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ANTONIO S. "EL GIGANTE EGOÍSTA"
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Buenos días, niños y niñas. Hoy os voy a contar una historia de Oscar Wilde, el gigante egoísta, de uno de los autores preferidos por muchos y muchas.
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Así que espero que os guste. Damos comienzo al gigante egoísta.
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Todas las tardes, al volver del colegio, tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín del gigante.
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Era un gran jardín solitario
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Con un suave y verde césped
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Brillaban aquí y allí las lindas flores
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Sobre el suelo y había doce melocotoneros
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Que en primavera se cubrían con una delicada floración blanca y rosada
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Y que en otoño daban hermosos frutos
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Los pájaros posados sobre las ramas cantaban tan deliciosamente
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Que los niños interrumpían habitualmente sus juegos para escucharlos
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¡Qué dichosos somos aquí! se decían unos a otros
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Un día volvió el gigante
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Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles
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residiendo siete años en su casa
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Al cabo de los siete años dijo todo lo que tenía que decir
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pues su conversación era limitada
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y decidió regresar a su castillo
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Al llegar vio a los niños que jugaban en su jardín
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¿Qué hacéis ahí? les gritó con voz agria
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Y los niños huyeron
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Mi jardín es para mí solo, prosiguió el gigante
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Todos deben entenderlo así
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Y no permitiré que nadie, que no sea yo, se solaz en él
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Entonces lo cercó con un alto muro
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Y puso el siguiente cartelón
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Queda prohibida la entrada bajo las penas legales correspondientes
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Era un gigante egoísta
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Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo
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Intentaron jugar en la carretera
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Pero la carretera estaba muy polvorienta
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Toda llena de agudas piedras
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Y no les gustaba
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Tomaron la costumbre de pasearse una vez terminadas sus lecciones
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Alrededor del alto muro
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Para hablar del hermoso jardín que había al otro lado
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Entonces llegó la primavera
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Y en todo el país hubo pájaros y florecillas
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Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno
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Los pájaros, desde que no había niños, no tenían interés en cantar
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Y los árboles olvidabanse de florecer
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En cierta ocasión una bonita flor levantó la cabeza sobre el césped
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Para ver el cartelón
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Se entristeció tanto pensando en los niños
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Que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir
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Los únicos que se alegraron fueron el hielo y la nieve
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La primavera se ha olvidado de este jardín, exclamaban
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Gracias a esto vamos a vivir en él todo el año
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La nieve extendió su gran manto blanco sobre el césped
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Y el hielo revistió de plata todos los árboles
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Entonces invitaron al viento del norte a que viniese a pasar una temporada con ellos
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Y el viento del norte aceptó y vino
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Estaba envuelto en pieles.
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Bramaba durante todo el día por el jardín, derribando a cada momento chimeneas.
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Este es un sitio delicioso, decía.
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Invitemos también al granizo.
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Y llegó a sí mismo el granizo.
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Todos los días durante tres horas tocaba el tambor sobre la techumbre del castillo,
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hasta que rompió muchas pizarras.
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Entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín.
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lo más deprisa que pudo. Iba vestido de gris y su aliento era de hielo.
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No comprendo por qué la primavera tarda tanto en llegar, decía el gigante egoísta cuando se
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asomaba a la ventana y veía su jardín blanco y frío. ¡Ojalá cambió el tiempo! Pero la primavera
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no llegaba, ni el verano tampoco. El otoño trajo frutos de oro a todos los jardines, pero no dio
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ninguno al del gigante es demasiado egoísta dijo y era siempre invierno en casa del gigante y el
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viento del norte el granizo el hielo y la nieve danzaban en medio de los árboles una mañana el
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gigante acostado en su lecho pero despierto ya oyó una música deliciosa sonó tan dulcemente en sus
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oídos que le hizo imaginarse que los músicos del rey pasaban por allí. En realidad era un
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pardillo que cantaba ante su ventana, pero como no había oído a un pájaro en su jardín hacía
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tanto tiempo, le pareció la música más bella del mundo. Entonces el granizo dejó de bailar
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sobre su cabeza y el viento del norte de rugir. Un perfume delicioso llegó hasta él por la ventana
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abierta. —Creo que ha llegado al frín la primavera —dijo el gigante. Y saltando del lecho se asomó
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a la ventana y miró. ¿Qué fue lo que vio? Pues vio un espectáculo extraordinario. Por una brecha
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abierta en el muro, los niños habíanse deslizado en el jardín encaramándose a las ramas. Sobre
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todos los árboles que alcanzaba él a ver. Había un niño y los árboles sentíanse tan dichosos de
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sostener nuevamente a los niños que se habían cubierto de flores y agitaban graciosamente sus
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brazos sobre las cabezas infantiles. Los pájaros revoloteaban de unos para otros cantando con
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delicia y las flores reían hirviendo sus cabezas sobre el césped. Era un bonito cuadro. Solo un
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rincón, en el rincón más apartado del jardín, seguía siendo invierno. Allí se encontraba un niño
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muy pequeño. Tan pequeño era que no había podido llegar a las ramas del árbol y se paseaba a su
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alrededor llorando amargamente. El pobre árbol estaba tan cubierto de hielo y de nieve y el
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viento del norte soplaba y rugía por encima de él. ¡Sube ya, muchacho! decía el árbol. Y le
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alargaba sus ramas, inclinando todo lo que podía, pero el niñito era demasiado pequeño. El corazón
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del gigante se enterneció al mirar hacia afuera. ¡Qué egoísta he sido! pensó. Ya sé por qué la
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primavera no ha querido venir aquí. Voy a colocar a este pobre pequeñuelo sobre la cima del árbol.
