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Lectura de un Cuento de Navidad 2021
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Lectura de un Cuento de Navidad por l@s alumn@s el día 22-12-2021
Buenos días, bienvenidos a la lectura continuada de Cuento de Navidad, una versión adaptada en
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español de Charles Dickens y lo van a leer pues alumnos de distintos cursos del instituto. Gracias
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por vuestra atención. Comenzamos. Capítulo 1. El fantasma de Marley. Para empezar, Marley estaba
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muerto. De eso no hay duda. El jefe se le veía cerrado y solitario como una ostra. Su frialdad
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interior acartonaba su viejo rostro, congelaba su nariz puntiaguda, sacaba sus mejillas,
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enrojecía sus ojos, amontonaba sus labios y helaba su voz chirriante. Siempre llevaba
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consigo su temperatura glacial, que se apoderaba de la oficina en los días estivales. Más
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calurosos y ya no subía ni un grado en todo el invierno. El frío y el calor externos apenas
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influían en Scrooge. No había en veraniego bochorno que lo templara, ni hielo invernal que lo enfriara.
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No existía viento que fuera más crudo que él, ninguna nevada era más firme que sus propósitos,
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ninguna tormenta menos sensible a las súplicas. No había mal tiempo que, al lado del viejo,
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no pudiera considerarse soportable, porque incluso la lluvia, la nieve y el viento,
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tras días o meses de acosar y fastidiar a la gente, acababan siempre cediendo,
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cosa que Scrooge jamás había hecho.
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Nadie lo paraba nunca por la calle, con un gesto afable, para decirle
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«Mi querido Scrooge, ¿cómo está? ¿Por qué no viene a casa tal día?».
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Ningún mendigo osaba pedirle una limosna, ningún niño le preguntaba jamás la hora,
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Ningún hombre o mujer solicitó su ayuda ni una sola vez en su vida.
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Pero, ¿qué le importaba todo eso a Scrooge?
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De hecho, eso era precisamente lo que le gustaba, abrirse paso en el camino de la vida sin que nadie le importunase,
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manteniéndose a distancia de cualquier contacto o afecto humano.
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El mejor de todos los días, el de Nochebuena.
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El viejo Scrooge estaba sentado en el escritorio de su oficina. El tiempo era frío, desapacible. Había niebla. De fondo se oían los pasos presurosos de la gente que circulaba por la calle.
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Los relojes de la ciudad acababan de dar las tres, pero ya había oscurecido. En realidad, la luz no había asomado en todo el día. La niebla se colaba por los resquicios de puertas y ventanas, así como por los ojos de las cerraduras, y era tan espesa en el exterior que las casas de enfrente parecían meras sombras.
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Scrooge tenía la puerta de su despacho abierta para poder vigilar a su ayudante, que, en un lóbrego cartucho, copiaba cartas.
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Había unas minúsculas brasas en el hogar, pero eran tan insignificantes que apenas se podía distinguir si estaban encendidas o apagadas.
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Sin embargo, su empleado no podía activar el fuego porque Scrooge tenía la carbonera en su propio despacho, cerrada bajo candado.
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Y cada vez que el ayudante se acercaba con la paleta para coger un poco de carbón, el viejo le advertía inmediatamente que él y su paleta estaban de más en su despacho.
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Así que el bueno del escribiente no le quedaba más remedio que enrollarse su bufanda blanca e intentar calentarse con la vela.
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—¡Feliz Navidad, tío! —gritó de repente una voz alegre. —Era el sobrino de Scrooge, que en ese momento entraba por la puerta.
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—Va, le contestó Scrooge, paparruchas. —¿Paparruchas las navidades, tío? replicó el sobrino. No lo diera en serio, ¿verdad?
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—Claro que sí, feliz navidad, dijo Scrooge en tono de desprecio. ¿Qué derecho tienes tú a ser feliz? ¿Qué motivos tienes tú para ser feliz? Eres considerablemente pobre. Vamos a ver, replicó el sobrino con alegría.
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¿Qué derecho tiene usted para estar tan enfurruñado? ¿Qué motivos tiene para estar siempre de tan mal humor?
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Es usted considerablemente rico. Scrooge, que no encontró otra respuesta, mejor repitió.
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Va, y añadió paparruchas. No se enfade, tío, dijo el sobrino. ¿Qué otra cosa puedo hacer viviendo en un mundo de idiotas como este? repuso el viejo.
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Feliz Navidad, al diablo con la Navidad. ¿Qué es la Navidad para ti sino la época en que tienes que pagar más facturas y dispones de menos dinero?
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La época en la que te descubres un año más viejo y ni un segundo más rico.
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Si pudiese, cocería en su propio jugo a cada necio que anda con el Feliz Navidad en la boca y lo enterraría con una estaca de acebo clavada en el corazón.
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—Vaya si lo haría. —Tío —dijo el sobrino en tono de reproche. —Sobrino —replicó burlamente el tío—, celebra la Navidad a tu manera y deja que yo la celebre a la mía. —Celebrarla —dijo el sobrino de Scrooge—, pero si usted no la celebra. —Pues eso, déjame en paz. —Celebra tú y que te aproveche. —¿Cómo te he aprovechado hasta ahora? —añadió Scrooge. —Hay muchas cosas de las que me podría haber aprovechado y sin embargo no lo he hecho —respondió el sobrino.
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Entre ellas las navidades, pero desde luego cuando llegan las navidades siempre me parecen una época buena, amable, caricativa, agradable,
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la única que conozco en lo largo calendario del año, en la que los hombres y mujeres parecen ponerse de acuerdo en abrir de par en par sus corazones
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y en considerar a todo el mundo como compañeros en el viaje hacia la muerte y no como seres de otra especie que se encaminan hacia destinos muy diferentes
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Y por tanto, tío, aunque la Navidad nunca me haya puesto en el bolsillo ni una moneda de oro o de plata, creo que ha sido beneficiosa para mí y que seguirá siéndolo así.
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Así que digo, bendita sea.
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El escribiente aplaudió instintivamente desde su tabuco, dándose cuenta al instante de su incorrección.
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Se puso a atizar el fuego, con la cual apagó definitivamente la débil brasa que quedaba.
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—Si vuelvo a oír un solo sonido que provenga de usted, va a celebrar la Navidad con la pérdida de su empleo —contestó, crispado, el viejo a su ayudante.
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—No se enfade, tío —intervino el sobrino Scrooge—. Ande, venga a cenar mañana con nosotros.
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Fue la única respuesta de Scrooge a la invitación.
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—¿Pero por qué se niega a venir? —preguntó el sobrino. —¿Por qué te casaste? —dijo Scrooge.
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—Porque me enamoré. —¿Por qué te enamoraste? —gruñó Scrooge.
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—¡Ah, el amor! ¡Las Navidades! ¡Buah! Pachurradas. Lamento de todo corazón verlo tan noxinado.
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Yo no quiero nada de usted. No le pido nada. ¿Por qué no podemos ser amigos? Adiós, contestó Scrooge. En fin, que no se diga que no lo he inventado. Usted verá. En cualquier caso, feliz Navidad. Adiós y feliz Año Nuevo, añadió el sobrino mientras salía. Adiós, volvió a responder Scrooge secamente.
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Su sobrino abandonó la oficina sin haber pronunciado una sola palabra de enfado.
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No había terminado de cerrarse la puerta cuando entraron dos señores corpulentos, de aspecto agradable, que saludaron a Scrooge, inclinando levemente la cabeza.
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«Esta es la firma de Scrooge y Marley, ¿no es así?», dijo uno de ellos. «Tengo el gusto de hablar con el señor Scrooge o con el señor Marley».
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«El señor Marley lleva ya siete años muertos», respondió Scrooge. «Precisamente, esta noche se cumplen siete años después de que murió.
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Estamos seguros de que usted será tan generoso como él», interminó el segundo hombre.
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Al oír la palabra generoso, Scrooge funcionó el seño. Scrooge y Marley eran dos almas gemelas, pero no se distinguían precisamente por su generosidad.
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La Navidad se caracteriza por la largueza y los buenos sentimientos que despierta en todos, continuó el primer caballero.
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Y en esta época de año se hace más necesario que nunca recaudar algún dinero para comprar a los pobres alimentos, bebida y ropa para protegerse del duro invierno.
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Hoy en día miles de personas crecen de lo imprescindible y cientos de miles no tienen cubiertas las necesidades más elementales. ¿Acaso no hay cárceles? Repuso Scrooge. Sí, muchas, dijo el caballero. Muy bien, ¿y asilos? ¿No hay asilos? Yo lo creo. Me alegro. Y dice que reformaríamos para diablillos descarriados. ¿Lo han cerrado? Preguntó Scrooge.
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aún funcionan, aunque ojalá pueda decir lo contrario», contestó el señor. «Bien,
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entonces todo está en orden», incluyó Scrooge. «Como le decías, señor Scrooge, en esta
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época del año hay tanta abundancia que el hambre y las penalidades de los pobres nos
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duelen todavía más. Ayudarles en la medida de nuestras posibilidades no supone un gran
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esfuerzo y nos hace sentir mejor. Y así, ¿cuánto dinero le apunto a su nombre?».
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«No le apunto nada», contestó Scrooge. «¿Quiere guardar el anonimato? Quiero que
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me dejen en paz, recluse Spook. Yo no creo en la Navidad. Estas estúpidas fiestas no
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me divierten y no voy a ver nada más mantener a la panza de holgazanes. De manera que, adiós
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señores. Al ver que todo el inútil de asistir de sus pretensiones los caballeros se retiraron,
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Scrooge continuó con su trabajo muy satisfecho de sí mismo y algo más optimista de lo que
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era habitual él. Entre tanto, la niebla y la oscuridad se le habían hecho aún más
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densas. El viejo campanario de la iglesia cerca de volvió invisible. Le dio las horas en medio
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de una profunda neblina y el frío se hizo intenso, agudo y permanente. Un chico de corta edad se
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acercó a la puerta de la oficina de Scrooge con la intención de cantarle un villancico, pero en
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cuanto entornó las primeras notas de Navidad, Navidad, dulce Navidad, Scrooge se puso en pie
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y echó mano del bastón con la energía que el pequeño contó huyo que abajo aterrizaba.
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Por fin llegó la hora de cerrar la oficina.
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Scrooge abandonó de mala gana su escritorio y con ello dio a entender a su empleado
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que la jornada laboral había concluido.
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Él, increíblemente, al ver que su jefe recogía, apagó la vela al instante y se puso el sombrero.
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—Supongo que mañana querrá tener todo el día libre —dijo Scrooge.
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Si a usted no le importa, señor. Sí que me importa, replicó Scrooge, y no es justo. Si le descontó el sueldo de una semana, la consideraría un abuso. El empleado asistió con timidez y, sin embargo, continuó Scrooge.
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Usted no piensa que comete una injusticia conmigo cuando cobra por un día en el que no ha trabajado.
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El escribiente comentó que solo era una vez al año.
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Vaya excusa para rascarle a uno el bolsillo con 25 de diciembre, protestó Scrooge, abrochándose bien el abrigo.
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En fin, supongo que no me queda otro remedio, pero pasado mañana quiero verle aquí más temprano.
