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IX Certamen Intercepa de Lectura en Voz Alta 2024. Categoría B
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Video de la actuación de los participantes en la categoría B (ESO+FP Básica) en IX Certamen de Lectura en Voz Alta 2024 celebrado en CEPA Hermanos Correa
Buenas tardes. Pasamos a la categoría B. Después de deslizarnos con estas impecables lecturas, se nota que habéis estado ensayando.
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Pasamos a las lecturas de la siguiente categoría. Categoría B. Formación profesional básica y enseñanzas secundarias.
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Repetiendo el proceso, los textos de esta categoría han sido extraídos del libro Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez
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Ir subiendo por aquí y os sentáis por orden, por favor
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Carolina del Cidne Pinto, del CEPA Comenal Viejo
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Eugenio Mega Oteno, del CEPA Hermanos Correa
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Yulia Chenlal Mensiamar, del CEPA Almahán
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Adriana Bertián Cuestas, del CEPA Ciudad Lineal, Carlos Antonio Janampa Prieto, del CEPA José Luis San Pedro, Laura Marina Suárez Maranda, del CEPA Tetuán, María Luisa Hernández León, del CEPA Canillejas, Lorena Solana Cardoso, del CEPA Casa de la Cultura,
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María Paula Cadena Mejía, del CEPA La Rosa
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Os vuelvo a nombrar de uno en uno para que empecéis a leer
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Carolina del Cine Pinto, del CEPA Colmenar Viejo
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Texto número 9
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José Arcadio II, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a su mujer
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Estos cabrones son capaces de disparar, murmuró ella
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José Arcadio II no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán,
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haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer.
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Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio,
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y además convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte,
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José Arcadio II se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente
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y por primera vez en su vida levantó la voz.
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¡Cabrones! gritó.
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¡Les regalamos el minuto que falta!
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Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación.
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El capitán dio la orden de fuego.
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A catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto.
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Pero todo parecía una farsa.
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Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo y se veían sus escupitajos incandescentes,
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pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea.
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De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento.
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¡Ay, mi madre!
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Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de cataclismo estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal potencia expansiva.
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Eugenio Megatero, del CEPA Hermano Correa.
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Texto número 4.
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Remedios. La Bella se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos,
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hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante
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y pidió ayuda a las mujeres de la casa.
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Apenas habían empezado cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella,
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estaba transparentada por una palidez intensa.
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¿Te sientes mal? le preguntó.
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Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
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Al contrario, dijo, nunca me he sentido mejor.
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Acabo de decirlo cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud.
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Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer.
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En el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse.
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Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento imparable
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y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano
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ante el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias
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y pasaban con ella a través del aire, donde terminaban las cuatro de la tarde,
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y se perdieron con ella para siempre en los altos aires, donde no podían alcanzarlo ni los más altos pájaros de la memoria.
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Muchas gracias.
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Yulga Chenlar Menciamar, texto número 6.
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Buenas tardes. En casi 20 años de guerra, el coronel Aureliano Buendía había estado muchas veces en la casa,
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pero el estado de urgencia en que llegaba siempre, el aparato militar que la acompañaba a todas partes,
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el aura de leyenda que doraba su presencia y a la cual no fue insensible ni la propia Úrsula.
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Terminaron por convertirlo en un extraño.
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La última vez estuvo en Macondo y tomó una casa para sus tres concubinas.
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No se lo vio en la suya, sino dos o tres veces, cuando tuvo tiempo de aceptar invitaciones a comer.
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Remedios, la bella y los gemelos nacidos en plena guerra, apenas sí lo conocían.
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Amaranta no lograba conciliar la imagen del hermano que pasó la adolescencia fabricando pescaditos de oro,
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con la del guerrero mítico que había interpuesto entre él y el resto de la humanidad una distancia de tres muertos.
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Pero cuando se conoció la proximidad del armisticio y se pensó que él regresaba otra vez convirtiendo en un ser humano,
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rescatado por fin para el corazón de los suyos.
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Los afectos familiares, aletargados por tanto tiempo, renacieron con más fuerza que nunca.
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«Al fin», dijo Úrsula, «tendemos otra vez un hombre en la casa».
