todos acabaron en la misma cama y fueron tantos los golpes que se dieron que no quedó un solo hueso sano en todo el pajar.
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Y cuando los cuartos quedaron bien molidos y aporreados, cada cual se volvió a su cama sin decir ni pío y se durmió como pudo con su paliza a cuestas.
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—Sancho, ¿estás despierto? —dijo Don Quijote con una voz tan débil que parecía de mujer.
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—¿Cómo quiere que esté así aquí no hay quien duerma?
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—¡Ay, Sancho! ¿Sabes que este castillo está encantado?
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—Hace un momento estaba conversado tan ricamente con una princesa cuando de pronto ha venido un gigante y me han molido todos los huesos del cuerpo.
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A mí también me han atrizado, dijo Sancho.
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Entonces lo mejor es que preparemos el vaso de feobras.
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Y eso que es, se dice en vaso de fiebras, amigos Sanchos y el vestizos mágicos,
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que curan todos los males del mundo, con decirte que bastará una sola gota para devolverte la vida a un muerto.
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Sancho se levantó de la cama más arqueado que una tortura y salió del pajar pasito a pasito.
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Cuando su escudero volvió con los ingredientes, don Quijote preparó el bálsamo y se echó un buen trago.
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Al principio le dieron calofríos y bastantes sudores, pero al cabo de una hora estaba como nuevo.
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Ya veo que el bálsamo del feo Blas hace milagros, exclamó Sancho.
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Así que imitó a su señor y se echó un buen trago, pero la pócima le sentó tan mal que el mundo empezó a darle vueltas.
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El pobre Sancho se pasó más de tres horas pensando que se moría.
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Vomitó diez o doce veces.
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Ras que no se acababan nunca.
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Y cuando ya pasaba todo y empezaba a dormirse,
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de repente Don Quijote se levantó con más ánimo que nunca
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Y dijo a voz en grito, vístete Sancho que nos vamos a buscar aventuras ras.
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Pero lo peor aún estaba por llegar.
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Sucedió que Don Quijote se negó a pagarle al ventero por el gasto que había hecho en la venta.
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Esto es un castillo, decía, y los castillos no se pagan.
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Así que montó a lomos de rociante y salió de la venta con la frente muy alta.
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Entonces el ventero se fue en busca de Sancho y le reclamó el dinero a la que Sancho respondió.
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Si me amo, no pago ya tampoco.
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Como el vendedor empezó a gritar, se le acercaron unas mazos rofortachones.
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que estaban en la venta y le dijeron
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No os preocupéis, señor ventero, que nosotros le haremos pagar a este sincuerbenza.
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Y lo que hicieron fue sacar a Sancho hasta el patio de la venta,
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echarlo en mitad de una manta y lanzarlo a las alturas una y otra vez,
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Como si fuera un triste muñeco.
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Señor Don Quijote, señor Don Quijote, gritaba Sancho.
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Venid a ayudarme, que me matan.
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Al oír aquello Don Quijote volvió a la cabeza y entonces se dio cuenta de que Sancho no le seguía regreso.
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A la venta, al galope, pero el ventero había cerrado la puerta y no le dejó entrar.
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Así que Don Quijote no tuvo más remedio que quedarse a fuerza viendo volar a su escudero, como si fuera un gorrión.
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No maltrateis más al bueno de Sancho, gritaba.
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Seguro que esos que sacuden a mi escudero son unos diablos enviados por el mago Frestón, se decía.
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Así que Sancho siguió dando volteretas en el aire durante más de media hora.
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Hasta que los mozos se cansaron de hacerlo volar.
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Cuando volvió a tierra estaba tan mareado que se caía para los lados como los borrachos.
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Pero no quiso quedarse en la venta ni un segundo más, sino que se subió en su borrico y salió al campo, más ligero que el viento.
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Y cuando ya se alejaba miró hacia atrás y se dijo con una sonrisa,
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¿Qué diablos al menos no he pagado?
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Capítulo 4. La guerra de los rebaños.
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Justo cuando Sancho salía de la venta, asomó a lo lejos una gran polvareda.
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Y entonces dijo Don Quijote,
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esos que levantan tanto polvo son los soldados del malvado Arifanfarón,
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que es un rey moro que aborrece a los cristianos.
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Pero cuando Sancho miró hacia la polvareda,
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lo único que vio un rebaño de ovejas que se acercaba a toda prisa.
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Así que le dijo a su amo,
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¡Ay, señor! No se engañe que lo que viene por ahí no es un ejército, sino un rebaño de ovejas y carneros.
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Escuchó bien y oirá los válidos.
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Eso no son válidos, replicó Don Quijote, sino trompetas que llaman al combate.
