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Angelita la ballena pequeñita
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Cuento de "Angelita la ballena pequeñita"
Esta es la historia de Angelita, la ballena de Tinitra.
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Angelita casi no parecía una ballena. En realidad, no se parecía a ninguna otra ballena,
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y mucho menos a su madre y a su abuela, que eran tan altas y gruesas que nada más verlas no ponían respeto.
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Angelito hubiera deseado ser como ellas, grande, grandísima, enorme, inmensa, gigantesca,
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pero era todo lo contrario, porque era pequeña, pequeñísima, más aún, minúscula, enana, casi diminuta.
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Por eso, en el mar la llamaban Angelita la ballena pequeñita
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Para remediarlo, Angelita hacía todo cuando estaba en su mano
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Sentía los consejos de los amigos y obedecía cuando le decía a su familia
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Así que comía sin parar todas las almas que encontraba
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Hacía también gimnasia, a pesar de que le daba pereza y le resultaba muy caligoso
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Pero tenía una gran fuerza de voluntad y todas las mañanas se estiraba con todo día y le debían cansarle los movimientos para crecer.
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Un, dos, tres.
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Un, dos, tres.
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Un, dos, tres.
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Y otra que volvía de nuevo.
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Un, dos, tres.
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Un, dos, tres.
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Un, dos, tres. Además paseaba. Incluso cuando los demás peces descansaban, Angelita paseaba.
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Arriba y abajo. Subía a la superficie donde el mar es verde, azul y blanco. Y luego descendía
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a las profundidades donde se volvía oscuro y misterioso. Pero también debía descansar.
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Todas decían que el descanso era muy importante para crecer
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Por eso, dormía muchas horas bien arropada en una colcha de algas
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Encima, ¿sabéis de dónde? Pues de una cama hecha de rocas
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Pero todo era en un ir
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Angelita continuaba siendo la misma ballena, pequeñita, a pesar de tantos sacrificios
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Seguía viéndose muy diferente a su familia y, sobre todo, se prendía en aquel mar tan grande donde no encontraba su rincón ni su lugar.
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Cuando pensaba en estas cosas que le sucedían, Angelita se sentía muy desgraciada y entonces se ponía a llorar.
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Su madre y su padre la consolaban y le decían,
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le decía, no debes llorar, debes estar muy contenta de ser una ballena y vivir en el mar.
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Pero ella no lo entendía. No podía estar contenta mientras no pudiera comportarse como
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las otras ballenas, ni mientras no supiera vivir en aquel mar, que era tan grande y tan
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inmenso, a no ser que encontrara otro más pequeño que estuviera hecho a su medida.
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Un día, su amigo el mesillón, que era muy sabio, le descubrió algo que Angelita desconocía.
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Le contó cómo las ballenas pueden respirar dentro y fuera del agua.
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Y nada más escucharlo, Angelita tuvo una idea.
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Inmediatamente tomó una decisión.
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Se marcharía del mar y buscaría un lugar más pequeño.
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Y adecuado a su tamaño.
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Y allí, seguro, que viviría feliz.
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La gallina se arregló cuidadosamente, tratando de tener un buen aspecto y preparó su equipaje.
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Luego se vestió de su familia, de los peces, de los percedes, de los calamares y de su amigo el mejillón.
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Y se marchó del mar nadando hasta la playa.
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Pero la playa no le gustó demasiado.
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¿De qué le sentiría en ese puesto tan guapa si ahora estaba rebozada en arena?
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No, no, no, no. Aquel no era un buen sitio para bebidas.
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Luego llegó a la ciudad.
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La ciudad la convenció plenamente.
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Aquellos edificios eran tan bonitos y tan altos.
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Eran tan altos que a la serita empezó a maderarse.
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Y pronto hubiera llegado a la conclusión de que le parecían demasiado grandes, como el mar, de no ser porque le ofreció algo maravilloso que jamás supuso que pudiera sucederle.
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A su alrededor se reunió mucha gente y alguien dijo, ¡Mmm, qué perro más grande!
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Aquello siquiera es extraordinario
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Nadie le había llamado nunca grande
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Claro
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Que tampoco nadie le había llamado nunca perro
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Un señor cortó la discusión
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Señores
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Decididamente
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Se trata de un perro ballena
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Los otros
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No le dejaban convencer
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Así que ni hablar
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En todo caso
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Será una ballena perro
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Y no lo contrario
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¡Eso está claro! Entonces todo el mundo comenzó a discutir. ¡Uf! Era cierto que Angelita, por lo más de cariñosa, parecía un perro, y que incluso por su tamaño, podía ser un perro muy grande.