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El empleado prometió hacerlo así y Scrooge salió gruñendo. Cerraron la oficina en un santiamén y el escribiente, con los largos extremos de su bufanda blanca colgando por debajo de la cintura, propuesto que no podía permitirle el lujo que tenía en un abrigo, bajó por la calle, corlín tras una hilera de niños,
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Relavando en la nieve veinte veces en honor a la noche buena
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Y luego en camino hacia su casa que estaba con el town
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Scrooge tomó su melancólica cena en su melancólica taberna
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De costumbre y después de leerse todos los periódicos
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Y de distraerse con el libro de cuentas se marchó a su casa para acostarse
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El viejo Avaro vivía en un piso que había pertenecido a su difunto socio
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Era una vivienda de lobrega de un edificio bajo
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Situado al final de una calle, de un callejón
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Parecía que hubiera llegado a aquel lugar jugando al escondite con otros edificios
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Y que decidió quedarse allí al no poder encontrar la salida
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El callejón estaba tan oscuro que Scrooge tenía que caminar a tientas para no tropezar y caer
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Para colmo de males, la nieve y la escarcha envolvían aquella noche la negra entrada de su casa
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Pues bien, es indudable que era al daba
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De la puerta no tenía nada especial, aparte de ser muy grande
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Es indudable también de que Scrooge la haya visto incontables veces
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tanto de día como de noche. Y estaba claro, desde luego, que Scrooge no tenía ninguna imaginación.
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Tengamos en cuenta, asimismo, que desde la muerte de Marley, Scrooge no había vuelto a pensar que en sus ojos hasta aquella misma tarde.
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Aclarado todo esto, me gustaría que alguien me explicara si puede cómo es que Scrooge, cuando metió la llave en la cerradura,
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yo ahora andaba sin que esta hubiera sufrido transformación alguna.
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No una simple andaba, sino la cara de Marley.
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Si la cara de Marley no tenía la oscuridad impenetrable de los demás objetos del callejón,
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sino que estaba dotada de una fosforencia mortecina.
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No parecía enfadaba, miraba a Scrooge como Marley solía hacerlo,
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con sus espectrales lentes colocados sobre su frente espectral.
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El pelo se le agitaba de una forma peculiar y, aunque sus ojos estaban abiertos, los tenía completamente inmóviles. Eso y su color pálido le daban un aspecto horripilante, mientras Scrooge observaba fijamente el fenómeno y la alcaldesa cobró su forma original.
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Al decir, no se sobresaltó, o que su sangre no se agrietó como lo habría hecho desde la infancia.
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Sería faltar al ver la verdad. Sin embargo, volvió a poner la mano sobre la llave, la hizo girar con decisión y entró y encendió una vela.
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Antes de cerrar la puerta, miró prevadicadamente detrás de ésta, como esperando encontrar al otro lado la coleta de Marley.
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Pero no encontró nada, aparte de tornillos y tuercas que sujetaban la aldaba.
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Así que dijo, va, va, y cerró de un portazo.
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El golpe retumbó en la casa como un trueno, y cada habitación del piso de arriba resonó con los hechos del portazo.
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Scrooge no era de la clase de hombre que se asusta con los ecos.
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Así que pasó el cerrojo, cruzó el vestíbulo y subió las escaleras lentamente.
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Subía sin preocuparse por la oscuridad
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La oscuridad sale barata, así que le encantaba
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Pero antes de cerrar la pesada puerta de su habitación
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Se aseguró de que en el resto de estancias todo estuviera en orden
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El salón, el dormitorio, el cuarto trasero, todo lo encontró como solía estar
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No había nadie debajo de la mesa, ni nadie debajo del sofá
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En la chimenea ardían unas brasas
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La cuchara y la escudilla estaban preparadas
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y el cazo de las gachas. Se encontraba como siempre en la red pisa.
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No había nadie bajo la cama, nadie en el armario, nadie dentro de su bata
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que colgaba de la percha en una actitud sospechosa.
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Todo estaba como de costumbre.
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Ya tranquilizado, cerró la puerta de su habitación y dio vueltas a la llave,
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cosa que no solía hacer.
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Protegiendo, pues, contra cualquier sorpresa, se quitó la corbata,
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se puso las zapatillas, la bata y el gorro de dormir
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y se sentó frente al fuego para tomarse las gachas.
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Pero las brasas eran escasísimas y la noche muy fría
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Scrooge tuvo que acercarse a la chimenea para sentir algo de calor
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De repente el resplandor del débil fuego cobró un vigor extraordinario
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Y un cúmulo de llamas formaba la imagen de la cabeza del viejo Marley
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¡Paparruchas! Dijo Scrooge tras observar este fenómeno
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Y se puso a pasear por la habitación
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Tras dar varias vueltas volvió a sentarse
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Su mirada se cruzó con una campanilla que colgaba de un rincón. Con gran asombro e inexplicable pavor, vio que la campanilla comenzaba a agitarse.
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Al principio lo hacía tan suavemente que apenas producía ruido, pero enseguida empezó a sonar con fuerza y lo mismo ocurrió con todas las campanillas de la casa.
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Esto pudo durar como medio minuto, aunque a Scrooge le pareció una hora.
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Cuando dejaron de sonar las campanillas, pudo detectar un sonido metálico procedente de abajo como si alguien arrastrara una pesada cadena.
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Scrooge recordó entonces que había oído decir que los fantasmas de las casas encantadas llevaban cadenas colgando.
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Una puerta del piso inferior se abrió con un golpetazo.
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A continuación oyó el ruido de las cadenas mucho más fuerte que antes.
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Después oyó subiendo por la escalera y finalmente acercándose directamente hacia la puerta.
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Solo son paparruchas, dijo Scrooge.
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Yo no creo en esas cosas.
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Pero el color de la piel se le desmudó cuando aquel espantoso ruido atravesó la puerta.
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Entró en la habitación y se detuvo ante sus ojos.
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La llama del hogar se avivó entonces como si gritarse.
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Lo conozco. Es el espectro de Marley.
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Era su cara, su misma cara. Era Marley con su coleta, su chaleco, sus calzones y sus botas de siempre.
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Arrastraba una pesada cadena que llevaba atada a la cintura y le colgaba por detrás como si fuera una cola.
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Era larguísima y estaba adornada con cajas caudales, llaves, candados, libros de contabilidad y monederos de malla de acero.
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Su cuerpo es transparente, de manera que al observarlo y mirar a través de su chaleco, Scrooge podía ver la parte trasera de la chaqueta.
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Scrooge no se negaba a creer en lo que estaba viendo, aunque miraba al fantasma y lo veía de pie ante él.
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Aunque sentía la espeluznante influencia de sus ojos vidriosos clavados en él, seguía sin hacerlo.
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Y bien, dijo Scrooge, tan frío como siempre.
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¿Qué quieres de mí? Muchas cosas. Sin duda, era la voz de Marley.
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¿Quién eres? Dijo Scrooge.
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Pregunta quién fui.
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¿Quién fuiste entonces? Corrigió obdiente Scrooge, alzando la voz.
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En la vida fui Jacobo Marley, tu socio. Respondiendo el fantasma, ¿no crees en mí, verdad? No, contesta Scrooge. ¿Tus sentidos no te convencen de mi existencia? No, porque cualquiera cosa les afecta.
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Un ligero trastorno del estómago puede engañarlos. A lo mejor no eres más que un trozo de filete mal digerido, o un grano de mostaza atragantado, o un pedazo de patata mal cocido.
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No tenía Scrooge mucha costumbre de hacer chistes ni tenía el ánimo para bromas, pero intentaba mostrarse ingenioso para aliviar el terror que sentía.
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¿Ves este palillo de dientes? Continúa Scrooge
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Bueno, pues no tengo más que tragármelo para pasarme el resto de mi vida viendo dónde es producto de mi invención
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Va, todo eso no son más que padruchas
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Al oír que estas palabras, el fantasma saltó al alirado espantoso y sacudió la cadena con un estrepito
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Tal como Scrooge se agarró con fuerza al sillón para no caer desmayado
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Pero cuando mayor fue su horror al verle el espectro se quitaba el pañuelo que le tenía la cabeza
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Como si en la habitación hiciera mucho calor y su mandíbula inferior le quedó colgada sobre el pecho
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Scrooge cayó de rodillas junto a las manos ante la cara. Piedad, dijo, horrible aparición porque me atormentas.
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Hombre, hombre de espíritu mundano, replicó el espectro, ¿crees en mí o no?
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Sí, contestó Scrooge, pero ¿por qué vagáis los espíritus por el mundo y por qué venís a mí?
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El espíritu que cada hombre lleva dentro tiene que desenvolverse entre sus semejantes y viajar a lo largo y ancho de este mundo. Y ese espíritu no lo hace en vida. Se ve obligado a hacerlo después de muerto.
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Está condenado a vagar por el mundo y a presenciar todo aquello que, de haberlo experimentado cuando vivía, le habría hecho alcanzar la felicidad. El fantasma profiró otro escalociante alarido. Sacudió su cadena y retorció sus manos brumosas.
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Y dijo Scrooge temblando, ¿por qué vas encadenado? Llevo las cadenas que me forjé en mi vida, respondió el espectro. Yo mismo las hice en eslabón y a eslabón, en centímetro a centímetro.
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¿Te extraña su aspecto o acaso quieres saber el peso y la longitud de las cadenas que tú ya arrastras? Scrooge miró alrededor, sin poder ver cadena o hielo alguno. —Jacob —dijo en tono de suplica—, mi viejo Jacob Murray, ofréceme algún consuelo.
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No puedo, replicó el espectro. Tampoco puedo decirte todo lo que quisiera. No puedo descansar, no puedo quedarme en ningún lugar cuando estaba vivo. Mi espíritu no salió jamás de nuestra oficina, nuestra madriguera de espectradores.
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Y ahora estoy condenado a viajar eternamente sobre las alas del viento y con la tortura de mormimiento. Pero tú fuiste siempre un buen hombre de negocios. ¡Negocios! exclamó, retorciendo las manos otra vez.
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Mi negocio debía haber sido la humanidad, mis intereses la compasión, la calidad la benevolencia, y los desprecie. Los intereses comerciales no eran sino una gota en el ancho océano de mi vida.
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El espectro levantó la cadena hasta donde le alcanzaba el brazo y dejó caer otra vez al suelo.
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Escúchame, Ebenezer Scrooge, continuó el fantasma.
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Mi tiempo se acaba. Llevo muchísimos, muchísimos días sentado a tu lado.
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Esta noche he venido aquí para advertirte de que tú todavía tienes la esperanza y la oportunidad de evitar un destino como el mío.
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—Siempre fuiste un buen amigo —dijo Scrooge. —¡Escucha! —repitió el espectro, haciendo retumbar con su helada voz toda la habitación. —Tres espíritus se te aparecerán. ¿Son esas la esperanza y la oportunidad de que hablas?
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lo son, pues creo que preferiría quedarme sin ellas. Sin la visita de esos espíritus no tienes
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esperanza alguna de derivarte de un destino como el mío. Espera el primer mañana cuando la campana
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dé la una. Espera al segundo a la noche siguiente, a la misma hora, y al tercero la otra noche.
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Cuando la última campanada de las doce deje de vibrar, ¿no podrás recibir los tres juntos y acabar de una vez, Jacob? Preguntó Scrooge un tanto balbuceante. Procura recordar por tu propio bien todo lo que hemos hablado. Apenas hubo pronunciado estas palabras, el fantasma cogió su panuelo y se lo ató, como antes, alrededor de la cabeza.