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Al infanfarón quiere guerra y juró que se la voy a dar.
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De modo que fue dicho y hecho, empuñó con fuerza su lanza, espoleó el rocinante y marchó al galope contra aquellos pobres soldados vestidos de lana.
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Cuando los pastores vieron que Don Quijote les estaba matando las ovejas, empezaron a tirarle piedras para que se marchasen.
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Y fueron tantas piedras que le soltaron, que le marcharon los dedos y le rompieron tres o cuatro dientes.
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¡Ay, Sancho! dijo Don Quijote. Cuando los pastores se fueron, saca el bálsamo de Fierabrás, que me han dejado molido de la cabeza a los pies.
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Sancho le acercó el bálsamo y su amo se lo bebió de un trago hasta no dejar ni una sola gota.
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Ahora mírame la boca, dijo don Quijote, y dime cuántos dientes me quedan, porque me parece que he escupido por lo menos dos o tres.
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Como Sancho era tan obediente, le metió los ojos a su amo hasta la mismísima garganta.
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Pero justo entonces el bálsamo hizo su efecto y Don Quijote soltó por la boca todo lo que llevaba en el estómago.
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Y cuando el pobre Sancho se vio empapado de vómitos, sintió tanto asco que también él devolvió sobre su señor.
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Con lo que quedaron los dos la mar de lindos.
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¿Cuántos dientes me quedan? Dijo Don Quijote.
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Ni uno solo, contestó Sancho.
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Pero dígame, señor, ¿todas nuestras aventuras van a ser como las de estos días?
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Lo digo porque si es así, lo mejor es que nos volvamos a casa, que ahí nos hartaremos de migas y gazpachos sin que nos maten ni nos salten los dientes.
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Mire que muchas veces se va por la lana y se vuelve trasquilado, y tanto va al cántaro, a la fuente, que al final se rompe.
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Ay, Sancho, deja de amontonar refranes que me vuelves loco, y no desesperes que cualquier día de estos la suerte empezará a sonreírnos,
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Y entonces te nombraré rey de Etopia, operador de las tres Arabias.
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Sancho confiaba tanto en las palabras su amo, que aquellas noches soñó que era rey.
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En un sueño llevaba una corona de oro en la cabeza.
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Estaba sentado en un trono muy a sus anchas.
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Y los condes y los marqueses que preguntaban una y otra vez,
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¿En qué podemos servir a su majestad?
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Pero en los días que siguieron, don Quijote no conquistó ningún reino, sino que volvió a sacar la espalda cuando menos debía.
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Confundió a unos monjes con unos demonios y batalló con un escudero bizcaíno que le cortó media oreja de un espadazo.
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espadazo. Sancho pasaba tanto miedo con aquellas malditas aventuras que temblaba todas horas como
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si tuviera fiebre y lo peor era que muchos días no encontraban que comer ni dónde dormir, así que
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tenían que acostarse en pleno bosque y con el estómago vacío. ¿Cómo echo de menos los garbanzos
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que me guisaba mi Teresa? decía Sancho. No te preocupes, respondía don Quijote, que el día menos
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pensado llegaremos al castillo de un caballero y nos servirán un gran banquete de platos
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de oro, pero a la hora de la verdad lo único que sacaban de sus aventuras eran palos y
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más palos.
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Llegó un momento en el que a Sancho le dolían todos los rincones del cuerpo, desde la punta
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de las cejas a las uñas de los pies.
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Yo me vuelvo a mi casa, se decía, porque este Don Quijote está loco de atar, pero
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al final siempre seguía adelante y es que aventura tras aventura le había tomado mucho
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cariño a su amo, porque Don Quijote era un hombre muy generoso y trata a las mil maravillas.
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Además había días en el que Sancho se reía de lo lindo como le pasó con la aventura
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del yelmo de madrino. Sucedió que una mañana vieron venir por el camino a un hombre montado
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en un borrico que llevaba algo brillante en la cabeza y entonces dijo Don Quijote, ya
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tenemos aquí una nueva aventura.
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Porque lo que ese caballero lleva en la cabeza es el yelmo de Mambrino, un casco maravilloso
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que vuelve invencible a quien lo usa. Así que voy a hacerme con él cueste lo que cueste.
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Sin embargo, el hombre que se acercaba no era ningún caballero, sino un humilde barbero
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de pueblo y lo que llevaba en la cabeza era su vacía, o sea, el plato de hojalata que
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usaba para remojar las barbas de sus clientes.
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Como empezaba a llover, el buen hombre se había puesto la vacía en la cabeza para
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no mojarse y por eso don Quijote la confundió con un casco valiosísimo.
