Cuento
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Ahora vamos a contar un lobo sentimental, que es el cuento de un lobito que vive en el bosque y se tiene que alimentar.
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Algunos ya lo conocéis, pero como a mí me gusta tanto os lo voy a contar.
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Pon, pon, ¿quién es? Somos los niños de la clase de María. ¿Podemos pasar? Sí, sí, sí, sí, sí, pasar, pasar, pasar.
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Lucas vivía feliz rodeado de los suyos, con su madre, su padre, sus hermanos y sus abuelos.
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Un día dijo a sus padres
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Ya soy mayor, ha llegado la hora de que me las arregle por mi cuenta
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Ya sabía yo que este día iba a llegar, dijo su padre
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Te echaré mucho de menos, lloraba su mamá
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Eres la luz de mi vida, decía su abuela abrazándolo
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Ven a vernos a menudo
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Su abuelo decía
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Toma este reloj, sé que siempre lo has querido
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No, abuelo, es demasiado, decía el lobito Lucas.
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Déjate de tonterías, siempre hay que obedecer al abuelo, decía el viejo lobo.
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Los hermanos del lobo estaban también muy tristes.
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Te cantaremos una canción de despedida, decían sus hermanos.
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Adiós con el corazón, que con el alma no puedo, al despedirme de ti, al despedirme me muero.
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Tienes que irte ya, dijeron sus padres. Aquí tienes la lista de todo lo que puedes comerte.
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Y no te ablandes, ¿eh? le dijo su papá y su mamá.
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Y Lucas estaba contento y a la vez triste.
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Contento porque se iba a hacer un chico mayor, pero triste porque dejaba a su familia.
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Adiós, papá. Adiós, hermanitos. Mamá, te quiero. Abuelitos.
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Lucas salió al bosque y al cabo de poco rato ya tenía hambre.
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En un recodo junto a la arboleda, se encontró con una cabra y sus siete cabritillos.
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El lobo se puso delante y dijo,
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Buenos días, ¿quién eres?
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Soy la cabra, y estos son mis siete cabritillos.
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A ver, a ver, se puso a mirar la lista y dijo,
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Ocupas un lugar destacado en mi lista.
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¡Te comeré!
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—¡Ay! En tal caso, te pido una cosa. No dejes a ninguno vivo. Los que escaparán no tendrían consuelo.
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—Comprendo —dijo Lucas, conmovido. Pensándolo bien, tampoco tengo tanta hambre. Váyase, señor, antes de que me arrepienta.
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Y la cabra con sus siete cabritillos salió corre que te corre.
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Lucas siguió su camino
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No tendría que haber dejado que se me escapase un desayuno tan suculento
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Pensó
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Pero de repente se encontró con una niñita vestida de rojo
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¿Y quién era?
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Ahora lo vamos a ver
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Hola, buenos días
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¿Quién eres?
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Soy Caperucita Roja
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Dijo la niña temblando de miedo
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¡Uf! Estás en mi lista, ahora mismo te voy a comer
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¡Piedad, señor lobo, no me coma!
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Por favor, voy a ver a mi abuelita
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La abuela no se pondrá muy muy triste y no se pondrá nunca buena
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Dice que soy la luz de tu vida
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Lucas se pone a llorar de repente
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¡Ay, por favor, mi abuela me dice exactamente lo mismo!
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¡Vete antes de que cambie de opinión, caperudita!
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Y la niña, corre que te corre, se marchó.
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Lucas siguió caminando con la tripa cada vez más vacía.
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Pues sí que soy un sentimental, pensó el lobo.
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Pero al poco ratito se encontró con tres cerditos gorditos, rosados, jugositos.
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Que estén en mi lista, que estén en mi lista, pensó Lucas.
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A ver, buenos días, ¿quiénes sois?
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Somos los tres cerditos.
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¡Perfecto! Estáis en mi lista y a vosotros os voy a comer.
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¡Ay, por favor! No os parece perfecto, pero antes déjanos cantar por última vez.
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¡Por favor, señor Lobo!
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Bueno, está bien, venga, anda, cantad antes de que os coma.
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Adiós con el corazón que cole.
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¡Ay, por favor! Déjame cantar Cervitos, que esa es la canción que me cantaron mis hermanos.
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¡Yo esto no lo aguanto! ¡Lárgaos de aquí! ¡Esto es demasiado para mí!
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Y los tres trepitos se fueron, ¡corre que se corre! ¡De la que se habían librado!
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¡Esto no puede ser! ¡Así me moriré de hambre! ¡Soy demasiado sentimental!
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La tripa le empezaba a rugir del hambre que tenía.
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Y de repente escuché, ¡Ja! ¡Anda, eh! ¡Estás aquí, eh!
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Lucas se dio un susto.
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Un niño le hablaba sin ningún tipo de temor.
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¡Tú! ¡Eh! ¡Lobo! ¡Feo! ¡Escuchimizao! ¡Ven pa' acá!
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¿Quién eres?
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Yo me llamo Pedro.
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¡Ah! Pues mira, estás en mi lista, dijo Lucas.
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Tú también estás en la mía, dijo Pedro.
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He desobedecido al abuelo para casarte y se va a llevar una sorpresa.
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¿Qué? ¿Qué?
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Mira, qué enfadado estaba.
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—Hay que obedecer siempre al abuelo, ¿entendido? —dijo Lucas como un energúmeno.
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Pedro, muy asustado, salió pitando.
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—¡Uuuh! Yo me voy para casa corriendo.
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—No hay ningún lobo tan tontorrón y sentimental como yo —piensa Lucas, muy enfadado, consigo mismo.
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—Hace horas que no he comido nada.
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Ahora mismo, con la familia entera de la cabra, Caperucita y los tres cerditos,
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sin contar con aquel inconsciente de Pedro, no tendría ni para empezar.
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Sin dejar de darle vueltas al asunto, Lucas llega a la casa que hay en medio del bosque.
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Con un poco de suerte, aquí encontraré algo que llevarme a la boca.
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Llamó a la puerta y abrió la puerta un gigante con un aire amenazador.
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Daba mucho miedo y dijo, ¡Fuera de aquí, bestia inmunda!
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Y le cerró la puerta en las narices.
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Lucas, que era muy educado, le pareció una insolencia y se enfadó.
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¿Cómo? ¿Que me has cerrado la puerta?
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¡Pum, pum, pum, pam, plam!
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Muerto de rabia y de hambre, entró en la casa por la fuerza.
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Miradla, que se había liado en la casa.
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—¡Dios mío! Ahí salían disparados hasta los pajaritos.
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Y de un plumazo acabó con el ogro.
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—¡Menudo ogro grosero!
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—¡Ah! Nunca había comido como hoy —dijo Lucas, chupándose los dedos.
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Se lo había zampado.
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De pronto escuchó unos lamentos.
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Levantó la vista y vio al fondo de la habitación
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a unos niños dentro de una jaula.
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No se había dado ni cuenta
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cómo había estado luchando con el ogro
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y se la había zampado.
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Abrió la puerta y dijo,
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¿Quiénes sois?
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Yo soy Pulgarcito
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y estos son mis hermanos.
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Le estamos muy agradecidos.
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Gracias a usted, el ogro no nos comerá.
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¡Oh!
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Dice Lucas riéndose.
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Hoy es nuestro día de suerte.
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A casa ahora mismo,
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que con el ogro ha tenido bastante.
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Luego, con su mejor letra,
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añadió a la lista de papá de cosas para comer
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la palabra ogro.
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Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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- 18 de marzo de 2020 - 22:48
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