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Entonces, retrocedió, apartándose de Scrooge.
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A cada paso que daba, la ventana se abría un poco y de manera que, cuando el espectro llegó a ella, estaba abierta del todo.
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Hizo señas a Scrooge para que se acercara y este obedeció al instante.
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Cuando uno y otro se hallaban a dos pasos de distancia, el espectro de Marley alzó una mano.
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Y en ese momento, Scrooge percibió unos sonidos confusos en el aire.
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Voces enorgentes de lamentación y pesar, gemidos indecibles lastimeros
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El fantasma se unió a ese cántico fúnebre y salió flotando a la fría oscuridad de la noche
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Scrooge corrió hasta la ventana y se asomó
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El aire hervía de espíritus que vagaban de aquí para allá, sin dejar de gemir
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Cada uno llevaba su cadena, como el espectro de Marley
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A muchos los habían conocido Scrooge personalmente cuando vivían
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Uno de ellos, un viejo montasmal, le resultó bastante familiar. Llevaba una monstruosa caja de caudales sujetada al tobillo y gritaba desesperado que no podía ayudar a una mujer y un niño que se encontraban allí abajo en el umbral de la puerta.
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La causa del sufrimiento de todos los espíritus era que intentaban intervenir en los asuntos humanos para hacer el bien, cuando ya habían perdido para siempre esa facultad. Las criaturas desaparecieron en la niebla. Scrooge cerró la ventana e inspeccionó la puerta por la que había entrado el fantasma. Continuaba cerrada y seguía teniendo llave.
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Echada con doble vuelta, trató de decir paparruchas, pero se detuvo en la primera sílaba.
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Y como tenía unas ganas enormes de descansar, se fue derecho a la cama sin desvestirse y se quedó dormido al instante.
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Capítulo 2. El primer espíritu.
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Cuando Scrooge se despertó, estaba tan escudo que apenas podía distinguir la ventana de las paredes de la habitación.
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Las campanadas de una iglesia vecina dieron los cuatro cuartos, así que prestó atención a la hora. Para su asombro, la pasada campana dio las doce. Las doce eran pasadas las dos cuando se acostó. Aún era de noche, por lo que no podía ser mediodía.
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—¡Las doce! No es posible que me haya pasado un día entero durmiendo —se dijo Scrooge. Como la idea le resultaba alarmante, saltó de la cama y se dirigió a tiendas hasta la ventana. Miró hacia afuera, pero solo pudo comprobar que aún había mucha niebla, que continuaba haciendo muchísimo frío y que nadie transitaba por la calle, armando bullicio como cada Navidad.
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Scrooge regresó a la cama y se puso a pensar y a pensar, una y otra vez, en todo lo que había sucedido, pero seguía sin poder explicárselo.
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Cuanto más se lo pensaba, más sorplejo se sentía. Y cuanto más se esforzaba en no pensar, más pensaba.
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El espectro de Marley aún lo turbaba tremendamente. ¿Había sido un sueño o no?
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Scrooge se quedó en la cama sin dejar de darle vueltas a la misma idea.
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De pronto recordó que el espectro le había prevenido de que recibiría una visita cuando el reloj diese la una.
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Decidió entonces continuar despierto en la cama hasta que pasase la hora.
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Esperó. El primer cuarto de hora le pareció una eternidad.
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Por fin empezó a detonar el reloj en su oído atento.
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Dindon. Y cuarto, dijo Scrooge. Dindon.
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La media, continuó contando. Dindon, menos cuarto. Dindon. La una, exclamó Scrooge en tono triunfal. Y nada más. Esto lo dijo tras sonar los cuatro cuartos y antes de que diese la una. Pero a continuación sonó una profunda, cavernosa, oscura campanada. En ese instante se produjo un súbito. Resplandó de la habitación y Scrooge vio, como esperanzado, a descorrerse las cortinas de su cama.
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Os aseguro, creedme, que fue una mano la que apartó las cortinas.
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De repente, Scrooge se encontró cara a cara con el sobrenatural visitante que las había descorrido.
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Tan cerca como yo estoy ahora de ti, ahí de pie, en espíritu a tu lado.
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Era una figura extraña, como de niño, y sin embargo tenía la apariencia de un anciano.
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Su pelo, que le caía alrededor del cuello y por la espalda, era blanco.
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pero en su cara no había una sola arruga. Tenía los brazos muy largos y fibrosos.
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Vestía una túnica de blanco inmaculado. Alrededor de la cintura llevaba un lustroso cinturón que emitía un hermoso resplandor.
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En una mano llevaba una rama verde de acebo y en la otra un curioso gorro con forma de apagabelas.
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Pero lo más extraño de todo era que de la cornilla le brotaba una luz radiante, sobreponiéndose a la impresión. Scrooge le preguntó, ¿eres tú el espíritu cuya llegada me han anunciado? Él mismo. Su voz era dulce y amable, pero sonaba muy débil, como si se hallase muy lejos de allí.
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—¿Quién o qué eres? —dijo Scrooge. —Soy el espíritu de las navidades pasadas. Scrooge no sabía muy bien por qué, pero sentía una gran curiosidad por ver al espíritu con el gorro puesto. Así que le rogó que se cubriera.
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—¿Cómo? —exclamó el fantasma—. ¿Tan pronto quieres apagar la luz que te doy? Scrooge se apresuró a responder que no. Temeroso de haber enfundido al espectro a continuación, no obstante, se atrevió a preguntar qué asunto le traía.
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—Tú propio bien —contestó el fantasma. Scrooge le dio las gracias, aunque pensó que una noche de descanso ininterrumpido habría contribuido más al fin.
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El espíritu debió de leerle el pensamiento porque dijo inmediatamente, y encima te quejas, ten cuidado. Mientras hablaba, alargó su vigorosa mano y le cogió del brazo. Levántate y ven conmigo, añadió al espectro.
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Había sido inútil alegar que ni el tiempo ni la hora eran adecuados para andar por ahí
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Que en la cama se estaba muy caliente y que en el exterior el termómetro marcaba muchos grados bajo cero
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Que no iba muy abrigado y estaban zapatillas, bata y gorro de dormir
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Y que para colmo de males en aquel momento se encontraba muy resfriado
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Así que no tuvo más remedio que seguir el espíritu
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Pero al comprobar que se dirigía a la ventana protestó
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Te recuerdo que soy mortal y me puedo caer. No te preocupes, replicó el espíritu. Te tocaré aquí, añadió poniéndole la mano en el corazón, y estarás a salvo de toda la clase de peligros.
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Y mientras decía estas palabras, traspasaron la pared y se encontraron en un camino en pleno campo. La ciudad había desaparecido por completo, con ella la oscuridad y la niebla se habían disipado también, pues era un día despejado de invierno y el suelo estaba cubierto de nieve.
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—¡Santo cielo! —exclamó Scrooge, juntando las manos al tiempo que miraba a su alrededor. —En este lugar me crié yo. Aquí viví de niño. Entonces le asaltaron mil pensamientos y esperanzas y alegrías y caricias olvidadas de hacía mucho, mucho tiempo.
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Echaron a andar por el camino.
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Scrooge conocía cada puerta, cada poste, cada árbol.
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Al fin aparecía a los lejos un pueblecito con su puente, su iglesia y su río serpeteante.
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A continuación vieron venir hacia ellos unos cuantos ponis montados por unos chiquillos que iban bromeando y dando voces.
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Al llegar a su altura, Scrooge les reconoció y dijo por el nombre de todos y cada uno de ellos.
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—¿Por qué se alegró tanto al verlos? ¿Por qué le brillaron sus fríos ojos y el corazón le latió con fuerza al cruzarse con ellos? ¿Por qué le llenó de contento oír cómo se deseaban felices navidades unos a otros? Esas son tan solo sombras de seres que existieron, observó el espectro. Ignoran nuestra presencia.
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Abandonaron el camino y tomaron un sendero que Scrooge recordaba bien
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No tardaron en llegar a una mansión de ladrillo rojo
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Con una pequeña cúpula coronada por una veleta
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La escuela no está desierta del todo, dijo el espectro
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Todavía queda un niño allí, abandonado por sus compañeros
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Scrooge dijo que ya lo sabía y se le escapó un sollozo
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Entraron en el edificio
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Sus muros estaban húmedos y mohosos
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Las ventanas rotas y las verjas oxidadas
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Cruzaron entonces el recibidor y se dirigieron a una habitación que había al fondo del pasillo.
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Era una estancia alargada, melancólica, con varias filas de sencillos bancos y pupitres de madera.
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En uno de ellos había un niño solitario, leyendo.
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Scrooge se sentó en un banco y se echó a llorar al verse a sí mismo en aquel lugar,
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abandonado y olvidado, como siempre lo había estado.
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—¡Pobre chico! —exclamó Scrooge.
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—¡Quisiera! —continuó, mientras se secaba los ojos con la manga de la camisa.
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pero ahora ya es demasiado tarde
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¿qué ocurre? preguntó el espíritu
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nada, nada, dijo Scrooge
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es que ayer vino un chiquillo
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a cantar villancicos a mi puerta
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me gustaría haberle dado algún aguinaldo
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eso es todo
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el espectro sonrió pensativo y agitó la mano
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diciendo al mismo tiempo
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veamos otra navidad
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al pronunciar esas palabras
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la figura infantil de Scrooge creció
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y la habitación se volvió más oscura y más sucia
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allí estaba él, solo otra vez
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mientras todos los demás chicos se habían vuelto a sus casas para pasar unas estupendas vacaciones.
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Ahora no estaba leyendo, sino que paseaba de arriba para abajo con el ánimo abatido.
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Scrooge miró al espectro y tras mover tristemente la cabeza, se volvió con ansiedad hacia la puerta.
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Esta se abrió y una niña, mucho más pequeña que el chico, entró corriendo, le echó los brazos al cuello y lo besó una y mil veces.
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—¡Hermano, mi querido hermano, he venido para llevarte a casa! —exclamó la criatura, palmoteando con sus manitas y riéndose sin parar.
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—¿A casa, pequeña Fran? —replicó el chico.
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—Sí —contestó la niña rebosante de alegría—. A casa y para siempre. Para siempre jamás.
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Papá es mucho más amable que antes, tanto que en casa se está en la gloria.
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Una noche cuando me iba a acostar me habló con tanta dulzura que no me dio miedo preguntarle otra vez si podías volver.
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Y dijo que sí. Y me había enviado en un coche para llevarte.
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Vamos a pasar las Navidades juntos y a divertirnos como nadie.
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—Eres ya toda una mujer, mi pequeña fan —exclamó el muchacho. Ella volvió a reír y se puso de puntillas para abrazarlo. Luego empezó a tirar de él hacia la puerta, con infantil impaciencia. Él la siguió de buena gana. —Siempre fue una criatura delicada —dijo al espectro. —Tenía un gran corazón. —Sí, sin duda —asintió Scrooge. —Tienes razón. Murió siendo ya mujer —continuó el fantasma— y tuvo hijos según creó.
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Un niño. Cierto, dijo el espíritu. Tu sobrino. Scrooge se había quedado pensativo y parecía preocupado tras una pausa, dijo. Sí. Dejaron atrás la escuela y se encontraron en las calles concurridas de una población donde oscuros transeúntes iban de un lado para otro y en la que reinaban todo el bullicio de una gran ciudad.