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Dame ese yermo deshinchado porque yo merezco más que nadie, le gritó al barbero y comenzó
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a galopar contra él, dispuesto a atravesarlo con su lanza.
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El pobre barbero se asustó tanto que saltó de su borrico y se escapó a todo correr.
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En la huida perdió la vacía que Sancho recogió para su amor, pero cuando Don Quijote se la puso notó que le bailaba en la cabeza porque le iba muy grande.
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Sin duda que este casco lo ha usado algún gigante, dijo don Quijote.
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Pero no importaba porque se lo llevaré a un herrero y le pediré que me lo retoque hasta dejarlo a mi medida.
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Y mientras tanto lo llevaré puesto y ya verás cómo me libra la cabeza de vas de una pedrada.
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Sancho se montaba de la risa.
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¿A quién se le ocurre ponerse una vacía en la cabeza? pensó.
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Pero no dijo nada porque su amo se enfadaba mucho cuando le llevaba la contraria.
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Así que desde aquel día Don Quijote se paseó por el mundo con una vacilla en la cabeza, igual que otros locos se ponen un gorrito de papel pensando que llevan un sombrero de capitán pirata.
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Pero la primera alegría de verdad se la llevó Sancho en la Sierra Morena.
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Cabalgaba junto a su amo Montaña arriba cuando de pronto encontraron sobre la hierba más de 100 monedas de oro envueltas en un pañuelo.
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Quédate ese dinero, dijo Don Quijote, porque te lo merece más que nadie en el mundo.
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Sancho se puso tan contento que comenzó a dar saltos y besó las manos de su señor más de veinte veces.
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Ahora sí que doy por bien empleados todos los palos que he recibido, gritaba.
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Aquella misma mañana llegaron a un pravo lleno de flores, por el que pasaba un manso arroyuelo.
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Y entonces Don Quijote dijo que quería quedarse unos días a solas entre aquellas montañas para pensar en Dulcinea, sin que nadie le estorbase.
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¿Y yo qué hago mientras tanto? Preguntó Sancho.
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Irías al toboso y llevarás una carta a mi amada.
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Y a cambio de ese servicio yo te regalaré tres burricos que tengo en mi establo.
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¿Pero qué sobre? ¿Dónde viene Dulcinea?
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No tienes más que preguntar por el palacio de su padre, que se llama Lorenzo Corchuelo.
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Sancho se quedó de piedra.
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¿Me estás diciendo que Dulcinea del Teboso es Aldonza Lorenzo, la hija de Lorenzo Corchuelo?
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Esa misma, y es tan hermosa y delicada que merece ser la reina de todo el universo
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Y que lo diga, y que lo diga, exclamó Sancho
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Yo la he visto más de una vez y sé que es morena y fortachona
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Y que levanta un saco de patatas en menos que canta un gallo
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Y yo que pensaba que la señora Dulcinea era una princesa
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Muy bien.
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en nuestras soledades para poder pensar en ella con mis cinco sentidos.
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Misión en mi comicón.
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A la mañana siente, Santos salió de Sierra Morena y tomó el camino que llevaba al toboso.
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Y a eso del mediodía pasó ante la venta donde lo había manteado.
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Tendría que entrar a comer, se dijo, porque estaba muerto de hambre.
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Pero, ¿y si me mantean como la otra vez? Y en esa duda estaba cuando salieron de la venta dos hombres y dijeron a un tiempo.
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Pero si aquel es Sancho Panza, os preguntaréis de qué lo conocía.
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Y la respuesta es que aquellos dos hombres eran el cura y el barbero de la aldea de Don Quijote, los mismos que le habían quemado los libros.
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Al ver a Sancho Panza, se acercaron a él y le preguntaron.
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Dicidnos, Sancho, ¿dónde está vuestro amo?
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Su criada cree que le ha pasado algo malo y no deja de llorar por él.
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Sancho no supo qué contestar.
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¿Y si don Quijote se enfada conmigo por contar lo que no debo?
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Pensó, de modo que respondió.
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No puedo contarles dónde está mi amo, porque me ha dicho que lo guarde en secreto.
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Entonces pensaremos que lo que habéis matado pues salisteis con él de casa y ahora vais solo
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Yo no he matado a nadie, protestó Sancho
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Don Quijote está en el monte vivito y coreando y se dedica a pensar en su amada con los doce sentidos
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Y yo voy al toboso a llevarle una carta a Dulcinea
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Entonces dejadnos ver esa carta y os creeremos
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Sancho se metió la mano bajo la camisa para sacar la carta
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Pero por más que buscó y rebuscó no logró dar con ella
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Ay, desdichado de mí, que la he perdido, dijo, y comenzó a arrancarse las barbas y a borrearse las narices de tan disgustado como estaba.