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Pero, era un perro que tenía forma de ballena. Jesús se fue escondiendo en el horizonte, mientras la gente volvía a discutir.
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¡No, no! ¡Es una ballena perro! ¡Qué va, qué va! ¡Es un perro ballena!
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Y Angelita, contemplando el sol y escuchando aquella conversación que ya le estaba resultando ocurrida, se quedó dormida.
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Cuando la ballena se despertó, se encontró en un lugar que a ella le parecía un mar pequeñito.
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Pero pronto comprendió que se equivocaba.
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Estaba dentro de una enorme copa de cristal llena de ajo, de una bonita pecera que habían preparado para él.
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Pero allí no había peces, ni percedes, ni calabres, ni ningún exilio sábio que pudiera aconsejarlas.
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Allí solo había gente y más gente que entraba.
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Se paraba en el ángel de angelitas y decía aquellas palabras tan aburridas y absurdas.
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¡Un perro ballena!
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¡No, no! ¡Una ballena perro!
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Y luego se marchaba por donde había venido.
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La ballena comenzó a ponerse melascólica y triste.
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Se aburría y echaba de menos muchas cosas que tenía en el mar.
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La gente de la ciudad se preocupó.
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¿Qué le sucedía a aquel extraño hermano?
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Naturalmente, le estaban tratando como una ballena perro, y en realidad era un perro ballena y necesitaba pasear.
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A partir de aquel día, la sacaban de paseo por la ciudad todas las tardes.
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Aquello al principio le gustaba a Angelita, pero pronto comenzó a cansarse.
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Además, aquellos bichos tan extraños que andaban sobre cuatro patas redondas
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Hacían mucho ruido y corrían por las calles a toda velocidad. Y eso la asustaba muchísimo.
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La asustaban tanto que cada vez que oía o oía alguno, se subía a cruzar donde podía.
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Sí, sí, hasta los semáforos. Para distraerla, la llevaron a la feria.
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Pero el resultado fue todavía peor. Se ingestó de churro y cuando se subió en la novia se mareó y vomitó.
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Tampoco el campo dio buen resultado. Angelita tenía alergia a las flores y al aire libre y cogió un constipado de cuatro pares de narices.
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También decidieron llevarla al cine, pero ni siquiera el cine sintió para entretenerla, porque cuando empezaba la película, se apagaban las luces y se quedaba dormida y no podía ver la película.
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Y Angélica entonces, una noche, regresó al mar grande y a su marido. Dejó como despedida un charquito de lágrimas de ballena-perro, o tal vez de perro-ballena, como quisiera llamarla en la gente calamaña de la ciudad, pero ella necesitaba travertir a su querido marido.
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Al verla llegar, su familia la recibió muy contenta, gritando,
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¡Por fin ha vuelto! ¡Ha regresado feita, la ballena pequeñita!
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Era la realidad. Continuaba siendo pequeñita, pero ella no le importaba,
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porque sabía que todos la querían así, tal y como era ella.
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La ballena encontró un lugar acordeado donde vivir.
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Fue justo debajo de unas salgas, junto a una vieja amplia.
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Y allí se construyó su casa. A ella acudían todos los días sus amigos los peces, los peceres, los calamares y el mejillón.
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Llevaban con ellos a sus amigos, a otros peces, a otros peceres, a otros calamares, a otros mejillones.
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Y a todos ellos Angelita le contaba sus aventuras de la ciudad donde ella había pasado unos días.
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Sobre estas mismas aventuras preparaba un libro. Se iba a llamar Historias de Angelica, la ballena pequeñita.
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Y debajo va a escribir con orgullo lo mismo que repite a quienes la escuchan por las tardes. Va a escribir, esa soy yo.
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- Autor/es:
- Lolo Rico
- Subido por:
- Dolores F.
- Licencia:
- Reconocimiento - No comercial
- Visualizaciones:
- 120
- Fecha:
- 9 de mayo de 2016 - 13:40
- Visibilidad:
- Público
- Centro:
- CP INF-PRI JUAN GRIS
- Duración:
- 13′
- Relación de aspecto:
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