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Mi cerebro me obligó
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La moderna neurociencia constata que el cerebro toma decisiones sin que seamos conscientes, cuestionando así el libre albedrío, es decir, la responsabilidad de nuestros actos, que de ser estos criminales, tendría atenuantes en el sistema judicial a la hora de tratar el crimen y el castigo.
Era incapaz de controlarlo cuando empecé a pensar, ojalá alguien me detenga.
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No podía controlarme. No sentía que tuviera el control sobre mí misma.
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¿Qué provoca que el comportamiento de algunas personas cambie de repente y que otras cometan crímenes horribles?
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Empezó a matar aleatoriamente. Mató a transeúntes, a la gente que acudía a ayudarles.
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Los neurocientíficos están haciendo nuevos descubrimientos
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sobre el funcionamiento del cerebro humano
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y el comportamiento criminal.
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Cuando cambia algo ligeramente por una lesión cerebral
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o por el café o por las drogas o algo así,
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quién eres y cómo tomas decisiones también cambia.
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Y están encontrando respuestas a la pregunta
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¿qué les obligó a hacerlo?
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Algunos han dicho, mi cerebro me obligó a hacerlo.
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Y neurocientíficamente hablando,
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es mi cerebro el que me obliga a hacerlo. Mi cerebro me obligó. Austin, Texas. La torre
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del reloj que domina el campus de la Universidad de Texas tiene prácticamente el mismo aspecto
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que en el verano de 1966. Aquel año, el estudiante y exmarine Charles Whitman subió a lo alto
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de la torre, sacó un rifle y empezó a disparar contra la gente que pasaba por debajo.
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Llevaba una bolsa llena de armas y empezó a matar aleatoriamente.
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Mató a transeúntes, mató a la gente que acudía a ayudarles,
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mató a los conductores de una ambulancia que fue a ayudarles.
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En total mató a 16 personas e hirió a más de 30.
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Se ha dicho que aquel día Charles Whitman introdujo en Estados Unidos
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la idea del asesinato en masa en espacios públicos.
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La policía de Austin consiguió llegar a lo alto de la torre y lo mataron. Se preguntaron
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quién es este hombre. ¿Qué ha pasado aquí? No reconozco al Charles Whitman que encontraron
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en la torre de la universidad. La policía descubrió después que en las horas previas
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al ataque, dado a su madre y apuñalado hasta la muerte a su esposa mientras dormía. No
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había nada en Charles Whitman que pudiera hacer pensar, este hombre va a hacer algo
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así. Pero en su diario se veía que había experimentado una clara progresión en la
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que había sido víctima de pensamientos de ira y agresividad que cada vez le costaba
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más controlar, y no sabía por qué. En la nota de suicidio que escribió decía, cuando
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esto haya acabado, quiero que me hagan una autopsia para ver si le pasa algo a mi cerebro.
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La autopsia muestra que el señor Whitman tenía un tumor cerebral.
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Tenía el tamaño de una moneda de cinco centavos.
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Había crecido y presionaba una parte concreta de su cerebro llamada la amígdala, relacionada con el miedo y la agresividad.
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¿Tuvo algo que ver con lo que hizo Charles Whitman?
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Casi seguro.
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El cerebro es el centro de mando donde ocurren la cognición, las emociones, la forma en
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que nos comportamos, decidimos y actuamos. Cuando hay daños en el cerebro, modifican
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nuestro comportamiento ante el mundo, cómo procedemos y actuamos. Jeffrey Barnes y Russell
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Swerdlow investigaron un caso comparable en el año 2000. Trabajando como neurólogos
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en el hospital de la Universidad de Virginia, conocieron a un paciente muy especial que
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llamaremos Michael. Era un hombre normal, tenía su trabajo, estaba casado y llevaba
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una vida normal. Parece que había empezado a acumular pornografía, también pornografía
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infantil. Las cosas llegaron a un punto en el que hubo comportamiento impropio hacia
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su hijastra. Fue detenido, juzgado y condenado. La noche anterior al comienzo de su sentencia,
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Michael se quejó de dolores de cabeza y lo enviaron a un servicio de urgencias, donde
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los enfermeros observaron un comportamiento extraño. Le dijo a un enfermero, si vuelvo
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a mi casa, voy a suicidarme o a violar a mi casera. De modo que lo ingresaron en el servicio
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de psiquiatría aquella noche. Entonces fue cuando Swerlow y Barnes sometieron a Michael
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a una batería de pruebas. Durante el examen, se puso a flirtear con miembros femeninos
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del equipo médico, lo que me pareció poco usual en alguien que está a punto de entrar
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en la cárcel. Swerlow sospechaba que había daños neurológicos, por lo que ordenó un
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escáner cerebral. Lo que reveló fue un gran tumor. Se puede ver aquí el tumor creciendo
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desde la base del cráneo. Estos son las cuencas de los ojos. El lado derecho y el izquierdo.