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Y lo peor es que me he quedado sin tres borricos como tres castillos por culpa de mi mala cabeza, añadió llorando a moco tendido.
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El barbero lo vio tan desesperado que le dijo
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Dejad de llorar, Sancho
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Porque lo único que tenéis que hacer es decirle a Don Quijote
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Que Dulcenía recibió la carta y que le gustó muchísimo
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Y ahora entrar con nosotros a la venta
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Que es hora de comer
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Sancho se secó las narices y respondió
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Yo en esa ventana no entro
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Porque está llena de demonios y gente de malvivir
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Que lo hacen volar a uno por los aires
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Pero hágame el favor de sacarme unos garbanzos que llevo dos días sin hincar el diente y estoy por comerme las orejas de mi bórrico.
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El cura y el barbero no entendieron nada, porque nadie les había contado lo del manteo así.
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Así que fueron a buscar los garbanzos pensando que el pobre Sancho estaba más loco que su mismísimo amo.
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Mientras comían en la venta, el cura le dijo al barbero,
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Hay que llevar a Don Quijote a su casa, sea como sea, y lo mejor es que nos disfracemos y le hagamos ver que necesitamos su ayuda.
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Yo me vestiré de princesa y vos sabés de mi escudero.
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E iremos a buscarle para decirle, por favor, señor Don Quijote, acompañarnos a nuestro reino,
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porque tenéis que matar a un gigante que no nos deja vivir en paz.
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Y lo que haremos es llevar a Alonso a su casa sin que se dé cuenta.
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Así que le pidieron alas, venteras, unas prendas con las que disfrazarse.
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El cura se puso unas faldas y un capirote de princesa.
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Y el barbero se tapó media cara con unas barbas postizas que le llegaban hasta la cintura.
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Pero cuando el cura se vio vestido de mujer comenzó a protestar.
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Esto es ridículo. ¿Dónde se ha visto un sacerdote vestido de princesa? En esto se oyó una voz que decía...
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Si quieren, puedo ayudarles. La que hablaba era una dama que se alojaba en la venta. Se llamaba Dorotea y era tan hermosa que los hombres se quedaban embobados al verla.
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Tenía unos cabellos rubios como el oro, unos labios rojos como cerezas y una piel más blanca que la nieve
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y hablaba con una voz tan armoniosa como si fuera un ángel.
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Yo puedo ser princesa, dijo, porque he leído muchos libros de caballerías
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y sé muy bien cómo hay que hablarles a los caballeros andantes.
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Viendo que había encontrado a la princesa perfecta, el cura sonrió de oreja a oreja y dijo
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Que Dios te bendiga, hija mía, y poco le faltó para besarle los pies a Dorotea.
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Así que la bella Dorotea se puso su mejor vestido, hecho de un collar de perlas al cuello,
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y salió de la venta con la barbilla muy alta, como si hubiera sido princesa desde el principio de los tiempos.
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Pero, ¿quién es esta dama tan hermosa? preguntó Sancho.
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Es la princesa Micomicona, dijo el cura, y ese de las barbas coloradas es su escudero.
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Han venido desde un reino muy lejano para pedirle a Don Quijote que les mate un gigante.
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Y han prometido que si vuestro amo le ayuda, os recompensaría con muchas riquezas.
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Al oír aquello, Sancho se puso loco de contento.
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No os preocupéis, señora princesa, dijo, que a mi amo se le da de maravilla eso de matar gigantes, con deciros que los echa a barbas de cinco en cinco y de seis en seis.
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Entonces vamos a buscarlo, dijo Dorotea, así que la princesa y su escuadro se pusieron en camino en compañía de Sanzo y el cura.
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Al día siguiente entraron a Sierra Morena y llegaron hasta Don Quijote, al que encontraron más flaco y amarillo que nunca porque llevaba tres días pensando en dulcinea sin comer otra cosa más que hierba.
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Dorotea se arrodilló ante él y le dijo,
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Oh, valeroso don Cogote, don Quijote, señora, se llama don Quijote, le corrigió Sancho.
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Oh, valeroso don Quijote, dijo Dorotea, soy la princesa Micomicona y he venido desde el lejano reino de Micomicón para pediros un favor muy grande.
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Pedid lo que queráis, contestó don Quijote, porque mi deber de caballero es socorrer a los necesitados.
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Antes de nada, dijo Dorotea, debo asegurarme de que sois el auténtico Don Quijote.
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Por supuesto que sí, dijo Sancho. Mi amo es el famosísimo Don Quijote de la Mancha,
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que lo mismo mece a un huérfano en su cuna, que descabeza a un dragón en un visto y no visto.
