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Tristana - Capítulo 1 - Benito Pérez Galdós
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TRISTANA POR BENITO PÉREZ GALDÓS
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UNO
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En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del depósito de aguas que de cuatro caminos,
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vivía, no a muchos años, un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino. No aposentado
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en casas o lariega, pues allí no las hubo nunca, sino un plebeyo cuarto de alquiler
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de los baratitos, con ruidoso vecindario de taberna, merendero, cabrería y estrecho patio
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interior de habitaciones numeradas. La primera vez que tuve conocimiento de tal personaje
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y pude observar su catadura militar de antiguo cuño, algo así como una reminiscencia pictórica
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de los tercios viejos de Flandes, díjeronme que se llamaba Don Lope de Sosa, nombre que
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trasciende al polvo de los teatros o al romance de los que traen los librillos de retórica.
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Y en efecto, nombrábanle así a algunos amigos maleantes. Pero él respondía por Don Lope
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Garrido. Andando el tiempo, supe que la partida de bautismo rezaba Don Juan López Garrido.
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Resultando que aquel sonoro Don Lope era composición del caballero, como un precioso
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afeite aplicado a embellecer la personalidad. Y también caía en su cara enjuta, de líneas
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firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con la espigada tiesura del cuerpo,
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con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus vivísimos ojos, con el mustacho
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entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa, que el sujeto no se podía llamar de otra manera,
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o habría que matarle o decirle Don Lope. La edad del buen Hidalgo, según la cuenta que
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hacía cuando de esto se trataba, era una cifra tan imposible de averiguar como la hora de un
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reloj descompuesto, cuyas manecillas se obstinarán en no moverse. Se había plantado en los cuarenta y
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nueve, como si el terror instintivo de los cincuenta le detuviesen aquel temido lindero
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del medio siglo. Pero ni Dios mismo, con todo su poder, le podía quitar los cincuenta y siete,
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que no por bien conservados eran menos efectivos. Vestía con toda la pulcritud y esmero que su
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corta hacienda le permitía, siempre de chistera bien planchada, buena capa en invierno, en todo
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tiempo guantes oscuros, elegante bastón en verano y trajes más propios de la edad verde que de la
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madura. Fue de Lope Garrido, dicho sea para hacer boca, gran estratégico en lides de amor, y se
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preciaba de haber asaltado más torres de virtud y rendido más plazas de honestidad que pelos tenía
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en la cabeza. Ya gastado y para poco, no podía desmentir la pícara afición, y siempre que
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tropezaba con mujeres bonitas, aunque no fueran bonitas, se ponía en facha, y sin mala intención
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les dirigía miradas expresivas, que más tenían en verdad de paternales que de maliciosas, como
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si con ellas dijera, de buen habéis escapado, pobrecitas. Agradecer a Dios el no haber nacido
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veinte años antes. Precabeos contra los que hoy sean lo que yo fui, aunque, si me apuran, me atreveré
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a decir que no hay en estos tiempos quien me iguale. Ya no salen jóvenes, ni menos galanes,
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ni hombres que sepan su obligación al lado de una buena moza. Sin ninguna ocupación profesional,
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el buen don Lope, que había gozado mejores tiempos de una regular fortuna, y no poseía
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ya más que un usufructo en la provincia de Toledo, cobrado tirones y comermas lastimosas,
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se pasaba la vida en ociosas y placenteras tertulias de casino, consagrando también
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metódicamente algunos ratos a visitas de amigos, a trencas de café, y a otros centros,
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o más bien rincones, de esparcimiento, que no hay para qué nombrar ahora. Vivía en lugar tan excéntrico
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por la sola razón de la varatura de las casas, que aún con la gabela del tranvía, salen por muy
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poco en aquella zona, amén del despejo, de la ventilación y de los horizontes risueños que allí
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se disfrutan. No era ya agarrido trasnochador. Se ponía en planta a punto de las ocho,
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y en afeitarse y acicalarse, pues cuidaba de su persona con esmero y lentitudes de hombre
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de mundo. Se pasaban dos horitas, a la calle hasta la una, hora infalible del almuerzo frugal. Después
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de éste, calle otra vez, hasta la comida, entre siete y ocho, no menos sombría que el almuerzo,
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algunos días con escaseces, no bien disimuladas por las artes de cocina más elementales.