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Se veía claramente que era Navidad. Era de noche, pero las calles estaban iluminadas, como también lo estaban los escaparates de las tiendas, rebosantes de adornos. El espectro se detuvo ante la puerta de un almacén y preguntó a Scrooge si lo conocía.
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Que si lo conozco, dijo Scrooge. Aquí fui y aprendí. Entraron al ver a un señor con peluca sentado en un pupitre. Scrooge exclamó emocionado. Pero si es el viejo Fizziwig. Bendito sea Dios, Fizziwig, vivo otra vez.
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El viejo Fizziwig dejó su pluma, miró el reloj y exclamó con voz sosegada, hijo vial, he vosotros, he venecer, Dick. Un jovencísimo Scrooge entró a toda prisa junto con su compañero, el otro aprendiz, Dick Wilkins, dijo Scrooge al espectro.
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Me tenía mucho cariño. Pobre Dick, mi querido Dick. Venga, chicos, continúo Fizziwig. Se acabó el trabajo por hoy. Es nochebuena. Vamos a echar el cierre en un santiamén.
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No os podéis imaginar con qué rapidez se pusieron los dos muchachos manos a la obra. Salieron a la calle cargados con los postigos. Uno, dos, tres, los colgaron en su sitio.
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Cuatro, cinco, seis, pusieron las barras y los pasadores
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Siete, ocho, nueve, y volvieron a entrar
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Antes de contar doce, como caballos de carreras
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Muy bien, esclavó el viejo Fessiwit
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Despejad esto, chicos, y haced sitio por aquí
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Vamos, Dick, muévete, esvenecer
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Y en ello canta un gallo
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Arrinconaron todos los muebles, barrieron y fregaron el suelo
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Avivaron las lámparas, echaron carbón al fuego
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Y en el almacén quedó cálido
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confortable e iluminado, como el mejor de los salones de baile en invierno.
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Al poco tiempo entró un violinista con sus partituras, se subió en lo alto de una mesa,
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empezó a tocarle alegremente, luego entró la señora Fessy Weed en una sonrisa amplia,
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las tres señoritas Fessy Weed radiantes y encantadoras y seis jóvenes pretendientes,
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cuyos corazones habían roto las muchachas.
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Entraron todos los jóvenes empleados de la empresa, entró la criada con su primo el panadero,
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la cocinera con el lechero, uno tras otro, todos ellos entraron, unos con timidez, otros con descaro,
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unos con gracia, otros torpemente, empezó al fin el baile, allá iban veinte parejas a la vez,
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cogidas de la mano con los brazos en semicírculo, daban medio giro en un sentido,
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luego otro medio al revés, avanzaban la mitad, bajo las manos entrelazadas del resto,
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hasta llegar al final de un pasillo humano, pero después colocarse de forma semejante y despejar la otra mitad
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hiciera lo mismo en diversas fases, de cordial agrupación.
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Hubo más bailes y juegos de prendas y nuevos bailes, y hubo tarta y vino y una gran pieza de carne asada
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y pasteles de carne y cerveza en abundancia.
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Cuando el reloj dio las 2.11, concluyó el baile doméstico y el señor y la señora Fessy Wheat ocuparon sus puestos,
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uno a cada lado de la puerta.
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Y fueron despidiendo a cada uno de sus invitados a medida que salían
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Deseándole feliz navidad, al fin solo quedaron los dos aprendices, los anfitriones
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Le desearon también las felices pascuas con muestras de afecto
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Y a los muchachos que fueron a su cama, situados en la trascienda
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Durante todo este tiempo Scrooge había estado entusiasmado fuera de sí
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Tenía el corazón y el alma puestos en lo joven que se fue
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Recordaron en cada instante vivido y disfrutó de todo
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El espíritu le hizo sueños para que escuchase a ambos aprendices que colmaron en alabanzas a Fessiwit y dijo
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Que poco cuesta creer hacer que estas gentes sencillas se sientan tan llenas de gratitud
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Poco, repitió Scrooge con un eco
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¿Cómo? ¿No te parece poca cosa?
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Fessiwit solo ha gastado un poco de vuestro dinero terrenal, tres o cuatro libras quizás
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¿Es eso mucho para que reciba tantos elogios de sus empleados?
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No es una cuestión de dinero, dijo Scrooge, molesto por el comentario del espectro y hablado inconscientemente como si fuera todavía joven el empleado de Fessiwit. En sus manos está hacernos felices o desdichados, conseguir que nuestro trabajo sea un placer o una carga.
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Él emplea siempre palabras amables, solo nos dirige miradas de comprensión y simpatía
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Su valor consiste en cosas tan simples que no se pueden sumar ni cortar
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Y la alegría nos proporciona es tan grande como si constante una fortuna
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Scrooge sintió la mirada del espectro que le penetraba hasta las entrañas y se cayó
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Los jóvenes empleados se desearon buenas noches y una feliz navidad, y apagaron la vela. Al instante, Scrooge y el espectro de las navidades pasadas se hallaron de nuevo al aire libre.
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Se me acaba el tiempo, comentó el fantasma. Tendremos que darnos prisa.
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Y Scrooge volvió a verse a sí mismo
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Ahora tenía más edad, era ya un hombre hecho y derecho
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Su cara no tenía la dureza de los años posteriores
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Pero ya empezaba a asomar signos de preocupación y avaricia
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En sus ojos había ansiedad e inquietud
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No estaba solo, sino sentado junto a una hermosa joven
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de cuyos ojos
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brotaban lágrimas
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que el desplandor del espectro iluminaba
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no importa, decía ella suavemente
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al menos a ti ya no te importa
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otro ídolo
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me ha suplantado
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pero si eso te hace feliz
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a mí también, pues yo solo deseo tu dicha
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ídolo, que ídolo
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replicó el
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el oro
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sentenció la joven
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así es el mundo, no hay nada más despreciado
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por todos que la pobreza
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y los pobres temes demasiado la opinión de la gente continúa ya todas tus ilusiones todas tus
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esperanzas se han desvanecido frente a otra pasión que te domina ganar dinero y más dinero
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y que si ahora tengo más sentido común mi sentido mis sentimientos hacia ti nunca variado ella negó
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la cabeza y después dijo nuestro compromiso es antiguo nos prometimos cuanto éramos pobres
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y no nos importaba hacerlo hasta un buen día.
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Pudiéramos cambiar de posición gracias a nuestro paciente de trabajo,
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pero ahora tú has cambiado.
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Quiero que sepas que te libero completamente del compromiso.
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Te he pedido yo que me liberes, con palabras no,
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pero sí con actitud diferente, con otro modo de vida y otras aspiraciones.
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Si tuvieras que elegir ahora, si nos conociésemos de nuevo,
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puedo creer que volverías a elegir a una muchacha sin dote.
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Tú, de que todo lo mides en función de los beneficios
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El intento de decir algo, pero ella con la cabeza vuelta, tragó saliva y conteniendo el llanto, prosiguió
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Sé que no me elegirás, por eso te libero de tu compromiso
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Y dentro de poco, de muy poco tiempo, rechazarás este acuerdo
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Como un sueño poco provechoso en el que tuviste la suerte de despertar
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Deseo con toda mi alma que seas feliz en la vida que has elegido
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Y tras pronunciar esas palabras, dio la media vuelta y se alejó
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El espíritu dijo Scrooge, no me enseñes nada más, llévame a casa, te lo suplico, no digas torturándome. Una escena más exclamó el espectro, no quiero más, suplico Scrooge, no deseo verla, no me engañes más, pero el fantasma impacable le obligó a mirar a lo que ocurrió a continuación.
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De pronto se hallaron en un lugar, una habitación no muy amplia,
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aunque confortable, junto al hogar que se encontraba en una hermosa joven,
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muy parecida a la anterior, convertida ahora en una madre de familia.
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Frente a ella estaban sentada su hija, y a su alrededor había más niños de los de Scrooge.
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En su estado de agitación mental podía contar.
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Cada niño se comportaba como si fueras a 40,
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pero el alboroto que organizaban no molestaba en absoluto a la madre y a la hija,
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y se habían contagiado de la alegría, las risas y los abrazos de los niños.
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De repente llamaron a la puerta y se produjo un bullicio aún mayor.
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Todos los presentes corrieron a rodear al padre, que llevaba cargado de juguetes, regalos de Navidad, con...
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Con qué gritos de sorpresa y júbilo se desenvolvió cada paquete,
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qué nuevas expresiones de felicidad y de amor.
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Agotados al fin, los niños fueron abandonando el salón y subieron al piso superior de la casa para acostarse.
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Scrooge miró con más atención el matrimonio
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que se sentó junto al hogar con la pequeña de la casa
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y al pensar que una criatura como aquella
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tan graciosa y delicada
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podía haberle llamado papá
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se le nublaron los ojos
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vele, dijo el marido
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volviéndose con una sonrisa hacia su mujer
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esta tarde he visto a un antiguo amigo tuyo
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¿a quién?
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al señor Scrooge
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pasaba por delante de su oficina
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y como no estaba cerrada
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y tenía una vela encendida en el interior
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no he podido evitar verlo
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Según he oído de decir, su socio se está muriendo y, en lugar de hacerle compañía, el señor Scrooge se encontraba allí a solas.
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Está completamente solo en el mundo, creo.
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—¡Espíritu! —dijo Scrooge con la voz quebrada. —¡Sácame de aquí!
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—Ya te he dicho que estas son sombras de cosas que han pasado —dijo el espectro. —No me culpes a mí de que sean como son.
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—¡Vámonos! —exclamó Scrooge. —No puedo soportarlo. Devuélveme a mi casa. No sigas atormentándome.
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Se volvió hacia el fantasma y se puso a forcejear con él.
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En la lucha, si se puede llamarse lucha porque el espectro seguía sin alterarse,
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como si nada le afectase en los esfuerzos de su adversario,
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Scrooge observó que la luz que el espectro emanaba se hizo más intensa.
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De pronto se dio cuenta de que estaba agotado y vencido por una somnolencia irresistible.
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Se percató además de que se encontraba en su propio dormitorio.
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Apenas tuvo tiempo de llegar a la cama, tambaleándose, cuando se sumió en un profundo sueño.
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Al despertarse en mitad de un ronquido prodigioso, Scrooge se incorporó en la cama para poner en orden sus pensamientos.
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Tuvo la impresión de que el reloj no tardaría en volver a dar la una.
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Comprendió que se había despertado en el momento preciso para recibir el segundo de los mensajeros que Jacob Marley le había anunciado.
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Volvió a tumbarse, pues no quería que el espíritu lo cogiera desprevenido y notase su nerviosismo.
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Ahora bien, aunque Scrooge estaba preparado casi para todo, no lo estaba en absoluto para que nada sucediera.
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Así que, cuando la campana dio la una y no surgió ninguna aparición, la cometió un violento temblor.
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Transcurrieron cinco, diez minutos, un cuarto de hora, pero no ocurría nada.
00:47:51
Durante todo ese tiempo permanecía acostado en la cama, que desde el reloj había dado la hora.
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Parecía haber adquirido un extraño resplendor rojizo.
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Finalmente empezó a pensar que la fuente secreta de esa luz tal vez estuviera en la habitación contigua.
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Se levantó entonces sigilosamente y se dirigió zapatillas hacia la puerta.