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Y no debéis juzgarlo por su triste figura, porque es tan valiente y sufrido que no se queja ni aunque se le salgan las tripas.
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Lo que a mí me han contado, dijo Dorotea, es que el verdadero Don Quijote tiene un lunar con dos pelos muy negros en el sobaquillo izquierdo.
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Sancho, hijo, dijo Don Quijote, ayúdame a quitarme la camisa, que quiero ver si tengo esos dos pelos.
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No hace falta, señor, que yo se los he visto alguna vez y puedo decirle que son tan gruesos como las cerdas del cepillo
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Entonces no hay duda, dijo Dorotea, y puesto que sois el auténtico Don Quijote
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Quiero pediros que me acompañéis con mi con y matéis al gigante Pandafil
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Entonces no hay duda, dijo Dorotea, y puesto que sois el auténtico Don Quijote, quiero pediros que me acompañéis a mi conmicon y matéis al gigante pandifilando de los ojos piscos, que es más malo que un demonio y quiere quitarme mi reino.
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y os prometo que si salís victorioso me casaré con vos para haceros rey
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y así podréis nombrar a nuestro escudero conde de Don Blepanza o Márquez de Tripasanchas.
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Sancho se alegró tanto al escuchar aquello que se puso a saltar como una liebre.
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¡Viva la princesa Micona! gritó.
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En cambio Don Quijote contestó muy serio.
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Señora mía, lo de casarme con su alteza no será posible
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Porque mi corazón es de dulcinea del toboso
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Sancho no podía creérselo
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Pero, ¿es que va a dejar plantada una princesa como Dios manda?
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Dijo, parece con la hija de Lorenzo Corchuelo
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Así jamás en la vida se le conde las tripas largas
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Pero, ¿no ve que a Aldo Salores no le llega a Doña Micona ni a la suela del zapato?
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Don Quijote se enfadó tanto al oír que soltaban a su cinea que levantó su lanza y le soltó a Sancho un buen golpe en la espalda.
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Retira lo que has dicho ahora mismo, rugió.
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Sancho comprendió que había metido la pata y se arrodilló ante su amo para pedirle perdón.
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Yo me retiro, señor, dijo, y discúlpeme, pero es que tengo la lengua a mí suelta.
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—Perdona, ¿tú también? —respondió Don Quijote. —Pero es que no soporto que hablen mal de Dulcinea.
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Entonces, ¿nos vamos a Micomicón? —preguntó Dorotea. Y como Don Quijote respondió que sí, se pusieron en camino sin perder un instante.
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Pero al poco de empezar el viaje le sucedió una cosa, que estuvo a punto de estropear todo.
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Resultó que el barbero resbaló y su caballo y al rodar por el suelo se cayeron de golpe las barbas postizas.
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¡Ay Dios mío! se dijo el cura, Don Quijote se va a dar cuenta de que todo es un engaño.
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¿Pero qué creéis que pensó Don Quijote cuando vio al escudero lejos de su barba exclamó?
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Si será malvado, el mago frestó que le ha arrancado las barbas a este pobre hombre tan solo o para meterme en miedo.
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Pero yo no me asusto por niñerías y juro que iré a mi comí con aunque me cueste la vida.
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Mientras tanto, el cura se puso delante del barbero y le pegó las barbas con mucho disimulo.
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Y luego dijo, ranas, renacuajos, moscas y lombrices, cálganle las barbas bajo las narices.
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Son unas palabras mágicas, aclaró, que sirven para devolverse las barbas al que las ha perdido.
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Entonces las guardaré en la memoria, dijo Don Quijote,
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porque si valen para pegar barbas también servirán para curarme las heridas cuando me enfrente a algún trabón un día de esto.
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Qué raro, se dijo Sancho, el escudero de Doña Micomicona es igualito al barbero de la aldea.
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Pero al final pensó lo mismo que su amo, que todo sería un encantamiento del mago Frestón.
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Acabando el asunto de las barbas, Don Quijote se acercó a su escudero y le dijo,
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Cuéntame Sancho, ¿qué te dijo Dulcinea cuando le entregaste mi carta?
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Explícamelo ahora mismo, que estoy loco por saberlo.
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Sancho Panza se quedó parido como un muerto.
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Y ahora que le respondo, pensó.
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Así que le soltó lo primero que le vino a la lengua.
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Y dime, Sancho, ¿qué hacía la reina de mi corazón cuando le entregaste la carta?
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Seguro estaba bordando unas sedas de oro.
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Cuando yo llegué, dijo Sancho, estaba echándole sal a unos lomos de puerco.
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¿Y no sentiste un aroma de rosas al acercarte a ella?
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Lo que noté fue un olorcillo a sudor que echaba para atrás, pero sería que Dulcinea estaba algo correosa, de tanto menear los puercos.
