COMISION BIBLIOTECA 4 AÑOS
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Algunos ya nos conocéis alguna, ¿no?
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Porque somos mamás de algunos de vosotros, claro.
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Yo me llamo Alejandro.
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¿Hola, Alejandro?
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Nos encanta leer cuentos.
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Y estamos en la comisión de biblioteca del cole.
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Y a ver si sabéis decirnos qué hay en una biblioteca.
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¡Biblioteca!
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Pero vosotros sabéis muchas cosas.
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Hay cuentos.
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¿Y qué hay en los libros historias?
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Historias
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Y entonces, en las historias que son súper divertidas
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Pero ¿sabéis una cosa?
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Para contar historias
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No hace falta saber leer
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Leer está súper bien
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Y vosotros ya empezáis con las letras
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Y ya sabéis leer algunas cosas
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Pero leer está muy bien
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Porque cuando aprendáis vais a poder coger los libros que queráis
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Y leerlos cuando vosotros queráis
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Pero
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También se puede contar historias sin saber leer
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De hecho, hace tiempo
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la gente no sabía leer, ni los niños ni los mayores. Entonces no podían leer libros.
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Así que lo que había, unas personas iban por los pueblos, unas personas que se llamaban
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juglares, iban juglares, es una palabra rara, juglares, iban por los pueblos contando historias,
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historias que se habían aprendido. Y entonces iban a la plaza del pueblo y contaban sus historias.
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Contaban las historias que ya se sabían y la gente iba, todo el mundo, todos los de pueblo iban a la plaza para escuchar esas historias y se lo pasaban de maravilla.
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Pero ahora también hay juglares, porque seguro que o papá, o mamá, o algún amigo, o los abuelos, alguien os cuenta alguna vez alguna historia, se la saben, pues ellos también son juglares.
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Y las historias pasan de los abuelos a los papás, de los papás a los hijos.
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Y oye, cuando seáis mayores y vosotros tenéis hijos, a lo mejor también podéis contarles historias y ser juglares.
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Lo bueno es que hoy os vamos a contar nosotros unos cuentos.
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Y cuando lleguéis a casa, podéis vosotros ser juglares y se lo contáis a vuestros amigos, a vuestros papás, a vuestras mamás, a los abuelos o a los hermanos.
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¿Queréis ser juglares?
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¡Sí!
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Pues entonces tenéis que prestar mucha atención a los cuentos que os vamos a contar.
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Tenéis que prestar mucha atención y después contarlos.
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En el bosque, entre los abetos, había un lobo.
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Un enorme y malvado lobo.
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Estaba hambriento, muy hambriento.
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Pero que muy, muy, muy hambriento.
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Y esperaba al acecho, esperaba que ante él pasase un buen plato de carne fresca.
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Una mañana, sonrosadito, un conejito blanco que iba tan contento camino del mercado ecológico a comprarse tres kilos de zanahorias frescas.
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Y el lobo dio un gran salto y gritó, ¡Ahhh! ¡Conejito blanco! ¡Espera! ¡Enorme y malvado lobo! ¡Espera!
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¿Puedes repetir lo que has dicho?
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Sí, claro.
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He dicho, voy a comerte, conejito blanco.
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Voy a comerte ahora mismo.
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Me da la impresión de que tienes un pelo en la lengua.
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Y debe de ser muy molesto.
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Venga, enorme y malvado lobo.
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A ver si así no.
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Ábrela bien grande, que así no veo nada.
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En efecto, tenía razón.
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Tienes un pelo en la lengua.
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Y bien largo.
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¿Qué digo largo?
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¡Larguísimo!
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No te muevas, enorme y malvado lobo.
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Quédate así.
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Voy a buscar unas pinzas de depilar y vuelvo enseguida para quitártelo.
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Pero sobre todo, no te muevas.
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¿Vale?
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Pero a que prisa.
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¿Cómo?
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¿Qué dices?
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Digo que vale, pero ya te explica, no puedo estar mucho tiempo aquí.
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El lobo esperó dos horas, tres horas, cuando de repente apareció por el camino un conejito rojo.
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Voy a comerte, conejito rojo, voy a comerte ahora mismo.
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Ni la más remota idea, enorme y malvado lobo.
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Si quieres comer conejo, no puedes hacerlo así.
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Para cazarme primero tienes que esconderte detrás de un árbol y que yo no te vea, que no me oiga.
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Y encima tienes un pelo en la lengua.
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De tu parte, muy amable, eres un conejito loco encargador.
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calcador. Venga, inténtalo de nuevo. Escóndete detrás de ese árbol, yo me voy y hago...
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Salta sobre mí y me atrapas, ¿vale? Vale, vale. El lobo se escondió detrás de un gran
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aleto y esperó. Tenía hambre, mucha hambre, cada vez más hambre. Se podría decir que
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tenía más hambre que un lobo. El lobo esperó una hora, dos horas, tres horas, cuando de
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repente oyó un ruido. El lobo pensó, voy a hacer exactamente lo que me ha dicho el
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conejito rojo. Salió de su escondite y saltó como una fiera sobre el conejito con la boca
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de par en par. Salvo que el conejito, aunque era rojo, el efecto no era para nada tan pequeño.
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Al contrario, era grande, muy grande, pero que muy, muy grande. Era enorme.
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Era raso.
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Y no le gustaba nada que le mordieran el trasero.
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Oh, oh, oh, perdón, perdón, señor Osopardo. Me he equivocado. Le he confundido con un conejito rojo. Un lindo conejito rojo.
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¿Cómo? ¿Yo? ¿Un lindo conejito rojo? Tú estás mal de la cocorota. Como te pilles, te vas a enterar.
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El lobo corrió y corrió y corrió a toda velocidad.
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Corrió como un loco, perseguido por el lobo feroz.
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Tan rápido corrió que ¡pum! ¡Pataplá!
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Su alocada carrera acabó delante de un enorme roble que casualmente estaba allí, justo en medio de su camino.
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Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que había perdido todos los dientes.
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Sí, sí, todos los dientes.
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Así que, atención, vosotros que estáis leyendo este cuento, si alguna vez vais de paseo por el bosque, lo más probable es que os encontréis con el enorme y malvado lobo, que si aún existe, claro que sí, ¿cómo no va a existir?
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Pero vosotros tranquilos, no pasa nada, ya que desde aquel día, el enorme y malvado lobo se ha hecho... ¡vegetadiano!
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¡Ya sólo como vetudas!
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- 11 de diciembre de 2018 - 9:48
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