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y se puede ver claramente como el tumor, en relieve, se extiende hacia arriba a través
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del lóbulo frontal, sobre todo por la derecha, desplazando la corteza órbito frontal de
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donde estaría. Aquí se ve la parte quística. Se puede ver aquí como la masa tumoral está
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empujando la parte izquierda del cerebro hacia el lado izquierdo del cráneo. Supimos nada
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más verlo que esta lesión, este daño cerebral, era el responsable de su comportamiento.
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¿Es un área del cerebro que potencia la pedofilia?
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No, pero es un área que influye en la incapacidad de inhibir impulsos,
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de inhibir deseos y de inhibir malas ideas.
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Estaba claro que meter a este hombre en la cárcel
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no iba a curar su incapacidad de cumplir las normas de la sociedad.
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Lo que necesitaba para poder cumplirlas era que le extirparan el tumor.
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Cuando los cirujanos extirparon o resecaron el tumor, las tendencias pedófilas y otros comportamientos sexuales extraños de Michael desaparecieron.
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No entró en prisión, aunque pasó un tiempo en un programa de rehabilitación y su esposa le aceptó de nuevo.
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La historia tiene un epílogo interesante porque seis meses después volvía a empezar a tener tendencias pedófilas y su esposa lo llevó de nuevo a los médicos.
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a los cirujanos se les había pasado una pequeña parte del tumor que estaba volviendo a crecer.
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Lo resecaron una segunda vez y su comportamiento sexual volvió a ser normal de nuevo. Pero
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el tumor de Michael afectó a muchas más cosas que al control de sus impulsos. Cuando
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se testaron sus funciones cerebrales generales, los resultados fueron asombrosos. Le pedí
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que copiara este dibujo y esto fue lo que dibujó. Le pedimos que copiara este otro
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dibujo y esto es lo que fue capaz de hacer. Esto fue antes de la resección del tumor.
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También le pedí que dibujara un reloj y que pusiera las agujas de modo que marcaran
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las 8 y 20. Y esto fue lo que dibujó. No salió muy bien. Le pedí que escribiera una
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frase y esto fue lo que escribió. Es prácticamente ilegible. Pero después de la resección del
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tumor. Le pedí que hiciera las mismas cosas y aquí se puede ver que se produjo un cambio
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espectacular. Y cuando volví a pedirle que escribiera una frase, escribió esto. Me alegro
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de que me hayan quitado el tumor. Un cambio impresionante. Meterlo en la cárcel no habría
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arreglado esto. Casos como estos plantean serias dudas sobre el papel que pueden jugar
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las lesiones cerebrales en el comportamiento criminal. David Eagleman es neurocientífico
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y dirige el Centro para la Ciencia y la Ley en Houston, Texas. Entonces, ¿qué hacemos
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con alguien que tiene un tumor y se convierte en un pedófilo y cuando se le extirpa deja
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de serlo? Situaciones como esta oscurecen nuestras ideas sobre la culpabilidad. Podemos
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imaginar casos en los que mueren personas y al extirpar un tumor al culpable ya no es
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la misma persona que cometió el asesinato. Un caso así todavía no se ha visto en los
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tribunales, pero no tardará, porque las imágenes cerebrales se han convertido en algo prevalente.