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No fue eso, Sancho, sino que tú estarías resfriado o te oliste a ti mismo, porque mi Dulcinea huele a rosas.
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Pero, ¿sabes qué es lo que más me maravilla?
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Dígame, señor.
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Lo que más me maravilla es que solo has tardado tres días en ir al toboso y volver, pero ¿será que fuiste y volviste por los aires ayudando por algún mago que me aprecia mucho?
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Eso sería señor, porque yo noté que mi borrico andaba como si volara, pero mejor dejemos este asunto y no me pregunte nada más, pues ya sabe que tengo tan mala memoria que a veces ni me acuerdo de cómo me llamo.
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Capítulo 6 Don Quijote viaja en jaula
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Al día siguiente los viajeros pasaron junto a la venta y el cura propuso entrar a comer
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Pero Sancho se acordó del manteo y dijo muy enfadado
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Yo no pongo los pies en esa venta ni por todo el oro del mundo
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Porque ahí dentro vive el mismísimo diablo
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Pero como todos entraron, el pobre Sancho no tuvo más remedio que seguir a los demás
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Prepárenme una cama encerrida, dijo Don Quijote nada más entrar
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Que vengo muy cansado.
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Yo os pondré una cama de príncipe, contestó la ventera, pero prometedme que no os iréis sin pagar como hace unos días.
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Por eso no os preocupéis, dijo el cura, que yo pagaré la cama y todo lo que haga falta.
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Así que la ventera la preparó a Don Quijote una cama en el mismo pajar que la otra vez.
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Y ahí se fue Sancho tras su amo para ayudarle a quitarse la armadura.
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Mientras tanto los demás se sentaron a comer y acabaron charlando.
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En nuestra idea decía el cura, todo el mundo lo quiere mucho porque Don Alonso tenía un gran corazón, pero desde que le dio por ser caballero al Dante ya no sabe lo que se hace ni lo que se dice.
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Y lo peor es que Sancho se ha contagiado de su locura, añadió el barbero, y cree que cualquier día de estos lo harán conde o marqués. El ventero y su mujer se echaron a reír.
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¿Así que Sancho quiere ser conde? Decían. Pero la risa se les acabó de pronto cuando Sancho salió del cuarto de Don Quijote diciendo a gritos.
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Vengan todos a ayudar a mi señor, que está peleando contra el gigante pandafirando y acaba de cortarle la cabeza como si fuera un ave.
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Eso no puede ser, exclamó el cura, porque Pan de Filando vive en la otra punta del mundo.
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Les digo que entren a ayudar a miñamo y verán el suelo lleno de sangre y la cabeza del gigante en un rincón.
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Eso es un que es tan grande como un cuero de vino.
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El ventero se echó las manos a la cabeza.
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¡Ay, Dios mío, que ya sé lo que ha pasado! exclamó.
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Seguro que el maldito Don Quijote le ha pegado alguna cuchillada a los cueros de vino tinto
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Que hay a la cabecera de su cama
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Y la sangre que dice este buen hombre será el vino que se ha derramado
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Temiéndose lo peor, el ventero echa a correr hacia el cuarto de Don Quijote
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A donde le siguieron los demás
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Dios quiera que este Don Quijote o Don Diablo no vuelva jamás por aquí
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Gritaba la ventera
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Cuando llegaron al pajar, encontraron a Don Quijote con la espalda en alto, chapoteando sobre un charco de vino y acuchillando los cueros. Llevaba un gorrillo colorado en la cabeza y una camisa muy corta que dejaba las piernas al aire. Unas piernas largas, flaquitas y muy peludas, y tan sucias que daba lástima verlas.
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Pero si tiene los ojos cerrados, dijo el barbero, eso es que está soñando que lucha contra el gigante, aclaró el cura.
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Pelea pandafilando, rugía Don Quijote, dando espadazos a diestro y siniestro.
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El caso es que cuando el ventero vio los cueros destrozados, se volvió loco de rabia.
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Sin pensarlo dos veces, corrió hacia Don Quijote.
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Lo agarró por el cuello y comenzó a apodearle la cabeza, como si quisiera enviarlo al otro mundo.
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El cura y el barbero trataron de sujetarlo, pero el ventero no paraba de soltar golpes.
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—¡Dejadlo, que lo vais a matar! —le gritaban. Pero no creáis que don Quijote se despertó con los puñetazos, sino que siguió soñando como si tal cosa, así que tuvieron que echarle un jarrín de agua fría encima para abrirle los ojos.
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Mientras tanto Sancho Panza se puso a gatas y comenzó a buscar por el suelo la cabeza del gigante pandofilando.