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En el mismo instante en el que la mano de Scrooge tocó el pomo de la puerta, una voz lo llamó por su nombre y pidió que entrase.
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El viejo obedeció y al abrir la puerta entró en su propia habitación.
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Era su habitación, sin duda, pero había sufrido una sorprendente transformación.
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Las paredes estaban cubiertas por una frondosa vegetación y había vallas por todas las partes. Las hojas tiesas del acebo, el muérdago y la hierra reflejaban la luz como si sobre ellas hubiera una multitud de espejitos, amontonados en el suelo, formando una especie de trono.
00:48:33
Había pavos, gansos, pollos, carne adobada, lechones, largas ristas de salchichas, ostras, castañas asadas, manzanas, peras, pasteles y humeantes cuencos de ponche que empañaban la habitación con sus deliciosos vapores.
00:48:52
Sobre este apetito, Lecho se hallaba cómodamente sentado un alegre gigante de magnífico aspecto. Sostenía en su mano una antorcha encendida que levantó en cuanto Scrooge se asomó por la puerta.
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—¡Pasa! —exclamó el espectro—. ¡Pasa, hombre, y me conocerás mejor! Scrooge entró tímidamente e inclinó la cabeza de forma respetuosa ante el gigantesco fantasma. Ya no era aquel Scrooge obstinado de antes.
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—Soy el espíritu de la Navidad presente —dijo el espectro. Llevaba un manto de color verde oscuro con ribetes, de piel blanca. Le quedaba muy holgado, de modo que dejaba su amplio pecho al descubierto. Sus pies estaban desnudos y en la cabeza tenía una corona de acebo. Los rizos de su cabello castaños eran largos y abundantes. Su rostro, generoso y cordial, tenía ceñida a la cintura una vieja vaina que, sin embargo, no contenía espada alguna.
00:49:32
El espíritu de la Navidad presente se levantó. —¡Espíritu! —dijo Scrooge sumisamente. —Llévame donde quieras. Anoche salí porque me obligaron, pero aprendí una valiosísima lección que empieza a hacer sus efectos. Toca mi manto.
00:50:00
Scrooge obedeció y muerda, goyedra, pavos, lechones, salchichas, ostras, pasteles y ponches aparecieron al instante.
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Lo mismo ocurrió con la habitación.
00:50:22
El resplandor rojo y la hora de la noche y de pronto se encontraron en las calles de la ciudad.
00:50:24
Una mañana de Navidad.
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La gente producía una especie de música áspera al quitar la nieve de sus tejados y toldos.
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Y esta provocaba en los chicos un delirante regocijo.
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Cuando caía de golpe en súbitas tormentas sobre la calle.
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Las fachadas de las casas se veían particularmente negras, en contraste con la suave y blanca nieve que cubría los tejados.
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Y con la otra, más sucia del suelo, el cielo estaba cubierto y las estrechas calles se hallaban anegadas por una niebla gris, húmeda y glacial.
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Nada tenía de alegre el clima o la ciudad y, sin embargo, reinaba en todas partes la atmósfera de alegría que ni el aire más puro del verano ni el del sol más resplandeciente habrían sido capaces de producir.
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Porque la gente arrojaba paladas de nieve y desde los tejados de las casas estaba llena de alegría
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Y de vez en cuando intercambiaban alguna divertida bola de nieve
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Todo el mundo lucía sus mejores vestidos y sus caras más alegres
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Las pollerías aún estaban abiertas y las fruterías mostraban todo su esplendor
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Tenían grandes y barrigudos gestos de castañas, bronceadas cebollas rojas
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Peras y manzanas agrupadas en altas pirámides y racimos de uva que colgaban
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Como lámparas de llamativos ganchos dispuestos con ese propósito. Y las tiendas de comestibles estaban a punto de cerrar. Pero, ¿qué dulce espectáculo ofrecían? Invadían el ambiente con su abundancia de botes de reserva, la mezcla de olores del té y el café, las pasas y almendras selectas, las largas ramas de canelas, las frutas escarchadas, los higos frescos y los secos.
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—¿Tiene algún sabor especial eso que es pareces con tu antorcha? —preguntó Scrooge de pronto. —Sí, el mío —contestó el espectro—. ¿Y sirve para todos los alimentos de ese día? —Para todos los que se ofrecen con amenabilidad. Sobre todo para la comida que se le da a los pobres. —¿Por qué la de los pobres sobre todo? —preguntó Scrooge. —Porque son los que más la necesitan —concluyó el espíritu.
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y prosiguieron, invisibles como antes, hacia las afueras de la ciudad.
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Tal vez fue la naturaleza amable y generosa del espíritu o quizás su compasión por los pobres
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lo que le condujo a la casa del escribiente de Scrooge.
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El caso es que allí se dirigió con Scrooge, que iba bien agarrado a su manto,
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cuando llegaron al umblar de su puerta.
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El espíritu sonrió y se detuvo al bendecir la casa de Lord Cratchit con las emanaciones de su antorcha.
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Entonces se levantó la esposa de Bob, la señora Cracktis, que iba probablemente atavida, con un vestido dos veces vuelto del revés, pero lleno de cintas, que son baratas, y hace un buen efecto.
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Puso el mantel y ayudaba por Belinda Cractis, la segunda de sus hijas. El primogénito Peter Cractis estaba al cuidado de una olla con patatas, mientras disfrutaba de verse elegantemente vestido con una camisa que había heredado de su padre.
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A continuación, entraron atropelladamente dos cráctis más pequeños, un niño y una niña, gritando que habían reconocido el olor al ganso desde la calle y relamiéndose de imaginarse incandolar el diente al ganso.
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Los dos pequeños Cactus se pusieron a bailar alrededor de la mesa y a elogiar a su hermano Peter, mientras que éste no dejaba de soplar la lumbre, hasta que las patatas, que se cocían en fuego lento, empezaron a golpear sonoramente la tapadera de la cazuela, como si reclamaran que la sacaran de allí y la pelasen.
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¿Dónde está vuestro padre? Dijo la señora Cártiz. ¿Y vuestro hermano Tinitín? ¿Y Marta?
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Aquí está Marta, mamá, dijo una joven que en ese momento entraba por la puerta.
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¿Cuánto has tardado, hija mía? Dijo la señora Cártiz, besándole una docena de veces.
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Hemos tenido mucho trabajo, hasta la última hora, madre, contestó Marta.
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La importante es que ya has llegado. Siéntate junto al fuego caliente.
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—No, no, que viene papá, gritándole los dos pequeños cráctis que correteaban por todas partes. —¡Escóndete, Marta, escóndete! Así que Marta se escondió, y al instante entró rebosante de alegría el bono de Bob, el padre con un metro de bufanda colgándose por delante, y con Timmy Tim sentado sobre sus hombros.
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—Porque, ¡ay! Tini Tim usaba una pequeña muleta y llevaba las piernas sujetas por un aparato de hierro, y su padre la había llevado a cabellito durante todo el trayecto.
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—¿Pero dónde está Marta? —preguntó Bob Cratchit mirando a su alrededor.
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—No viene —contestó la señora Cratchit, siguiendo el juego a los niños.
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—¿Que no viene? —dijo Bob poniéndose muy serio de repente.
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¿Es Navidad y no viene? Marta no soportaba ver a su padre tan triste, ni siquiera a causa de una broma, así que salió de su escondite y corrió a sus brazos, y pequeños y mayores se fundieron en gozos abrazos.
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¿Qué te ha dicho el médico, Tin y Tim? preguntó la señora Cratchit, intentando ocultar su preocupación
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Ah, el médico, dice que cada vez está mejor y más fuerte, contestó Bob con voz un tanto temblorosa y un nudo en la garganta
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Y hubo más besos y más abrazos, especialmente para el pequeño Tim
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Terminados los afectuosos saludos, el mayor, Peter, los dos pequeños Cratchit, fueron a por el ganso y lo trajeron en solemne procesión
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Se armó un bullicio tal para recibir comida, como podríais haber pensado que el ganso era la más rara y excepcional de todas las aves.
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La señora Cratchit se calentó la salsa, Peter machacó las patatas hasta hacerlas puré, Belinda edulzó la compota de manzana y Marta puso en la mesa.
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Los dos pequeños Cratchit colocaron las sillas para todos y Bob, el padre, sentó a Tim y Tim a su lado.
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Una vez se hubiera sentado todos, la señora Cratchit se dispuso a trinchar el ganso, empezando por la pechuga.
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Y el aroma que se despertó en ese momento provocó que los pequeños, incluso Tin y Tim, aunque este esté débilmente, gritaran al unísono.
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¡Bravo! Jamás se habría visto un ganso como ese. Bob dijo que su mujer nunca habría probado un guiso con tan buen ganso.
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¡Qué tierno y qué sabroso estaba! Todos alabaron su tamaño y lo barato que había salido.
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Y acompañando del puré de patatas y la compota de manzana, esa noche hubo una cena de sobra para toda la familia.
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En cuanto terminaron, la señora Cratchit se levantó y se dirigió a la cocina.
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Al momento volvió sonriente con un enorme pudín, que tenía una ramita de acebo en lo alto, a modo de navideña decoración.
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y hubo nuevos aplausos y gritos sobre todo de los más pequeños.
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¡Hay postre, hay postre! Y todos se deshicieron en alabanzas.
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No hubo un solo crachit que no dijera algo sobre el pudin.
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Al final concluyó la cena, recogieron los platos, retiraron el mantel,
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barrieron el minúsculo y pobre comedor y se sentaron junto al hogar.
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Espíritu, dijo Scrooge con un interés que jamás habríamos mostrado antes.
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Dime si Tinitín vivirá.
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Veo su sitio vacío y una moleta sin dueño cuidadosamente guardada en el armario, contestó el espectro.
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¡Oh, no! Espíritu amable, dime que se salvará.
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Si el futuro no altera estas sombras, las próximas navidades ya no podré visitarlo, ni acariciarle con el halo de mi antorcha.
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Pero, ¿a ti qué más te da?
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Lo único que te preocupa es descontarle el sueldo de una semana a tu empleado.
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Scrooge bajó la cabeza al oír que el espíritu repetía sus propias palabras, y se sintió muy triste y avergonzado.
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El espectro cargó entonces contra Scrooge.
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Si tu corazón fuera de hombre y no de piedra, maltratarías menos a tu empleado y ayudarías más a su familia.
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—¿Que sí sé salvar a Timmy Tim, dices? No lo sé, pero sí creo que a los ojos de Dios tú eres más indigno de salvarte que millones de criaturas como el hijo de este pobre hombre.
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Ante el reproche del espectro, Scrooge agachó de nuevo la cabeza y, echándose a temblar, clavó la mirada en el suelo.
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Pero la levantó al instante, y cuando yo pronuncié su nombre,
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—Por el señor Scrooge —dijo Bob Cratchit—. Brindemos a su salud, ya que ha hecho posible este banquete. Ojalá estuviera aquí. Iba a darle de comer un poco de lo que pienso —repuso la señora Cratchit—. Cariño, por favor, los niños.
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Es Navidad, intervino Bob. Pues por ti y por el día beberé a tu salud, dijo ella. Feliz Navidad y próspero año nuevo. No me cabe la menor duda de que para él será muy feliz y próspero. Feliz Navidad, repitió toda la familia. Y que Dios nos bendiga a todos, añadió Tinitín.