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Amaranta fue la primera en sospechar que lo habían perdido para siempre.
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Una semana antes del armisticio, cuando él entró en la casa sin escolta,
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procedido por dos ordenanzas descalzos que despositaron en el corredor los aperos de la mula y el baúl de los versos,
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único saldo de su antiguo equipaje imperial.
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Ella lo vio pasar frente al costurero y lo llamó.
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El coronel Aureliano Buendía pareció tener dificultad para reconocerla.
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Adriana Bertián Cuestas, del CEPA Ciudad Lineal.
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Texto número 1.
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Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
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Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y caña brava
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construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas
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que se precipitaban por el lecho de las piedras pulidas
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blancas y enormes como huevos prehistóricos
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el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre
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y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo
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todos los años por el mes de marzo
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una familia de gitanos desaparrados plantaba su carpa cerca de la aldea
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y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos.
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Primero llevaron el imán, un gitano corpulento de barba mortaraz
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y manos de gorrión que se presentó con el nombre de Milquiades
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hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba
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La octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia
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Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos
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Y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes
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Se caían de su sitio y las maderas crujían por la desesperación
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de los clavos a los tornillos tratando de esclavarse y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo
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aparecían por donde más se les había buscado y se mostraban en desbandada,
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turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquiales.
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Las cosas tienen una vida propia, pregonaba el gitano con áspero acento,
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todo es cuestión de prestarles el ánimo.
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Carlos Antonio y Janamba Prieto, del CEPA José Luis San Pedro.
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Texto número 8.
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no sólo por incapacidad e inconstancia, sino porque sus tentativas eran prematuras.
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En este punto, impaciente por conocer su propio origen, Aureliano dio un salto.
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Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado,
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de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces.
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No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser
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En un abuelo concupisciente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado
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En busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz
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Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia
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Y encontró al instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas
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de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria
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con una mujer que se le entregaba por rebeldía.
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Estaba tan absorto que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento,
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cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas,
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descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos.
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Laura Marina Suárez Mananda, del CEMBA, Tentuán.
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Texto número 10.
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Comienzo.
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No se quieren acostar con un hombre que saben que se va a morir, le confesó ella.
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Nadie sabe cómo será, pero todo el mundo anda diciendo que el oficial que fusile al coronel Aureliano Buendía
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y todos los soldados del pelotón, uno por uno, serán asesinados sin remedio, tarde o temprano.
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Así se escondan en el fin del mundo.
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El capitán Roque Carnicero lo comentó con los otros oficiales y estos lo comentaron con sus superiores.
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El domingo, aunque nadie lo había revelado con franqueza, aunque ningún acto militar había turbado la calma tensa de aquellos días,
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todo el pueblo sabía que los oficiales estaban dispuestos a aludir con toda clase de pretextos la responsabilidad de la ejecución.
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En el correo del lunes llegó la orden oficial. La ejecución debía cumplirse en el término de 24 horas.
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Esa noche los oficiales metieron en una gorra siete papeletas con sus nombres y el inclemente destino del capitán Roque Carnicero lo señaló con la papeleta premiada.
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La mala suerte no tiene resquicios, dijo él con profunda amargura.
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Nací hijo de puta y muero hijo de puta. A las cinco de la mañana eligió el pelotón por sorteo, lo formó en el patio y despertó al condenado con una frase premonitoria.
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Vamos Buendía, le dijo, nos llegó la hora. Así que era esto, replicó el coronel, estaba soñando que se me habían reventado los golondrinos.
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Rebeca Buendía se levantaba a las tres de la madrugada desde que supo que Aureliano sería fusilado.
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María Luisa Hernández León, del CEPA Caniñejas.
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Texto número 7.
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Hola, buenas tardes. Al amanecer, después de un consejo de guerra sumario, Arcadio fue fusilado contra el muro del cementerio.
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En las dos últimas horas de su vida no logró entender por qué había desaparecido el miedo que lo atormentó desde la infancia.
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Impasible, sin preocuparse siquiera por demostrar su reciente valor, escuchó los interminables cargos de la acusación.
