Capítulo XXIV Quijote.6ºB - Contenido educativo
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Como habían planeado, un anochecer salieron del lugar sin que nadie los viese, con excepción del bachiller, que quiso acompañarlos media legua, y se pusieron camino del toboso.
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—Suplico a vuestra merced que me mande noticias de sus hazañas —rogó el bachiller al caballero—. Os lo prometo —respondió don Quijote.
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Se despidió entonces Sansón, y en cuanto don Quijote y Sancho se quedaron solos, dijo el caballero
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—Sancho, amigo, antes de aprender ninguna nueva aventura, tengo determinado ir al toboso para recibir la bendición de la sin par dulcinea,
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pues ninguna cosa de esta vida hace más valiente a los caballeros que verse favorecidos de sus damas.
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Medianoche era, poco más o menos, cuando entraron en el Toboso
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Con cuya visita se le alegró el espíritu a Don Quijote y se le entristeció a Sancho
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Pues mucho dudaba el escudero de que en aquel pueblo hubiera un fastuoso palacio
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Donde vivía la señora Dulcinea, tal y como decía su amo
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Estaba el pueblo en silencio, pues todos sus vecinos dormían
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Y se oía en todo el lugar más que el ladrido de los perros
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que atronaban los oídos de Don Quijote y turbaban el corazón de Sancho
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todo lo cual tuvo el enamorado caballero como un mal presacio
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a pesar de eso le dijo un escudero
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Sancho hijo, ve por aquella parte a ver si encuentras el palacio de Dulcinea
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tal vez hayamos despierto
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Dejé vuestra merced que le diga otras veces que estuvo en este pueblo
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Nunca vi el palacio alguno, dijo Sancho
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Fijo entonces su visita a Don Quijote como querido
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Tras pasar la oscuridad y exclamó
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Advierte Sancho que o yo veo poco
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o ese bultito grande que desde aquí se descubre, debe ser el palacio de Dulcinea.
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Se dirigió Don Quijote en aquella dirección y tras andar unos 200 pasos dio con el bulto y vio una gran torre,
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dándose cuenta de que el tal edificio no era un palacio, sino una iglesia del pueblo.
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Con la iglesia hemos topado, Sancho, dijo Don Quijote. Ya lo veo, respondió el escudero. Y luego, adiós, que no demos con nuestra sepultura, que no es buena cosa andar por los cementerios a estas horas. Luego, como vio que el caballero dudaba, Sancho añadió.
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Señor, ya se acerca el día y no será prudente que el sol nos encuentre en la calle. Mejor será que salgamos fuera del pueblo y algún bosque cercano que yo volveré mientras tanto y buscaré por todas partes el palacio de la señora Dulcinea.
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Por esta vez has hablado con sensatez. Sancho dijo, don Quijote, vamos a buscar un lugar donde descansar y tú volverás, como dices, a buscar y a ver a mi señora.
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Dieronse prisa en abandonar el pueblo y a dos millas del lugar hallaron un bosque donde Don Quijote se apeó de su montura.
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Anda hijo, dijo el caballero, ve y no te deslumbres cuando veas ante la luz del sol de la hermosura que vas a buscar.
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Dichoso tú entre todos los escuderos del mundo.
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Volvió Sancho a las espaldas y, agregando a su ruicio, se alejó de su señor.
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Pero apenas hubo salido del bosque, se bajó del jumento y, sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mismo.
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Mi amo dice que la señora Dulcinea vive en un palacio real
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Pero, ¿quién ha oído nunca que en el Toboso haya semejante palacio?
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¿Y quién me mandaría a mí meterme en este lío?
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Entonces miró Sancho a la lejanía y vio que tres labradoras
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Montadas sobre tres pollinos salían del pueblo y venían hacia donde él estaba
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Nada más verlas, corrió a buscar a su señor, don Quijote
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El cual, al verle llegar, preguntó
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¿Qué noticias traes, Sancho amigo?