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A continuación, brindaron todos. Sin embargo, Scrooge era el ogro de la familia, y la sola mención de su pobre impregnó la reunión familiar con una oscura y fría bruma que tardó más de cinco minutos en disiparse.
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Una vez pasada, todos se sintieron diez veces más animados que antes
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A todo esto no paraba de ir y venir la cesta de las castañas asadas
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La jarra de ponche
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Después Tiny Tim entonó una canción con su vocecita que enjumbrosa
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Nada había de especial en todo esto
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Los Cratchit no eran una familia distinguida
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No llevaban buenos vestidos
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Y Bob decía de conocer muy bien, demasiado bien
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La casa de empeños, pero eran felices, se sentían imprescindibles unos para otros y estaban contentos con la Navidad, y mientras el espíritu esparcía por todo el hogar las últimas emanaciones de su antorcha.
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La familia al completo empezó a desvanecerse. Scrooge siguió mirando sobre todo a Tim y Tim hasta el final. A todo esto había oscurecido y nevaba en abundancia. Scrooge y el espíritu recorrieron las calles.
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Las llamas de los hogares ardían y a su alrededor se congegraban las familias para cocinar y calentarse.
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Aquí los niños de la casa salían corriendo a jugar con la nieve y a percibir a sus hermosos casados primos tíos para ser los primeros en desearles Feliz Navidad.
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Allá a través de las ventanas se intuían las figuras de los asistentes a las reuniones familiares
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y a juzgar por la cantidad de gente que se dirigía a cenar con sus amigos, podría creerse que no había nadie en las cosas para recibirlos.
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Como disfrutaba el espíritu, se elevaba, abría sus enormes manos y derramaba su alegría sobre todo el mundo.
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De pronto se previó aviso por parte del espectro.
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Se hallaron un páramo desolado y desierto.
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Grandes moles de piedra en un páramo desolado y desierto.
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grandes moles de piedra. Se levantaban por todas partes como si fuese un gigantesco comentario.
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Y nada creía a no ser murgoso y malas hierbas.
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Al atravesar sus muros descubrieron a un alegre grupo reunido en torno al fuego.
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Lo formaban una pareja muy anciana, con sus hijos y los hijos de sus hijos, y otra generación más.
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Todos vestidos con sus mejores, aunque pobres, trajes de fiesta. Cantaban villancicos, hablaban en afectuosos corrillos y reinaban un ambiente de suma felicidad.
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No se detuvo aquí el espíritu, ordenó a Scrooge, que se agarraba a su manto y emprendió el vuelo hacia la costa. Construido sobre un tenebroso arrecifre, se alzaba un faro solitario.
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Pero incluso aquí los dos hombres se cuidaban del faro. Estaban sentados junto a una pequeña hoguera. Alzaron sus tazas de licor y estrechando sus manos callosas se desearon mutuamente una feliz Navidad.
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Otra vez reanudó su vuelo el espíritu sobre la negra mar agitada hasta que dieron con un barco. Se aposaron junto al timonel y luego se acercaron a la guía de la proa y los marineros que estaban de guardia.
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Cada uno de ellos tarareaba algún villancico navideño o recordaba a sus familiares y amigos.
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Y ese día cada hombre de a bordo había tenido una palabra amable o un gesto de afecto para los demás.
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Fue una gran sorpresa para Scrooge mientras escuchaba los aullidos del viento oír de pronto una fuerte risotada.
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Y mayor fue su sorpresa al reconocer la risa de su propio sobrino y descubrirse en una cálida habitación en la que, además de éste, se encontraba su sobrina política y un grupo de amigos que soltaban ruidosas carcajadas.
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—¡Ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja! —dijo que las navidades eran paparruchas —contaba el sobrino de Scrooge. Y lo decía convencido. —Peor para él, Fred —intervino su mujer. —Es un tipo peculiar —continuó el sobrino. —Esa es la verdad. No es todo lo agradable que podría ser. Pero él es quien paga las consecuencias de su actitud. Ahora debe estar completamente solo.
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—Y eso que es muy rico, ¿no? —comentó la sobrina de Scrooge. —Sí, pero ¿de qué le sirve? Con su riqueza no hace feliz a nadie, ni tan solo a sí mismo. A mí me da pena. ¿Quién sufre sus manías, su mal humor? Siempre él. Ahora le ha dado por cogernos antipatía y no quiere venir a cenar con nosotros. En fin, tampoco se pierde en gran cosa.
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¿De veras? Pues a mí me parece que se ha perdido una cena magnífica, corrigió la sobrina, y todos le dieron la razón.
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Iba a decir, continuó el sobrino Scrooge, que la consecuencia de su antipatía hacia nosotros es, creo, que se pierde momentos agradables como este, que no le harían ningún daño.
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Pero yo pienso darle todos los años esa oportunidad, aunque se burle de la Navidad hasta el día en que se muera.
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Yo continuaré yendo a su oficina, año tras año, a decirle cómo le va a tío Ebenezer. Felices Navidades.
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Y si eso contribuyese a que al menos una vez en la vida le diera algún aglindado a su empleado, me daré por satisfecho.
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Además, creo que ayer estuve a punto de conmoverlo.
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La idea de que Scrooge podía tener algún tipo de sentimiento los hizo rir a todos una vez más.
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Después del té hubo música. La sobrina de Scrooge tocó la larpa melodías con el viejo ávaro que recordaba de su niñez. Escuchándolas a Scrooge le vinieron a la mente las imágenes que había contemplado la noche anterior con el espíritu de las navidades pasadas.
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Se fue interneciendo cada vez más y pensó que si años atrás hubiera escuchado aquellas cancioncillas más a menudo, quizás habría cultivado con sus propias manos las excelencias de la vida.
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La velada continuó con juegos, porque a veces es bueno sentirse niño. Jugaron a la gallina ciega, luego a las prendas, finalmente, para descansar un poco, jugaron a las adivinanzas.
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Había allí unas 20 personas y todos sugerían respuestas
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Rayan provocaba nuevos artículos, incluso Scrooge, olvidando que nadie lo podía oír
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Daba a menudo la solución a grandes voces y casi siempre acertaba, porque el viejo Ávaro era muy agudo
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El espectro disfrutaba de lo lindo al ver que Scrooge, entusiasmado, concentrado y participativo
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Debemos irnos, dijo el espíritu
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¿Ahora que van a empezar otro juego?
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Por favor, espíritu, vamos a quedarnos un juego más, suplito Scrooge.
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Solo un rato, media hora más.
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Pero apenas acabó de pronunciar esas palabras, cuando él y el espíritu se encontraron de nuevo viajando.
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Vieron muchas cosas y llegaron muy lejos.
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Visitaron muchos lugares y siempre contemplaron escenas de felicidad.
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Cuando el espíritu se detenía junto a las camas de los enfermos, estos recobraban la alegría. Cuando se acercaba a los que se hallaban en tierras extrañas, aquellas personas se sentían en su país. Fue una noche larga, si es que en realidad fue solo una noche. Era extraño además que mientras Scrooge conservaba su aspecto exterior, el espíritu iba envejeciendo. Su cabello se fue volviendo gris y luego blanco.
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—Tan corta es la vida de los espíritus, dijo Scrooge. La mía solo dura hasta la medianoche del día de la Navidad, respondió el espectro. Pero en ese momento, en alguna iglesia cercana sonaron los tres cuartos. Era las doce menos cuarto. Scrooge percibió entonces una forma extraña bajo el manto del espectro.
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—Perdona si te molesto con mi pregunta —dijo Scrooge—, pero veo que algo asoma bajo tus faldas. ¿Son pies o garras? De los pliegues de su ropa, el espíritu sacó a dos niños de horrible aspecto, miserables, espantosos. Era un niño y una niña, flacos, pálidos y adapientos. Scrooge retrocedió aterrorizado.
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—Espíritu, ¿son hijos tuyos? —luego le preguntó al fin.
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—Son hijos del hombre —respondió al espectro—. Este niño es el hambre, esta niña la ignorancia. Solo la maldad humanos los alimenta y los hace crecer.
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—¿No tienen un hogar ni recursos? —dijo Scrooge. —¿No hay cárceles? ¿No hay asilos? —dijo el espíritu, recordándole sus palabras.
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—¿No hay reformatorios? —la campana dio a las doce. Scrooge buscó el espectro con la mirada, pero no lo vio.
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Cuando la última campanada dejó de vibrar, descubrió, en cambio, la figura vaporosa de un fantasma solemne, encapuchado y siniestro, que avanzaba como la bruma sobre el mar, hacia él.
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Capítulo 4. El último espíritu.
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El fantasma se acercó lenta, grave y silenciosamente.
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Al llegar frente a él, Scrooge cayó de rodillas.
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porque este espíritu parecía emanar tristeza y misterio.
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Iba envuelto en negros ropajes que lo ocultaban la cabeza y la cara
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y que no permitían distinguir su figura de la oscuridad que lo rodeaba.
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¿Estoy en presencia del espíritu de las navidades futuras?
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Consiguió articular Scrooge al fin.
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El espectro no contestó.
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Se limitó a alzar una mano blanquecina indicándole que caminase.
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Vas a mostrarme las sombras de cosas que no han ocurrido, prosiguió Scrooge.
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¿Pero qué ocurrirán en tiempos venideros? ¿No es así, espíritu? La parte superior de sus vestiduras se arrugó en un instante, formando pliegues hacia adelante como si el espíritu hubiese inclinado la cabeza para sentir. Esta fue su única respuesta. Aunque iba acostumbrándose a las compañías espectrales, Scrooge sentía tanto pavor ante esta figura silenciosa que las... piernas empezaron a temblarle.
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le producía un vago e incierto terror saber que detrás de aquel sombrío sudario había unos ojos
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espectrales mirándolo fijamente no obstante sólo podía distinguir la fantasmal mano imperativa y
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una enorme masa de negrura espectro del futuro exclamó me das más miedo que ninguno de los
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espíritus que he visto pero como sé que tu propósito es hacerme el bien estoy dispuesto
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acompañarte y a obedecerte con agradecimiento. ¿No vas a hablarme? El fantasma no contestó. Guíame,
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dijo Scrooge. La noche se desvanecía rápidamente y el tiempo es precioso para mí. Guíame, espíritu.
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El fantasma se puso en marcha del mismo modo que lo había hecho al acercarse a él. La ciudad empezó
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a surgir en torno a ellos, rodeándolos mientras cobraba forma. El espíritu se detuvo junto a un
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pequeño grupo de hombres de negocios que salían de la bolsa. Al ver que la
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vaporosa mano los señalaba, Scrooge se acercó a escuchar su conversación.
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No sé demasiado al respecto, decía un hombre corpulento. Solo sé que murió
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anoche. Vaya, yo pensaba que no moriría nunca, dijo otro.
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¿Qué ha hecho con su dinero? Preguntó un tercero de rostro encendido y ojos
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saltones. Ni idea, contestó el grandullón. Lo que sí sé es que a mí no me lo han dejado.
