Angel Soria 2
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La cuestión de la convivencia en los ambientes escolares es, sin duda, uno de los aspectos
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que reflejan más preocupación entre el profesorado, las familias y, por supuesto, el propio alumnado.
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A esta cuestión nos referiremos de manera más concreta en otros momentos, pero ahora
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queremos plantear algo que podría considerarse una cuestión previa. Tenemos los profesores
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una visión precisa y ajustada sobre la situación de nuestras aulas, bien sea desde un punto
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de vista más general, bien sea desde una valoración más concreta de aquellas en las
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que intervenimos profesionalmente? En general ha de reconocerse que los comentarios entre
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profesores parecen casi exclusivamente estar referidos a aspectos negativos, momentos en
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los que el conflicto ha alcanzado valores muy altos o alumnos que han mostrado comportamientos
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disruptivos o de objeción escolar. Raramente en la sala de profesores se escuchan comentarios
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relativos a momentos agradables, experiencias de éxito o respuestas positivas de nuestros
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alumnos y alumnas. ¿Responde ello a una descripción objetiva del clima de nuestras clases? Probablemente
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la respuesta deba ser negativa. Sin embargo, los estudios realizados acerca de las experiencias
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de los profesores parecen indicar que la situación de nuestras aulas dista mucho de un panorama
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tan desalentador. Pero resulta innegable que no es este el clima que reflejan la mayor
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parte de los comentarios que se escuchan y el que reflejan frecuentes publicaciones en los medios
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de comunicación que presentan a veces situaciones excepcionales como habituales. Así pues se
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transmite una visión distorsionada de la realidad que contribuye a crear desánimo y preocupación en
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las familias, en el profesorado y en definitiva en la sociedad. Cambiar esta situación es responsabilidad
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de todos y de todas. Por otra parte limitar a esas experiencias negativas nuestro relato de la
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situación de las clases contribuye a reforzar en el grupo de profesores una visión a veces
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catastrofista de la misma, refuerza los prejuicios hacia los alumnos y nos predispone a percibir de
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manera hostil las interacciones que se puedan producir en las siguientes clases. En definitiva,
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nos acerca a la situación del llamado profesor quemado. El resultado final se aproxima a un
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escenario de estrés que hace que nos dirijamos a clase temiendo tener que enfrentarnos a una
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situación casi alarmante. ¿Es esto realmente lo que acontece en las clases o en ocasiones
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anticipamos temerosamente situaciones que no llegan a producirse o lo hacen muy esporádicamente?
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¿Qué pasaría si las conversaciones entre profesores resaltaran los aspectos más gratificantes
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de sus experiencias escolares? Probablemente nos dirigiríamos a clase con un estado de
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ánimo que nos ayudaría a afrontar la tarea de forma más optimista y también los alumnos
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nos percibirían de manera más relajada. Sin embargo, son habituales las percepciones
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distorsionadas de la realidad. En ocasiones tenemos una visión de túnel en la que sólo
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se percibe un aspecto o un elemento de la realidad, un hecho entre todos los acontecimientos
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producidos durante la clase. Habitualmente destacamos los acontecimientos que mayor
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incomodidad nos han causado, identificando con ellos un escenario más complejo en el
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que se han conjugado situaciones muy diversas. Adoptamos también en ocasiones una visión
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dicotómica de la realidad en la que valoramos las situaciones como buenas o malas, sin tomar
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conciencia de que existe una gama de grises en las actuaciones de las personas que incorporan
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posibilidades de mejora. Esta especie de maniqueísmo desenfoca y hace imperceptibles la mayor parte
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de los hechos que suceden en clase. Igualmente nos instalamos en un fatalismo o negativismo
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que describe la realidad como insuperable, incorregible, originando el desánimo y la
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frustración en el profesor. Nos consideramos incapaces de mejorar un contexto que nos resulta
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negativo y sucumbimos a un cierto fatalismo, esperando que la solución llegue desde otras
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instancias a las que reclamamos que intervengan, que sustituya nuestra figura. Por último,
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en ocasiones atribuimos una intencionalidad dañina en la conducta de algunos alumnos.
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Convertimos en una causa personal contra nosotros problemas cuyo origen se halla muy distante
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y alude a contextos más complejos. La forma de interactuar del profesor con sus alumnos
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define el nivel de satisfacción que éste va a experimentar en su trabajo y el grado
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de estrés que va a soportar. Es probablemente más determinante para sentir como gratificante
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y enriquecedor el trabajo que se realiza durante un curso el establecimiento de buenas relaciones
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con los alumnos que, por ejemplo, la materia que deba impartirse o el horario que se le
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haya asignado. Por lo tanto, conviene cuanto antes precisar cómo es el clima en nuestras
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clases, qué dificultades encontramos y con qué frecuencia se producen situaciones que
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realmente nos desagradan o nos impiden o dificultan nuestro trabajo. ¿Qué elementos entonces debiéramos
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tomar en consideración para evaluar el clima de nuestra clase? Es evidente que la situación en
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relación a la convivencia debe integrar numerosos factores que determinan en definitiva el grado de
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satisfacción que cada miembro del grupo siente en este contexto. Sin ninguna pretensión de
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exhaustividad, algunos de ellos pueden ser los siguientes. El primero, el grado de cohesión del
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grupo, la existencia de alumnos que protagonizan la mayor parte de las interacciones, mientras que
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otros apenas disponen de oportunidades de relación. En otros documentos de este curso se aportan
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algunas consideraciones acerca de los instrumentos sociométricos que nos permiten evaluar esta
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variable. Asimismo, el nivel de satisfacción de quienes intervienen en clase, no únicamente el
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alumnado, sino también es importante conocer la valoración que hace el profesorado, su percepción
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acerca de todos los aspectos que integran la actividad escolar. Evidentemente, la frecuencia
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con la que se producen situaciones de disrupción en el aula y la gravedad de las mismas, así mismo
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es importante conocer el nivel de coherencia con que se adoptan medidas para corregir estas
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situaciones. Además, la incidencia de factores que penalizan la actividad del grupo y su cohección
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tales como la puntualidad o el absentismo. Igualmente, puede formar parte de nuestra
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valoración la disposición del alumnado en relación a la realización de las actividades
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académicas, su actitud en relación a las diversas propuestas metodológicas, el tipo
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de agrupamientos, los modelos didácticos, etc. Y, por supuesto, los resultados obtenidos
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y el grado de satisfacción que producen. Por último, el nivel de identificación del
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alumnado con la gestión del grupo, su participación en las estrategias de mejora o su interés por
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cuestiones más generales del centro. Por todo ello, será muy útil diseñar instrumentos y
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planificar acciones que nos permitan evaluar cada uno de estos factores, consultar sus percepciones
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y sentimientos al alumnado y a los docentes, comprobar la eficacia de las medidas adoptadas
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y la permanencia de sus efectos. En definitiva, conocer, más allá de comentarios informales,
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de manera rigurosa, cuál es la situación de nuestra clase.
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