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—Tengo que encontrarla como sea —se dice— o no me hará el marqués de tripas largas.
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Pero es seguro que está por aquí, porque yo la he visto caer con mis propios ojos.
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No había duda, estaba más loco Sancho despierto que su amo durmiendo.
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En esto, don Quijote vio la azotada del cura y pensando que eran las faldas del tal Miconomícona,
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se arrodilló diciendo, hermosa princesa, pandafilando, ya está muerto.
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Al oír aquello, Sancho se puso en pie de un salto y gritó loco de alegría.
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No lo decía yo, ya pueden nombrarme marqués porque Pandalifando está muerto y Requete muerto
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Eran tantos los disparates que decían entre Sancho y su amo
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Que todos mondaban de la risa, todos menos el ventero
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Al que se lo llevaban los diablos
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En mala hora entró Don Quijote en nuestra venta, se lamentaba
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Al final entre el cura y el barbero lograron acostar a Don Quijote
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Que se quedó dormido en un abrir y cerrar de ojos
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En cambio, el ventero siguió gruñendo y gruñendo durante mucho rato, hasta que el cura sacó un buen puñado de dinero y le pagó los cueros y el vino.
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Hay que llevar a Don Quijote a la aldea. Cuanto antes, le dijo entonces el cura al barbero, o acabaremos en la ruina.
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Os diré qué vamos a hacer. Al entrar he visto en el patio un carro de bueyes, así que construiremos una jaula con unas cañas y luego le pediremos al dueño del carro que...
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Y el cura explicó su plan con todo detalle.
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Aquella noche, don Quijote se durmió la mar de contento, pensando en lo bien que se le daba lo de matar gigantes.
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Pero al despertar, notó que no podía mover ni los pies ni las manos.
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Y lo primero que pensó fue, seguro que el mago Frestón me ha hechizado mientras dormía.
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Entonces abrió los ojos y se quedó un mundo de asombro, porque alrededor de su cama vio a cuatro fantasmas,
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que eran los que tenía agarrado.
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Llevaba la cara cubierta con una máscara e iba vestido con largas túnicas.
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Y, sin dar ninguna explicación, levantaron a Don Quijote de la cama,
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lo sacaron al patio y lo encerraron en una gran jaula
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que se encontraba sobre un carro de bueyes.
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¡Oh, Don Quijote, la mancha!
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Dijo entonces uno de los fantasmas, con una voz muy ronca que le daba miedo.
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No sufras, porque hemos venido a ayudarte.
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Dentro de esta jaula mágica viajarás en un santiamén hasta el reino de Micón Micón, donde debes matar todavía a otros cinco o seis gigantes más. Así que dile a tu escudero que te acompañe y os prometo que los dos recibiréis una gran recompensa por vuestra hazaña. Sancho, que había salido al patio y lo estaba viendo todo, le dijo a Don Quijote.
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No se preocupe, señor, que yo le acompaño hasta el fin del mundo si hace falta
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Porque ya somos como la uña y carne, que donde va la una tiene que ir la otra
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Pero al fondo de su alma Sancho se decía, estos demonios nos defiar
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Y tenía razón, porque ¿sabéis quiénes eran los cuatro fantasmas?
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Ni más ni menos que el cura, el barbero, el mentero y Dorotea
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que se habían disfrazado con las túnicas y las máscaras para engañar a Don Quijote.
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Esperemos que este invento salga bien, pensó el cura,
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que había tenido que pagarle un dineral al dueño del carro para que llevase a Don Quijote hasta la aldea.
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Aunque Sancho se olía la trampa, montó en su borrico sin decir nada
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y se fue detrás del carro en el que había enjaulado su señor.
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Pero, durante aquella mañana, no paró de repetirse, aquí hay gato encerrado.
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Y tanto, miró y remiró a los dos lados que viajaban junto a la jaula, que al final cayó en la cuenta de quienes eran.
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Así que se acercó a Don Quijote y le dijo, muy bajito,
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¿Sabe qué he descubierto, señor?
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Que estos dos que llevan las máscaras no son diablos del infierno, sino el cura y el barbero de nuestra aldea.
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Y lo que quieren es llevarnos a casa porque les da envidia que nos hayamos hecho tan famosos por nuestras aventuras.
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¡Ay Sancho, no digas disparates! Respondió el Don Quijote.
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Lo que pasa es que el mago Freston se habrá achizado y por eso ve las cosas que no son.
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Sancho insistió una y otra vez en que todo era un engaño.
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Pero Don Quijote no se dejó convencer porque creía que todas, todas que iba camino de mi comicón y ni siquiera cambió de parecer cuando el cura y el barbero se quitaron las máscaras porque ya estaban cansados de hacerse pasar por demonios.
