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Tercer clasificado
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"El viaje de Fausto" escrito por Mario Ríos del CEPA Gloria Fuertes de Navalcarnero es el tercer clasificado en esta edición.
Cuando desperté aquella mañana, enseguida noté que algo había cambiado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me sentí como un trapecista del circo en su aprobación más difícil. Decidí hacer frente a aquella funesta sensación tomando un café. Armado con la humeante taza, eché un vistazo por la ventana.
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El panorama era extraño al otro lado del cristal. El paisaje estaba incompleto. La niebla siempre me infundía la misma sensación misteriosa. Me gustaba ver aparecer de repente las cosas, como llevadas de otra dimensión. En aquella intimidad todo podía pasar. Todo era nuevo y sorprendente.
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Me extrañó que el alca no viniese a saludarme, poniendo su rabito perezosamente.
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Evidentemente, era evidente que dormía plásticamente.
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Me hubiese gustado pasar un rato con ella en el parque.
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Disfrutaba de esos paseos.
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Con la niebla, los viejos cedros del cementerio parecen gigantes.
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La vieja cripta sobresale del recinto enigmática y fría, como la inmensa cabeza de una ballena surgiendo de la vida.
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Decidí darme prisa
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Tenía que volver al hospital
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No estaba la situación como para llorar tarde al trabajo
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Un último vistazo desde la puerta de la habitación
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El contorno dedicado de María se dibujaba bajo el edredón
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No quise despertarla
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Había oído llorar durante la noche
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Creo que lo necesitaba
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Estaba siendo duro para ella
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La epidemia nos afectó a todos en lo más hondo de nuestra condición humana
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manos. El sufrimiento, la desesperación y el desamparo se emprendaban en el alma casi tan
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profundamente como lo hacía el virus en las vías respiratorias, dejando el espíritu indefenso
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ante su avance lento pero irremediable. En la habitación más alegre y confortable de la casa,
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la pequeña Ana dormía profundamente. La verde fresa de su boquita abierta emitía un rugidito
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casi imperceptible. Me incliné para besar su cabeza cubierta de aquella suave pelusita.
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Al notar su febril calor, pensé en lo indefensa e inocente que era. Imaginé mi vida con ellas en un tercer grado y confortable. Sin miedo, emprendí mi viaje.
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Llegué a la parada del autobús. Me refugié en ella como un náufrago que encuentra una balsa en mitad de la mar en calma. El silencio era enorme. Durante la espera, algunos personajes desfilaron por la acera, absortos en sus pensamientos y ateridos por el frío de la mañana.
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Infundados en sus abrigos y para interpretados tras la mascarilla
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Parecían astronautas desvalidos en aquella atmósfera extraña
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Nadie saludo
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La excepcionalidad apartaba las sencillas rutinas que nos empujaban en la ida
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Los detalles que antes nos habían servido, ahora se antojaban un lujo
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Después de una extraña espera, llegó el autobús
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Al entrar, el conductor ni siquiera me vio
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La pantalla y la mascarilla le conferían un aspecto de autómata
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en una película de ciencia ficción.
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El transistor, mal sintonizado,
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y mi tema no tenía sin sentido que no alcanzaba a entender.
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Era domingo y el autobús estaba completamente vacío.
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Me senté resignado y me coloqué en los auriculares para escuchar la radio.
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Seguiré a reconocer los acordes.
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Era el adagio de la quinta sinfonía del malo.
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Me invadió una profunda melancolía.
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La luz del sol encendía la espesura como un halo celestial
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El pesado traqueteo del vehículo provocaba la sensación de estar flotando en una barcada
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Los bancos de bruma se reforzaban a nuestro paso
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La fantasmal silueta oscura del conductor me confundía con el barquero Caron
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Transportándome a la otra orilla del estirje
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No recuerdo el viaje, pero una sensación de abandono me embargó
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No sentía nada y eso me tranquilizó
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La artritis que me había acompañado desde pequeño por fin cesó
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Por un momento, el miedo se esfumó, arrastrado por la serenidad más placentera que podáis imaginar
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Me sentí más vivo que nunca
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No sé si me venció el sueño
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Cuando recuperé la noción del tiempo, me encontraba de pie frente a la puerta del hospital
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El autobús se perdía a lo lejos devorado por la sobrenatural niebla
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Entré en el edificio por la entrada del personal
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Bueno, las puertas automáticas se abrieron hacia adentro arrastrando un fino aliento de débil niebla. Un baruto de batas, equipos de protección se amontaraban junto a la puerta. Sentía fuerzas renovadas para incorporarme a mi puesto. Estaba seguro de que hoy sería un día especial. Me puse el equipo y fui atravesando las puertas de la UCI, que se abrían a mi paso, invitándome a seguir.
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Cuando atravesé la última de ellas, el sol resplandeciente que entraba por la ventana me deslumbró.
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Poco a poco aparecieron las siluetas de mis compañeros.
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Todos se movían a mi alrededor en su ritual diario que ahora me parecía más armonioso que nunca.
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No podía moverme mientras los observaba.
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Se ve que todos me miraban con dulzura, con la misma expresión con la que todavía,
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y después de tantos años, recuerdo los ojos grises o el hinojo de mi padre.
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De repente entendí que la situación en el box número 9 era desesperada
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Sin saber muy bien cómo, crucé el umbral y la bruma pétrea de mi corazón se disipó para la cima
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Entendí entonces que la vida es un pequeño instante, lugar, maravilloso
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Que nuestro tiempo aquí es un regalo
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Que viviremos juntos con el recuerdo de las cosas fantásticas que nos ocurrieron
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Que nos fueron regaladas, casi por casualidad
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ya no tenía miedo
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mis compañeros estaban de pie frente a mí
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intenté abrazarlos con toda mi alma
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pero ya no quedaba tiempo
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y para sacar el cuerpo marchito
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que yacía en aquella cama
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si hubiese aliento de vida
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yo debería estar con él
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la vida me había reservado tantas cosas
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aquel era mi destino
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lo asumí
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y supe que todo había valido la pena
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ahora viviría en el recuerdo para siempre
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la niebla recuperó lo que era su
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era la hora de pasar
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brújulmente al otro lado
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a mis padres y a mi esposa
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- Autor/es:
- Mª Victoria Moreno Sanfrutos
- Subido por:
- Maria Victoria M.
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- Fecha:
- 12 de junio de 2021 - 21:49
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- Público
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- Centro:
- CEPAPUB ENRIQUE TIERNO GALVAN
- Duración:
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