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San Manuel Bueno, Mártir - Capítulo 1 - Miguel de Unamuno
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Novela completa en audiolibro en: https://youtube.com/playlist?list=PLe4ZcxB5kxTsuOQza70Jdqg5WcuT5Kps7
Texto narrado por Marco Vázquez
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San Manuel Bueno, mártir. De Miguel de Unamuno.
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Si sólo en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de los hombres todos.
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San Pablo, 1 Corintios 15, 19
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1 Ahora que el obispo de la diócesis de Renada,
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a la que pertenece esta mi querida aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se dice,
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promoviendo el proceso para la beatificación de nuestro don Manuel, o mejor, San Manuel Bueno,
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que fue en esta párroco. Quiero dejar aquí consignado, a modo de concesión, y sólo Dios
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sabe, que yo no, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo, de aquel varón patriarcal que
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llenó toda la más entrañada vida de mi alma, que fue mi verdadero padre espiritual, el padre de mi
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espíritu, del mío, el de Ángela Carvallino. Al otro, a mi padre carnal y temporal, apenas
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ahí le conocí, pues se me murió siendo yo muy niña. Sé que había llegado de forastero a
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nuestra Valverde de Lucerna, que aquí arraigó al casarse con mi madre. Trajo consigo unos cuantos
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libros, el Quijote, obras de teatro clásico, algunas novelas históricas, el Bertoldo,
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todo revuelto, y de esos libros, los únicos casi que había en toda la aldea, devoré yo en sueños,
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siendo niña. Mi buena madre apenas y me contaba hechos o dichos de mi padre, los de don Manuel,
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a quien, como todo el pueblo, adoraba, de quien estaba enamorado, claro que castísimamente. Le
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habían borrado el recuerdo de los de su marido, a quien encomendaba a Dios y fervorosamente cada
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día al rezar el rosario. De nuestro don Manuel me acuerdo como si fuese de cosa de ayer, siendo yo
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niña, a mis diez años, antes que me llevaran al colegio de religiosas de la ciudad catedralicia
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de Renada. Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años. Era alto, delgado,
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erguido, llevaba la cabeza como nuestra peña del buitre llevaba a su cresta, y había en sus ojos
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toda la hondura azul de nuestro lago. Se llevaba las miradas de todos, y tras ellas los corazones,
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y él, al mirarnos, parecía, traspasando la carne como un cristal, mirarnos al corazón. Todos le
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queríamos, pero sobre todo los niños. ¡Qué cosas nos decía! Eran cosas, no palabras. Empezaba el
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pueblo a olerle la santidad, se sentía lleno y embriagado de su aroma. Entonces fue cuando mi
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hermano Lázaro, que estaba en América, de donde nos mandaba regularmente dinero, con que vivíamos
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con decorosa holgura, hizo que mi madre me mandase al colegio de religiosas, a que se completara,
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fuera de la aldea, mi educación, y esto aunque a él, a Lázaro, no le hiciesen mucha gracia las monjas.
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Pero como ahí, nos escribía, no hay hasta ahora, que yo sepa, colegios laicos y progresivos,
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y menos para señoritas, hay que atenerse a lo que haya. Lo importante es que Angelita se pula,
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y que no siga entre esas tafias aldeanas. Y entré en el colegio pensando en un principio
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—hacerme en él, maestra—, pero luego se me atragantó la pedagogía.
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- Idioma/s:
- Autor/es:
- Marco Vázquez
- Subido por:
- Marco Antonio V.
- Licencia:
- Reconocimiento
- Visualizaciones:
- 54
- Fecha:
- 22 de febrero de 2023 - 21:15
- Visibilidad:
- Público
- Duración:
- 03′ 31″
- Relación de aspecto:
- 1.78:1
- Resolución:
- 1280x720 píxeles
- Tamaño:
- 6.69 MBytes