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Este comentario fue acogido con una carcajada general. No creo que nadie vaya a su entierro,
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continuó. Yo iría, si dieran algo de comer, dijo el de los ojos de rana. Scrooge conocía a esos
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hombres y miró al espíritu, como pidiendo una explicación. No la hubo. Al principio se sorprendió
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de que el espectro se detuviera ante conversaciones tan triviales, pero convencido de que estas
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tendrían algún propósito oculto, se puso a meditar sobre cuál podría ser. En cualquier
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caso, confiaba en que la conducta del futuro Scrooge le proporcionase la solución a estas
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enigmas. Llegaron entonces a un lugar que le recordaba a su oficina. Miró por todas
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partes buscando su propia imagen, pero en su rincón acostumbrado había otro hombre,
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totalmente desconocido. Callado y sombrío, el fantasma permanecía de pie junto a él
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y con el brazo extendido continuaba señalando. Abandonaron esta escena y se adentraron en
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una oscura parte de la ciudad, de calles sucias y estrechas, de casas miserables.
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En aquel ambiente infame había una tienda sórdida. En el interior se apilaban sobre
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el suelo montones de llaves, clavos, cadenas, balanzas y toda clase de chatarra. Sentado
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entre estas mercancías había un granuja canoso, de unos setenta años. Era el viejo
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Joe. Scrooge y el fantasma se colocaron junto a él. Justo en el momento en que había una mujer
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entraba, cargaba con un voluminoso bulto. Al momento entró otra mujer igualmente cargada,
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seguida de un hombre vestido de negro. Los recién llegados, tras un instante de muda asombro,
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se echaron a reír al reconocerse mutuamente. No podríais haberos encontrado en un lugar mejor,
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dijo el viejo Joe. Pasado al salón, los visitantes obedecieron y, sin cruzar más palabras, Joe les convidó a que fueran al grano.
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El hombre vestido de negro, empleado de la funeraria, no lo dudó un instante y se apresuró a descubrir su botín.
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No era gran cosa. Uno o dos sellos, un estuche de lápices, un par de gemelos de camisa y un alfiler de corbata de escaso valor.
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El viejo Joe lo examinó todo concienzudamente y anotó con tiza en la pared las cantidades que están dispuestos a pagar por cada objeto.
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Esta es tu cuenta, dijo al fin, y ni un centavo más. ¿Quién es la siguiente? Ahora le tocó a la señora Dilber, la asistenta. Sabanas y toallas, un traje algo castado, dos cucharillas de plata, unas pinzas para el azúcar y varios pares de botas. Su cuenta quedó consignada en la pared del mismo modo.
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Y ahora atase mi bulto, Joe, dijo la primera que había llegado. La bandera de profesión, mientras sacaba un pesado rollo de tejido oscuro. Mantas y cortinas de cama, preguntó Joe. No irás a decirme que las cogiste, con anillas y todo, en presencia del cadáver, ¿verdad?
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Pues sí, contestó la mujer, porque no iba a hacerlo.
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Desde luego has nacido para rica y yo te ayudaré en tu propósito.
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Y la miré calidad de esta camisa, dijo la lavandera.
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¿Pero cómo? ¿También se la has quitado al muerto?
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Él ya no la necesita, respondió ella.
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Bueno, espero que no haya muerto de nada contagioso.
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Scrooge escucha horrorizado este diálogo.
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Mientras aquellos individuos están sentados alrededor de su botín, los observa con enorme repugnancia.
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Ja, ja, rió la mujer mientras contaba sus ganancias. Ahí tenéis en qué ha ido a parar el viejo.
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Ahuyentó a todo el mundo cuando estaba vivo para que nos aprovechemos nosotros ahora de que está muerto.
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Ja, ja, ja. Espíritu, dijo Scrooge temblando de pies a cabeza. Ahora comprendo. El caso de este desgraciado podría ser el mío.
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Dios misericordioso, ¿qué es esto?
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Retrocedió entonces aterrado porque había cambiado el escenario. Ahora se encontraba al lado de una cama.
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una cama desnuda, sin cortinas, que acogía una forma humana bajo una sábana andrajosa.
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El cadáver yacía allí sin que nadie lo velara, sin que nadie llorase por él.
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Scrooge se volvió hacia el fantasma, cuya mano interrumpible apuntaba a la cabeza del difunto.
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Scrooge pensó en descubrirle la cara, pero tenía tanta fuerza para retirar el velo como para alejarse del espectro.
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Si este hombre pudiese levantarse ahora, se dijo Scrooge. ¿En qué pensaría? ¿En que la avaricia en sus negocios abusivos, en las preocupaciones económicas? Espíritu, dijo al fin. Este sitio es espantoso. No olvidaré tus entrañas. Créeme. Vámonos.
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El espectro continúa señalando con el dedo inmóvil la cabeza del muerto. Te comprendo, recopilo Scorch, y lo haría si pudiese, pero no tengo fuerzas. Si hay alguien en esta ciudad que manifieste algún sentimiento por la muerte de este hombre, muéstramelo, por favor.
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El fantasma desplegó sus negras vestiduras como si fueran alas y al instante se hallaron en una habitación a plena luz del día, donde una madre rodeada por sus hijos parecía esperar impaciente. Por fin oyó la puerta y corrió a recibir a su marido, un hombre joven, aunque de rostro abatido, marcado por las preocupaciones.
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—¿Traes buenas o malas noticias? —preguntó la mujer. —Malas —contestó él. —Entonces, ¿estamos totalmente arruinados? —Aún hay esperanzas —dijo el joven. —Si él se ablanda, las hay —dijo ella. —Ya no puede ablandarse, ha muerto.
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¿Y quién traspasará nuestra duda? No lo sé, pero muy mala suerte habríamos de tener para dar con otro acelerador, tan deprisa como él. Esta noche podemos dormir tranquilos. Y en efecto, sus corazones permanecieron más sosegados, y su hogar fue algo más feliz por la muerte de este hombre.
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Y en efecto, sus corazones permanecieron más sosegados y su hogar fue...
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Ah, no, perdón. El único sentimiento que el espectro fue capaz de enseñarle fue el alivio de esta familia.
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Por favor, espíritu, muéstrame a alguien que sienta compasión por el difunto, suplicó Scourge.
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El espectro la condujo por las calles que le resultaban familiares y mientras caminaban, Scourge miraba por todas partes buscando a sí mismo.
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Entraron en casa del pobre Bob Cratchit y encontraron reunidos en frente del hogar a su esposa y a sus hijos
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La madre y Martha, la mayor de las hijas, consigan en silencio
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Silencio absoluto, silencio
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Los pequeños Cratchit, tan bulliciosos en la anterior visita, estaban sentados en un rincón inmóviles como estatuas
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La madre dejó su labor y se llevó las manos a la cara
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Tengo los ojos tan cansados
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Por nada del mundo quisiera que vuestro padre
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Me vea así cuando llegue
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Está tardando
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Dijo Peter
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Antes solía caminar más deprisa
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Y eso que siempre llevaba a hombros a Tini y Tim
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Sí, pero estaba tan poco
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Y...
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Pero pesaba tan poco
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Y su padre lo quería tantísimo
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Que no era ninguna molestia para él
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Pero callaos
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Que me parece que lo oigo abrir la puerta
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La madre echó a correr a su encuentro
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El bueno de Bob entró en la habitación con la larga bufanda arrollada del cuello, se sentó en una silla y los pequeños Cratchits se subieron a sus rodillas y dijeron, no te preocupes, papá, no estés triste.
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Bob intentó mostrarse más animado con los niños. Al fin, le dijo a la señora Crackers, me habría gustado que hubieras venido. El lugar es muy verde, ya lo verás, y muy a menudo. Le prometí que iríamos todos los domingos, pequeñín mi pequeñín.
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Bob se desmoronó de repente. No lo pudo evitar. Abandonó la habitación y subió a su cuarto. Scrooge miró desconcertado hacia un ángulo del salón y descubrió allí una pequeña muleta abandonada. Bob, tras haber meditado un poco, logró serenarse. Se resignó con lo ocurrido y bajó otra vez con su familia.
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Todos se sentaron alrededor de la lumbre y se pusieron a charlar. Bob les habló de la extraordinaria amabilidad del sobrino de Scrooge, a quien apenas había visto un par de veces.
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Así que, decía Bob, como es el caballero más agradable que he visto en mi vida, se lo conté. Lo siento de todo corazón, me dijo. Si hay algo en que pueda ayudarles, no duden en acudir a mí.
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Y entonces sacó una tarjeta, añadió, aquí es donde vivo, por favor, vengan a verme. Y no es realmente lo que pueda hacer por nosotros, sino su amabilidad, lo que me ha resultado tan reconfortable.
01:21:52
Es como si hubiese conocido a nuestro Teenie Teenie y verdaderamente como compartiese nuestro dolor. Una lágrima asomó en su mojilla al tiempo que esbozaba una media sonrisa.
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Entonces lo besó la señora Cráctis y lo besaron también los dos pequeños, sus hijas y el menor Peter.
01:22:25
—Espectro —dijo Scrooge—, algo me dice que en el momento de nuestra separación está próximo. Pero, por favor, no te vayas sin decirme quién era aquel hombre que vimos en solitario su lecho de muerte. El espíritu de las navidades futuras lo condujo, como antes, a lugares frecuentes por hombres de negocios.
01:22:35
Sin detenerse, sobrevolaron la zona donde se encontraba su oficina y al cabo llegaron a una verja de hierro.
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Scrooge echó un vistazo antes de entrar en un cementerio.
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El espíritu se detuvo entre las tumbas y señaló una.
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Antes de acercarme a esa lápida a la que apuntas, dijo Scrooge, contéstame una cosa.
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¿Son estas sombras de lo que ocurrirá o solo las cosas que pueden ocurrir?
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El fantasma continuaba señalando hacia la sepultura.
01:23:24
El camino seguido de la vida por un hombre hace prever el final que le separa tras su muerte, continuó Scrooge. Pero, si se apartase de ese camino, su fin tendría que ser distinto. ¿No es así, espíritu? El espectro continuó impasable, como siempre. Scrooge avanzó lentamente hacia la tumba, obedeciendo al fin.
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Temblando, bajó la mirada y leyó en la lápida de su propio nombre, Ebenser Scrooge.
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Era yo el hombre que yacía en el lecho, exclamó cayendo de rodillas, el dedo apuntó hacia él, sentencioso.
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Espíritu, escúchame, yo ya no soy el que era, pero ¿por qué me enseñas todo esto si por culpa de mis faltas ya no tengo esperanza?
01:24:03
Buen espectro. Asegúrame que cambiando de vida aún puedo modificar estas sombras que me has mostrado.
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Celebraré la Navidad de todo corazón y procuraré conservar su espíritu durante todo el año.
01:24:18
Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro.
01:24:24
Llevaré dentro de mí los tres espíritus en cada uno de mis actos.
01:24:27
Oh, dime que puedo borrar el nombre escrito en esa losa.
01:24:30
Angustiado, intentó agarrar fuertemente la mano espectral.
01:24:34
El espíritu, con mayor fuerza, lo rechazó.
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Al alzar las manos en una última súplica para que alterase su destino, la capucha y la capa del fantasma experimentaron una transformación. Menguaron, se encogieron y se redujeron hasta convertirse en una columna de cama con sus cortinas.
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Y la columna era de su cama, la cama era suya, suya la habitación
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Y lo mejor de todo era que el tiempo que tenía por delante era también suyo
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Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro, repitió Scrooge, gateando para bajarse de la cama
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Los tres espíritus actuarán dentro de mí, bendito seas por ello, Jacob Marley, y bendita sean las navidades
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Tan excitado estaba con sus buenas intenciones que su voz apenas podría expresarla con palabras
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No las han arrancado, exclamó Scrooge, aferrándose a las cortinas de la cama.