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Tengo que liberar a mi señor cueste lo que cueste, pensó entonces Sancho Panza.
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Así que le dijo al cura, si no suelta a don Quijote un rato, se lo hará todo encima y dejará a la jaula hecha un asco.
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Tienes razón, respondió el cura, pero me has de prometer que si lo suelto no intentareis escaparos.
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Yo se lo prometo señor, y que se me caigan las narices si falto a mi palabra.
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Cuando el cura abrió la jaula, don Quijote se escondió entre unos árboles para hacer lo que nadie podía hacer por él.
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Pero justo cuando se bajaban los calciones, sonó en el camino una triste trompeta.
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Y entonces don Quijote se dijo, la aventura me llama.
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Así que salió corriendo, saltó sobre el rocinante y galopó hacia el camino, sin hacer caso del cura y el barbero, que le gritaban,
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Señor Don Quijote, vuelva aquí. ¿No ve que les están esperando en el reino de Micomicón?
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Los que hacían sonar la trompeta eran labradores que iban en procesión por el camino.
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Se habían puesto unas tónicas muy largas y unos capirotes muy altos y llevaban en los hombros a la virgen de su pueblo.
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Pero como Don Quijote veía aventuras por todas partes, tomó a los campesinos por unos diablos y a la virgen por una princesa.
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Así que gritó.
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¡Soltad a esa señora, malditos vibrones!
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El caso es que uno de los labradores sacó un bastón y le soltó tal garrotazo en el hombro a Don Quijote
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que el pobre cayó redondo al suelo.
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Sancho corrió a levantarlo, pero como Don Quijote no movía ni un dedo,
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pensó que estaba muerto y empezó a llorar a moco teñido.
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¡Ay, que han matado a mi señor!
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¡Ay, que han matado a Don Quijote y a la mancha!
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Que era el mejor caballero del mundo y se había enamorado hasta los hígados de la hermosa Dulcinea.
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¡Ay, pobre Don Quijote, que estaba a punto de hacerme marques!
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Pero se había ido a otro mundo de un triste garrotazo.
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Tantas fueron, en fin, las voces que dio Sancho, que Don Quijote acabó por despertarse y entonces dijo...
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Ayúdame, Sancho, a subir el carro encantado, porque no tengo fuerzas para montar en un rocinante.
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Lo haré de muy buena gana, señor, y volvamos a casa, que ya saldremos más adelante.
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a buscar aventuras con las que ganar fama y riqueza.
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Así que Don Quijote entró de nuevo en la jaula
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y el carro siguió su camión hasta la aldea,
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a donde llegó a los seis días.
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Los vecinos del pueblo se quedaron boquiabiertos
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cuando vieron a Don Quijote en la jaula,
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tan flaco y amarillo.
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Y la mujer de Sancho que salió a recibir a su marido
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le dijo nada más verlo.
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Esposo mío, ¿qué tal viene nuestro borrico?
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Mejor que su amo, respondió Sancho.
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¿Y qué has sacado de tus aventuras? ¿Traes algún vestido para mí o unos zapaticos para tus hijos?
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Lo que traigo, susurró Sancho, son cien monedas de oro que darán para mucho y la promesa de que muy pronto seré rey,
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que quien la sigue la consigue y donde menos se piensa salta la nieve.
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Mientras tanto el caro llegó a casa de Don Quijote y cuando la criada vio a su señor dentro de la jaula
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Comenzó a tirarse de los pelos y a gritar
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Malditos sean los libres de caballerías
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Por mi vida que sí
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Que ahí se han acabado las aventuras de Don Quijote
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Porque mi amo no vuelve a salir de esta casa
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Nao que venga a buscarlo el mismísimo emperador de Constantinopla
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Sin embargo cuentan que Don Quijote volvió a escaparse el poco tiempo
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Y que vivió otras aventuras en compañía de Sancho
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Pero cuerpo a cuerpo con un león voló por los aires sobre un caballo con alas y vio el mar por vez primera en las playas de Barcelona.
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Seguro que algún día leeréis todas esas aventuras que están narradas con todo detalle en el libro más divertido y hermoso que se haya escrito nunca.
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Pero mientras tanto podéis contarle esta historia a quien queráis.
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Pues os juro por el borrico de Sancho que os lo he explicado total y como paso, así que con esto se acaba mi cuento que poquito a poco se lo lleva el viento.
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Soy yo, don Quijote, señor de la mancha, me llama el destino a luchar.
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Que los vientos con furia enrujen mis pasos, allí a donde quiera el azar.
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Donde me lleve el azar, hacia la gloria final.
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Subtitulado por Jnkoil
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- 11 de junio de 2025 - 0:15
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