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Luego tiraré el muro y mi jardín será ya siempre el sitio de recreo de los niños. Estaba verdaderamente
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arrepentido de lo que había hecho. Entonces bajó las escaleras, abrió nuevamente la puerta y entró
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en el jardín. Pero cuando los niños le vieron, se quedaron tan aterrorizados que huyeron y el
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jardín se quedó otra vez invernal. Únicamente el niño pequeñito no había huido porque sus ojos
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estaban tan llenos de lágrimas que no le vio venir. El gigante se deslizó hasta él, le cogió
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cariñosamente con sus manos y lo depositó sobre el árbol. Y el árbol inmediatamente floreció. Los
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pájaros vinieron a posarse y a cantar sobre él. Y el niñito extendió sus brazos, rodeó con ellos
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el cuello del gigante y le besó. Y los otros niños, viendo que ya no era malo el gigante,
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se acercaron y la primavera les acompañó. Y cogiendo un martillo muy grande, echó abajo el
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muro. Desde ahora, este es vuestro jardín, pequeñuelos, dijo el gigante. Y cuando los
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campesinos fueron a mediodía al mercado, vieron al gigante jugando con los niños en el jardín más
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hermoso que puede imaginarse. Estuvieron jugando durante todo el día y por la noche fueron a decir
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adiós al gigante. ¿Pero dónde está vuestro compañerito? les preguntó. Aquel muchacho que
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subía al árbol. A él era quien quería más el gigante porque le había abrazado y besado. No
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sabemos, respondieron los niños, se ha ido. Decidle que venga mañana sin falta, repuso el
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gigante. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y hasta entonces no lo habían visto
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nunca. Y el gigante se quedó muy triste. Todas las tardes a la salida del colegio venían los
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niños a jugar con el gigante, pero este ya no volvió a ver al pequeñuelo a quien quería tanto.
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Era muy bondadoso con todos los niños, pero echaba de menos a su primer amiguito y hablaba
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de él con frecuencia. Cuánto me gustaría verle, solía decir. Pasaron los años y el gigante
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envejeció y fue debilitándose. Ya no podía tomar parte en los juegos. Permanecía sentado en un gran
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sillón viendo jugar a los niños y admirando su jardín. Tengo muchas flores bellas, decía. Pero
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los niños son las flores más bellas. Una mañana de invierno, mientras se vestía, miró por la
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ventana. Ya no detestaba el invierno. Sabía que no es sino el sueño de la primavera y el reposo
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de las flores. De pronto se frotó los ojos, atónito, y miró con atención. Realmente era
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una visión maravillosa. En un extremo del jardín había un árbol casi cubierto de flores blancas.
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Sus ramas eran todas de oro y colgaban de ellas frutos de plata. Bajo el árbol aquel estaba el
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pequeñuelo a quien quería tanto. El gigante se precipitó por las escaleras lleno de alegría y
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entró en el jardín. Corrió por el césped y se acercó al niño y cuando estuvo junto a él su cara
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enrojeció de cólera y exclamó, ¿Quién se ha atrevido a herirte? En las palmas de las manos
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del niño y en sus piececitos veíanse las señales sangrientas de dos clavos. ¿Quién se ha atrevido
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a herirte? gritó el gigante. Dímelo, iré a coger mi espada y le mataré. No, respondió el niño,
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estas son las heridas del amor. ¿Y quién es ese? dijo el gigante. Un temor respetuoso le invadió.
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haciéndole caer de rodillas
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ante el pequeñuelo
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y el niño sonrió al gigante y le dijo
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me dejaste jugar una vez en tu jardín
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hoy vendrás conmigo a mi jardín
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que es el paraíso
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y cuando llegaron los niños aquella tarde
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encontraron al gigante tendido
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muerto bajo el árbol
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todo cubierto de flores blancas
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y colorín colorado
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este cuento se ha acabado
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- Laura B.
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- 19 de abril de 2020 - 21:21
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