01:25:25
Están aquí, estoy aquí.
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Es posible disipar las sombras de todo lo que podría haber sucedido
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y sin duda habría sucedido si no me hubieran visitado los espíritus.
01:25:34
Riendo y llorando al mismo tiempo, corrió la ventana, la abrió de par en par,
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olvidando la época en la que estaba a sus bajas temperaturas y gritó a los transeúntes.
01:25:43
¡Feliz Navidad a todos! ¡Feliz Año Nuevo a todo el mundo!
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Fue dando saltos al cuarto de estar.
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Volvió, practicando una extraña danza con los brazos en alto, dando giros y saltos sin parar.
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Allí está el caza de las gachas.
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Ahí la puerta por la que entró el espectro de Marley.
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Y ahí el rincón donde se sentó el espectro de la novedad presente.
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Todo es verdad.
01:26:12
Todo es cierto.
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Todo es sucedido.
01:26:14
Ja, ja, ja.
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En realidad, teniendo en cuenta que el hombre llevaba tantos años sin practicar,
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le salió una risa espléndida.
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seguida de una larguísima serie de brillantes carcajadas.
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Sus arrebatos fueron interrumpidos por más vigorosos repiques de campana que jamás había escuchado.
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¡Clin, clun, clan, clartacán! ¡Din, don, dan!
01:26:32
Corrió de nuevo hacia la ventana y asomó la cabeza.
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No había niebla ni bruma, estaba todo nevado, pero hacía un día radiante, con el cielo despejado.
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—¿Qué día es hoy? —gritó Scrooge, dirigiéndose a un niño con ropa de domingo, que casualmente pasaba por allí.
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—¿Hoy? —repetió el chico. —Pues hoy qué día va a ser. Hoy es Navidad.
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—¡Es Navidad! —dijo Scrooge, como un eco.
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—No me la he perdido. Los espíritus han hecho todo en una sola noche. Ellos pueden hacer lo que se propongan.
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—¿Qué? —dijo el muchacho algo desconcertado.
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—Oye, chico —continuó Scrooge—, ¿conoces la pollería que está en la esquina?
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—Sí, claro. —¡Qué muchacho tan listo! —dijo Scrooge. —Un chico excepcional. —¿Y sabes si han venido un magnífico pavo que tenían allí colgado? —¿Cuál? ¿Uno tan grande como yo? —Sí —contestó Scrooge. —¡Qué muchacho tan agradable! Es una delicia hablar con él.
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—Allí sigue colgado —replicó el chico. —¿De veras? Pues ve a comprobarlo. —Anda ya —dijo el chiquillo, mientras se disponía a marcharse. —No te lo digo en serio —repuso Scrooge. —Ve a comprar y diles que lo traigan aquí. Y vuelves antes de cinco minutos, te daré un buen aguinaldo.
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El chico salió como una bala.
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Se lo llevaré a Bob Cratchit, murmuró Scrooge, frotándose las manos y repitiéndose de la risa.
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No habría quien se lo envía.
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Y el pavo ese tiene dos veces el tamaño de Teeny Tim.
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El muchacho no tardó en volver con su pesada carga.
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Era un señor pavo, aunque no pudo entender cómo podía mantenerse sobre sus patas aquella enorme ave.
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Cuando estaba en el corral, vaya, es imposible cargar con esto hasta Cadmentown, dijo Scrooge.
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Habría que alcalar un coche. La risa con la que dijo esto, la risa con la que el pavo y la risa recompensó al chico,
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solo fueron superadas por las carcajadas con las que se sentó de nuevo en la silla,
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donde siguió riendo sin parar hasta que se le saltaron las lágrimas.
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Scrooge se visitó de punta en blanco y salió a la calle, que, tal y como había comprobado cuando acompañó al espíritu de la Navidad presente, estaba inundada por los ríos de gente paseando con las manos de la espada.
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Scrooge miraba a unos y a otros con una complácida sonrisa y saludaba a todo el mundo, tan afable que parecía que al cruzarse con tres o cuatro individuos joviales, todos ellos le dieron un unisonio.
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Buenos días, señor. Feliz Navidad. Y pasado el tiempo, Scrooge contaría a menudo que estas palabras fueron las que más gozo le habían producido en toda su vida.
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No había andado mucho cuando vio venir hacia él al señor corpulento que el día antes había entrado en su oficina preguntando
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¿Esta es la firma de Scrooge y Marley? ¿No es así?
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En su corazón sintió angustia al pensar cómo le miraría a este anciano caballero cuando ambos se cruzaran
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Pero ahora sabía qué debía hacer y lo haría
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Mi querido señor, dijo Scrooge, apretándole fuerte ambas manos
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¿Cómo está usted? Espero que ayer obtuviera éxito en su tarea
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—¡Feliz Navidad! —el señor Scrooge preguntó el caballero titubeante. —Sí, ese es mi nombre, y temo que no le agrade mucho oírlo. Permítame que le pida perdón, y tenga usted la bondad de aceptar —dijo Scrooge. Aquí Scrooge susurró algo al oído del señor.
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—Dios le bendiga —gritó el caballero. —¿Lo hizo usted en serio? —Por supuesto. Esa cantidad incluye muchos atrasos. —Créame. —¿Me haría el favor de aceptarla? —Desde luego. —Gracias —dijo Scrooge. —Se lo agradezco mucho de corazón. Que Dios le bendiga.
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Scrooge fue a la iglesia y paseó por las calles, acarició las cabezas de los niños y se interesó por los mendigos.
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Jamás había pensado que un paseo podría resultar tan reconfortante y le proporcionara tanta felicidad.
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Por la tarde encaminó sus pasos hacia la casa de su sobrino.
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Pasó por delante de la puerta una docena de veces antes de atraverse a subir y llamar, pero se decidió y lo hizo.
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¿Está el señor en casa? Preguntó Scrooge a la criada. Sí, señor, está en el comedor con la señora. Les anunciaré su llegada. Gracias, pero ya me conocen. Voy a entrar, hijita. ¡Qué muchacha tan simpática! Llegó a la puerta del comedor, hizo gritar suavemente la manivela y asomó la cabeza. ¡Fred! exclamó Scrooge. Su sobrina política sufrió un leve sobresalto.
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Scrooge había olvidado por completo que estaba embrazada, pues de haberlo recordado no habría entrado de esa manera
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Soy yo, tu tío Bednecer, ¿puedo pasar Fred? Me gustaría aceptar tu invitación, si es que aún sigue en pie
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Que si seguía en pie, fue un milagro que Fred no lo partiera en dos al estrecharlo entre sus brazos
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Y a los cinco minutos Scrooge se sentía como en casa, ninguna acogida podría haber sido más cordial
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Su sobrina lo miraba de un modo extrañable. Poco después, llegaron el resto de invitados, que saludaron a Scrooge con grandes muestras de alegría.
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Y tuvieron una maravillosa velada, con juegos maravillosos, en maravillosa armonía y con una alegría maravillosa.
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A la mañana siguiente, Scrooge se dirigió tan temprano a su oficina. Sí, muy temprano.
01:32:22
Ojalá pudiera llegar antes que Bob Cratchit y sorprenderle llegando tarde. Y lo consiguió.
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Bob entró por la puerta con dieciocho minutos y medio de retraso.
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—¡Hola! —gruñó Scrooge, adaptando lo mejor que pudo su tono de voz acostumbrado.
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—¡Vaya horas de llegar! —¡Lo siento, señor! —dijo Bob.
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—No volverá a repetirse.
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—¡Ya! Pues ahora le voy a decir algo.
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No estoy dispuesto a consentir más tiempo este tipo de cosas.
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Por lo tanto, le voy a subir el sueldo.
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Bob se echó a temblar y se acercó un poco más a donde tenía la regla
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Por un momento se le ocurrió la idea de atizarle a Scrooge con ella
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Echar a correr y llamar a la gente de la calle pidiendo ayuda y una camisa de fuerza
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¡Feliz Navidad, Bob! Dijo Scrooge con una sinceridad que no dejaba llegar lugar a dudas
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Las más felices navidades que jamás haya podido desearle en muchos años
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Le subiré el sueldo y procuraré ayudar a su maravillosa familia
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Y encienda los braseros y vaya a comprar otro saco de carbón antes de mover un solo dedo para trabajar
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Mi querido Bob Cratchit
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Scrooge hizo más de lo prometido
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Cumplió todo lo que dijo e infinitamente más
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Y para Tim y Tim, que no murió, fue como un segundo padre
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Se volvió tan buen amigo, tan buen patrón y tan buen hombre como el mejor que en esta vieja ciudad
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Y en todas las viejas ciudades y pueblos de este viejo mundo haya habitado
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Algunas se reían de él por el cambio que había experimentado el viejo Scrooge
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A él, no obstante, no le importaba
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Prefería que esas gentes entornasen los ojos con sus muecas burlonas
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A que los cerrasen mostrando así la falta de sensibilidad del prestamista
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Scrooge no volvió a tener tratos con espíritus
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A partir de entonces siempre se dijo en la ciudad que
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Si había en ella alguien que supiera cómo celebrar la Navidad, ese era él. Ojalá pueda decirse lo mismo de todos nosotros, de todos y cada uno de nosotros. Y como diría Tinitín, que Dios nos bendiga a todos.
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Un aplauso para todos estos chicos de primero, segundo, tercero y cuarto de la ESO
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que han leído tan estupendamente el cuento de Navidad
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y un aplauso muy muy fuerte a Carlos y a sus alumnos, los técnicos
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que gracias a ellos nos están escuchando en el instituto, en las distintas aulas
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y en casa, algunos padres nos constan que también nos están escuchando
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Así que un aplauso muy muy fuerte para nuestros técnicos que gracias a ellos ya tenemos radio en el instituto. Feliz Navidad a todos. A continuación vamos a cantar unos villancicos. Escuchadnos y cantad con nosotros.
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Yo te voy a llevar al portal de que son manteca y vid.
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Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan, quien nueva me trae.
01:36:27
Sobre campanas dos, porque está naciendo Dios.
01:36:35
Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan, que nueva me traer
01:36:50
Caminando a medianoche, donde caminas pastor
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Te llevo a ti, yo que nace, como a Dios mi corazón
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Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan, que el nuevo se trae.
01:37:15
Entre cortina y cortina, sus cabellos son de oro,
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Que el pecado es la fina, pero mira como beben y beben a hacer.
01:37:50
Los pájaros y el romero, pero mira como beben los peces en el río.
01:38:30
Pero mira como beben y beben a hacer.
01:38:46
La última estrofa.
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CC por Antarctica Films Argentina
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- Autor/es:
- Alumn@s del IES El Burgo-Ignacio Echeverría
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- Carlos R.
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- Fecha:
- 23 de diciembre de 2021 - 10:09
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- Centro:
- IES EL BURGO - IGNACIO ECHEVERRÍA
- Descripción ampliada:
- Es un trabajo conjunto entre l@s alumn@s de ESO y Ciclo Formativo de Grado Superior "Sistemas de Telecomunicaciones e Informáticos" como actividad para el último día de clase del primer trimestre
- Duración:
- 1h′ 40′ 16″
- Relación de aspecto:
- 1.78:1
- Resolución:
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- Tamaño:
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