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Lo que principalmente debe hacerse constar es que Sido el Lope era todo afabilidad y cortesía
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fuera de casa, y en las tertulias cafeteriles o casinescas a que concurría, en su domicilio
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sabía armanar las palabras atentas y familiares con la autoridad de amo indiscutible. Con él vivían
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dos mujeres, criada la una, señorita en nombre la otra, confundiéndose ambas en la cocina y en los
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rudos menesteres de la casa, sin distinción de jerarquías, con perfecto y fraternal compañerismo,
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determinado más bien por la humillación de la señora que por ínfulas de la criada.
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Llamábase ésta Saturna, alta y seca, de ojos negros, un pocón bruna, y por su biodel reciente
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vestía de luto riguroso. Habiendo perdido a su marido, al bañil que se cayó del andamio en
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las obras del banco, pudo colocar a su hijo en el hospicio, y se puso a servir, tocándole para
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estreno la casa de Don Lope, que no era ciertamente una provincia de los reinos de Jauja. La otra,
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que a ciertas horas tomaríais por sirvienta y a otras no, pues se sentaba a la mesa del señor
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y le tuteaba con familiar llaneza, era joven, bonitilla, esbelta, de una blancura casi inverosímil
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de puro alabastrina. Las mejillas en color, los negros ojos más notables por lo vibarachos y
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luminosos que por lo grandes, las cejas increíbles, como indicadas en arco con la punta de finísimo
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pincel, pequeñuela y roja la borriquita, de labios un tanto gruesos, orondos, reventando de sangre,
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cual si contuvieran toda la que en el rostro faltaba, los dientes, menudos, pedacitos de
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cuajado cristal, castaño el cabello, y no muy copioso, brillante como torzales de seda y recogido
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con gracioso revoltijo en la coronilla. Pero lo más característico en tan singular criatura era
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que parecía toda ella un puro armiño y el espíritu de la pulcritud, pues ni aun rebajándose a las
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más groseras faenas domésticas se manchaba. Sus manos, de una forma perfecta, ¡qué manos!,
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tenían misteriosa virtud, como su cuerpo y ropa, para poder decir a las capas inferiores del mundo
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físico «la vostra miseria non mintage». Llevaba en toda su persona la impresión de un aseo intrínseco,
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elemental, superior y anterior a cualquier contacto de cosa deseada o impura. De trapillo, zorro en
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mano, el polvo y la basura la respetaban, y cuando se acicalaba y se ponía su bata morada con
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rosetones blancos, el moño arribita, traspasado con horquillas de dorada cabeza, resultaba una
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fiel imagen de dama japonesa de alto copete. ¿Pero qué más, si toda ella parecía de papel,
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de ese papel plástico, caliente y vivo, en que aquellos inspirados orientales representa lo
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divino y lo humano, lo cómico tirando a grave, y lo grave que hace reír? De papel nítido era su
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rostro blanco mate, de papel su vestido, de papel sus finísimas, torneadas, incomparables manos.
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Falta explicar el parentesco de Tristana, que por este nombre respondía a la mozuela bonita,
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con el gran Don Lope, jefe y señor de aquel cotarro, al cual no será justo dar el nombre
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de familia. En el vecindario, y entre las contadas personas que allí recalaban de
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visita o por fisgonear, versiones había para todos los gustos. Por temporadas dominaban
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éstas o las otras opiniones sobre punto tan importante. En un lapso de dos o tres meses,
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se creyó como el Evangelio que la señorita era sobrina del señorón. Apuntó pronto,
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generalizándose con rapidez, la tendencia a conceptuar la hija, y orejas hubo en la
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vecindad que la oyeron decir papá, como las muñecas que hablan. Sopló un nuevo vientecillo
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de opinión, y ya la tenéis legítima y auténtica señora de Garrido. Pasado algún tiempo,
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ni rastros quedaban de estas vanas conjeturas, y Tristana, en opinión del pulgo circunvecino,
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no era hija, ni sobrina, ni esposa, ni nada del gran Don Lope. No era nada, y lo era todo,
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pues le pertenecía como una petaca, un mueble o una prenda de ropa, sin que nadie se la pudiera
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disputar. Y ella parecía tan resignada a ser petaca, y siempre petaca.
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- Idioma/s:
- Autor/es:
- Marco Vázquez
- Subido por:
- Marco Antonio V.
- Licencia:
- Reconocimiento
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- Fecha:
- 22 de febrero de 2023 - 21:14
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