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podré señalar este día como piedra blanca o con negra
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tan buenas noticias traigo respondió Sancho
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que lo único que tienes que hacer vuestra merced
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es picar al rocinante y salir al camino
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a ver a la señora Dulcinea de los Tobos
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que con otras dos doncellas suyas vienen a ver a vuestra merced
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Santo Dios exclamó sombrado don Quijote
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—¿Qué es lo que dices, Sancho amigo? —Mira, no me engañes ni quieras alegrarme con falsas alegrías mis verdaderas tristezas.
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—¿Qué sacaría yo engañando a vuestra merced? —respondió Sancho.
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—Venga y verá venir a la princesa vuestra ama, vestida y adornada como quien ella es, pues tanto ella como sus doncellas van cubiertas de oro, perlas, diamantes, rubíes y telas de brocado.
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Salieron pues fuera del bosquecillo y descubrieron cerca a las tres aldeanas
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Yo no veo Sancho, Don Quijote, sino a tres enamoradoras sobre tres borricos
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Por ventura tiene vuestra merced los ojos en el colodrillo
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Que no ven que son estas que aquí vienen resplandecientes como el mismo sol a mediodía
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Vamos señor, no diga palabra y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos
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que ya se acercan. Y diciendo esto, se adelantó a recibir a las tres aldeanas,
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encando ambas rodillas en el suelo, dijo, Reina Dulcinea, princesa y duquesa de la hermosura,
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dígnese vuestra grandeza a recibir al cautivo caballero vuestro, que se ha quedado de piedra
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al ver vuestra belleza. Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el caballero don Quijote de la
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ancha, llamado por otro nombre el caballero de la triste figura. En ese punto, don Quijote se había
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puesto también de rodillas junto a Sancho y miraba con ojos desencajados a que su escudero llamaba
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reina y señora. Las labradoras estaban también atónitas, viendo a aquellos dos hombres cincados
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de rodillas. Por fin la moza a la que Sancho llamó Dulcinea dijo, apartense del camino
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y déjennos pasar que tenemos prisa. A lo que Sancho respondió, oh princesa y señora
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universal, ¿cómo es que vuestro magnánimo corazón nos enternece viendo arrodillados
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ante vos al modelo de los caballeros andantes.
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Vaya, dijo la labradora, mira por dónde ahora vienen los señorricos a burlarse de las aldeanas.
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Váyanse por su camino y déjennos continuar por el vuestro.
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Levántate, Sancho, dijo entonces Don Quijote, que ya veo que la mala fortuna y el maligno
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encantamiento me persiguen y han puesto nubes y cataratas en mis ojos, transformando las
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sin igual hermosura del rostro de Dulcinea, en la cara de una pobre labradora.
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Se apartó Sancho y dejó ir a las aldeanas muy contento por haber salido bien de su enredo.
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Las aldeanas, por su parte, apenas se vieron libres, azuzaron a sus monturas y echaron
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a correr por el prado adelante.
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Don Quijote siguió la vista a las mozas y cuando vio que se alejaban, se volvió y le
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dijo a Sancho, ¿qué te parece el ocio que me tienen los magos y los encantadores?
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No solo esos traidores no se han contentado con privarme de ver a mi señora, sino que han transformado a mi Dulcinea en una figura tan fea como la de aquella aldeana, y no conformes con eso hasta le han quitado el buen olor que sin duda ha de tener por andar siempre entre perfúmenes y flores, porque te hago saber, Sancho, que cuando me acerqué a ella me dio un olor de ajos crudos que me llevó hasta el alma.
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Apenas pudo el burlón de Sancho contener la risa, oyendo a las sandeces de su amo, tan asustadamente engañado.
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Finalmente volvieron a subir a sus bestias y siguieron el camino de Zaragoza.
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- Autor/es:
- Roberto R.
- Subido por:
- Roberto R.
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- 17 de abril de 2022 - 11:59
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