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Pensaba en Úrsula, que a esa hora debía estar bajo el castaño, tomando el café con José Arcadio Buendía.
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Pensaba en su hija de ocho meses, que aún no tenía nombre, y en el que iba a nacer en agosto.
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Pensaba en Santa Sofía de la Piedad, a quien la noche anterior dejó salando un venado para el almuerzo del sábado.
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Y añoró su cabello chorreado sobre los hombros y sus pestañas que parecían artificiales.
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Pensaba en su gente sin sentimentalismos, en un severo ajuste de cuentas con la vida,
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empezando a comprender cuánto quería que en realidad a las personas que más había
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odiado.
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El presidente del Consejo de Guerra inició su discurso final antes de que Arcadio cayera
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en la cuenta de que habrían transcurrido dos horas.
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Aunque los cargos comprobados no tuvieran sobrados méritos, decía el presidente, la
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temeridad irresponsable y criminal con que el acusado empujó a sus subordinados a una
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muerte inútil bastaría para merecerle la pena capital. En la escuela de Esportillada, donde
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experimentó por primera vez la seguridad del poder, a pocos metros del cuarto donde conoció
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la incertidumbre del amor, Arcadio encontró ridículo el formalismo de la muerte. En realidad
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no le importaba la muerte sino la vida. Lorena Solana Cardoso, del CEPA Casa de la Cultura.
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Texto número 5.
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Buenas tardes a todos.
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Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria.
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La descubrió por casualidad. Insomne experto por haber sido uno de los primeros.
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Había aprendido a la perfección el arte de la platería.
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Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre.
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Su padre se lo dijo, TAS. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yuquecito, TAS.
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Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro.
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No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objetivo tenía un nombre difícil de recordar.
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Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio.
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Entonces, los marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas.
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Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez,
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Aureliano explicó su método y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde la impuso a todo el pueblo.
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Con un hisopo entinado marcado cada cosa con su nombre, mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola.
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Fue al corral y marcó los animales y las plantas, vaca, chivo, puerca, gallina, yuca, malanga y guineo.
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Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día
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en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad.
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Muchas gracias.
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María Paula Cadena Mejía, del CEPA La Llozas.
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Texto número 2.
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Buenas tardes a todos.
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La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin.
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Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquiades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada.
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Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde
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Remedios en la callada respiración de las rosas
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Remedios en la clepsidra secreta de las polillas
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Remedios en el vapor del pan al amanecer
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Remedios en todas partes y remedios para siempre
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Rebeca esperaba el amor a las cuatro de la tarde bordando junto a la ventana
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Sabía que la mula del correo no llegaba sino cada quince días
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Pero ella la esperaba siempre, convencida de que iba a llegar un día cualquiera por equivocación
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Sucedió todo lo contrario, una vez la mula no llegó en la fecha prevista
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Loca de desesperación, Rebeca se levantó a medianoche y comió puñados de tierra en el jardín
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Con una avidez suicida, llorando de dolor y de furia, masticando lombrices tiernas y astillándose las muelas con huesos de caracoles
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Vomitó hasta el amanecer
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Se hundió en un estado de postración febril
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Perdió la conciencia y su corazón se abrió en un delirio sin pudor
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Aureliano fue el único capaz de comprender tanta desolación
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Esa tarde, mientras Úrsula trataba de rescatar a Rebeca del manglar del delirio
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Él fue con Magnífico Bisbal y Gerineldo Marqués a la tienda de Catarino
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El establecimiento había sido ensanchado con una galería de cuartos de madera
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donde vivían mujeres solas, olorosas a flores muertas
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Muchas gracias a todos
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Ya podéis volver a vuestras butacas
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- Idioma/s:
- Autor/es:
- CEPA Hermanos Correa
- Subido por:
- Tic cepa valdemoro
- Licencia:
- Reconocimiento - No comercial - Compartir igual
- Visualizaciones:
- 23
- Fecha:
- 30 de mayo de 2024 - 19:37
- Visibilidad:
- Público
- Centro:
- CEPAPUB VALDEMORO
- Duración:
- 26′ 25″
- Relación de aspecto:
- 1.78:1
- Resolución:
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