La bruja Pampurrias - Contenido educativo
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Pampurria era una bruja muy bruja. Bruja de arriba a abajo. Bruja de un lado a otro y bruja de dentro a fuera.
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Tenía nariz de bruja, ojos de bruja y dedos de bruja. Tenía un sombrero negro y viejo, muy al estilo de las brujas.
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A veces se lo cambiaba por otro viejo y negro, que era muy de bruja también.
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Tenía una escoba voladora de bruja aparcada junto a la puerta. Una puerta de bruja, por supuesto. Tenía un caldero mágico de bruja para avisar sus pasiones secretas a fuego lento. A veces le estaba un toque mágico con su varita de bruja.
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Tenía amigas brujas a las que visitaba en vacaciones y tenía una risa de bruja que daba escalofríos.
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Sin embargo, había un par de cosas que no encajaban.
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La primera era un bolso, un bolso rosa y brillante que aunque no era muy de bruja, le gustaba un montón.
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Lo lucía con orgullo cada vez que salía a la calle.
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Y a la segunda cosa que no terminaba de encajar era el tema de las mascotas
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Todas sus amigas, las otras brujas, tenían una o dos o dos
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Y además siempre estaban hablando de ellas
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A mi gato no le gusta bañarse, pero a mí no me importa, me encanta lo mal que huele
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Mi serpiente es tan sigilosa que apenas hace ruido
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Pampurras había disfrutado mucho tiempo de su soledad de bruja y no quería oír hablar de bichos recorriendo su cocina ni subiéndose a su almohada para dormir la siesta.
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Sin embargo, en los últimos meses había cambiado de opinión.
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Tal vez un animalito le haría compañía y podrían ver juntos las pelis de miedo en la tele.
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No le gustaba verlas solas porque le daba mucho miedo, pero mucho, mucho.
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Decidió probar con un gato, negro sin dudarlo.
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De día la cosa iba bien, pero por la noche el menino se afilaba las uñas en un sillón de bruja.
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Además de destrozarlo, no la dejaba dormir.
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Con un hechizo lo hizo desaparecer.
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¡Uf!
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Lo intentó con un sapo. No era negro, sino verdoso y jatarín, aunque como era muy aficionado a croar por las noches, tampoco la dejaba dormir con sus serenatas.
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También lo hizo desaparecer con el mismo hechizo. ¡Uf!
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Después probó con una araña, grande, peluda y muy simpática. Además le encantaban las películas de miedo, pampurrias.
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Creía que ya había encontrado la mascota perfecta.
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Sin embargo, muchas noches la araña sufría calambres en las patas
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y para estirarlas se paseaba por los pies de la bruja y le hacía cosquillas entre los dedos.
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Como no la dejaba dormir, utilizó el hechizo que ya se sabía de memoria para hacerla desaparecer.
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Pensó que una serpiente no le podría hacer cosquillas porque no tenía patas.
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Se buscó una muy larga y muy serpentante, pero la serpiente cogió la costumbre de dormir pegadita
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a pampurrías, buscando su color y roncando muy fuerte justo al lado de su oreja.
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Con orejas y bostezando, la bruja repitió el hechizo y la mascota desapareció.
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¡Paf!
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Casi estaba decidida a volver a su vida de bruja solitaria cuando un día volando sobre
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su escoba vio un huevo al lado del camino.
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Era un poco extraño un huevo allí tan solo.
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Aparcó su escoba y buscó entre los árboles y motorrales por si encontraba algún nido,
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pero no encontró nada y pensó que sería un huevo abandonado.
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Con mucho cuidado metió el huevo en su bolso rosa y le construyó allí mismo un nido muy especial con lana y algodón.
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Un nido caliente y colorido.
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Cada día vigilaba al huevo, le limpiaba el polvo, le almohadillaba el nido, lo sacaba a pasear,
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lo ponía cerca del caldero mágico para que no le faltase calor.
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Cada noche antes de dejarlo junto a su cama le hacía una caricia con sus dedos de bruja.
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Pronto le cogió mucho cariño el huevo y no se separaba del bolso rosa ni para hacer pis.
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A menudo se preguntaba qué había dentro.
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Podría ser un dragón.
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Sería estupendo porque encendería el fuego del caldero y así ya no tendría que preocuparse de comprar cerillas.
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Pero pensaba que seguramente dentro del huevo estaba creciendo un ave.
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Tal vez fuera un búho. Sería una suerte porque como son tan listos se aprenderían de memoria sus recetas mágicas y ya no tendría que apuntarlas.
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O podría ser un cuervo, que con sus plumas negras y su pico negro le daría a su vida un aire más misterioso.
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o un halcón que con sus poderosas garras le traería ratas y ratones.
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El pelo del roedor era uno de los ingredientes principales de sus pociones secretas.
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Los días pasaban y Pampuria seguía cuidando del huevo.
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Lo miraba y remiraba, esperando algún cambio.
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Cada día estaba un poco más impaciente y un poco más nerviosa.
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Las ganas de conocer a su futura mascota crecían y crecían.
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Una mañana mientras pelaba patatas, oyó un golpecito y sintió un pequeño temblor.
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Abrió su bolso emocionada y comprobó que en el huevo se había formado una grieta pequeña.
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La magia estaba empezando y esta vez no era rosa suya. Se sentó en su sillón de bruja con el huevo entre las manos y se preparó para la mascherada de su mastota.
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Poto a poto, el castarón se fue rompiendo. ¿Qué será? ¿Qué será? Se preguntaba nerviosa Pampurrias.
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Un buen rato después apareció una travesita amarilla y despeluchada, unos ojos oscuros mirando a la bruja y un pito muy pequeño te dijo, ¡Pío!
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Un pollito. Había nacido un pollito. ¿Qué iba a hacer ella con un pollito?
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¿Sería una buena mascota para una bruja? Posiblemente no.
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Pero era tan bonito y la miraba con tanta ternura que no se sentía capaz de hacerlo desaparecer.
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Entonces lo vio claro.
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Pampuria cambió su casa de bruja por una granja en el campo.
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Aprendió a cuidar pollitos, gallinas, vacas y ovejas.
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Dejó de hacer pócimas mágicas y descubrió que el queso fresco le salía aún mejor.
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Además se sentía tan a gusto rodeada de animales que se acordó de sus antiguas mascotas.
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Y con un contrahechizo hizo reaparecer al gato negro, al sapo verdoso, a la araña peluda
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Y A. La serpiente serpenteante.
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Enseguida encontraron en la granja lugares estupendos donde afilarse las uñas, croar, estirar las patas y roncar.
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Pampurria se convirtió en una estupenda granjera de arriba a abajo, de un lado al otro y de dentro a fuera.
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Una granjera con bolso rosa.
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- Maria Teresa G.
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- 23 de abril de 2021 - 19:20
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