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La creación de imágenes cerebrales ha hecho posible que los neurocientíficos estudien
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la mente criminal con mayor profundidad que nunca. En Alburquerque, Nuevo México, el
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director científico de la red de investigación sobre la mente, Kent Keel, está estudiando
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cerebros de psicópatas. Intenta averiguar por qué cometen una cantidad desproporcionada
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de actos violentos y criminales. La psicopatía se ha asociado generalmente a la falta de
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conciencia. Sus rasgos son similares a los de alguien que no siente culpabilidad por
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sus actos. Keel emplea la técnica de resonancia magnética para examinar el cerebro de cientos
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de psicópatas que cumplen condena. Ha creado la mayor base de datos del mundo y ha hecho
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descubrimientos asombrosos. Los cerebros de los psicópatas son muy diferentes de los
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cerebros sanos o de no psicópatas. El cerebro es como un músculo y, por así decirlo, tienen
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menos masa muscular en las regiones emocionales del cerebro. Creemos que eso potencia los
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síntomas como la falta de empatía, la incapacidad de experimentar culpa, en la materia gris,
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en las áreas pensantes del cerebro. En individuos con psicopatías, vemos que estas áreas verdes
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muestran una menor densidad de la materia gris. Es como si hubieran nacido con una cantidad
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de materia activa menor que el resto de nosotros, y eso contribuye al desarrollo de esos síntomas.
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También hemos descubierto que parte de los tejidos que conectan los lóbulos temporal
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y frontal están menos desarrollados, lo que da a entender que hay una menor conectividad
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entre esas regiones. Y es un gran hallazgo, porque creemos que es un problema del cableado
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cerebral, que podría ser algo con lo que han nacido. Aquí tenemos tres planos diferentes.
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Esta es la parte delantera del cerebro, aquí están los ojos, y esto es la corteza órbito
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frontal. Y aquí están las dos amígdalas. Y son estas dos estructuras y las conexiones
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entre ellas, las que son anormales en individuos con psicopatías. Para probar las implicaciones
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de sus hallazgos, Kiel está utilizando ahora la resonancia magnética para estudiar cómo
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los cerebros de los psicópatas reaccionan a diferentes estímulos visuales. ¿Utilizan
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la información emocional de la misma forma que otras personas cuando toman una decisión
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moral? En un experimento, Kiel les muestra imágenes que provocarían una fuerte respuesta
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emocional en la mayoría de la gente. En el 99% de la gente, al procesar estas imágenes
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se da una respuesta claramente emocional en el cerebro. El sistema límbico se enciende,
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pero en los psicópatas permanece a oscuras. El sentimiento que experimentamos nosotros
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no se produce, de modo que hay una desconexión entre emoción y toma de decisiones. ¿Pero
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qué hay de los demás. ¿Controlamos nuestro cerebro o nos controla él a nosotros? ¿Y
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qué nos puede decir la neurociencia sobre cómo y por qué tomamos las decisiones que
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tomamos? Creemos saber las razones por las que hacemos lo que hacemos y creemos lo que
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creemos, pero en realidad somos muy poco conscientes de la compleja maquinaria que gobierna todo
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esto. David Eagleman dice que aunque la mayoría de nosotros piensa que controla sus actos
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y sus decisiones, si nos fijamos un poco, vemos que no es así. Y una de las cosas más
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asombrosas que estamos viendo en neurociencia es hasta qué punto quiénes somos, cómo
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actuamos y lo que creemos lo deciden mecanismos que tenemos bajo el capó y a los que no tenemos
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acceso consciente. Resulta que el cerebro toma la mayoría de las decisiones sin que
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nosotros seamos conscientes de ello. Esto es lo que llamamos el cerebro inconsciente.
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En los años 60, el psicólogo Eckhart Hess realizó un experimento en el que mostraba
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a hombres fotos de caras de mujeres y tenían que puntuar de 1 a 10 lo atractivas que les
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parecían. Lo que no sabían estos hombres era que en la mitad de las fotos aparecían
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las mismas mujeres, pero con las pupilas dilatadas. Y esto es lo que ocurrió. Todos los hombres
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pensaron que las mujeres con las pupilas dilatadas eran más atractivas, aunque ninguno
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lo observó explícitamente. No se dieron cuenta de que la pupila era varios milímetros
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más grande. Y lo importante es que ninguno de aquellos hombres sabía que las pupilas
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dilatadas son un signo de predisposición sexual en las mujeres, pero su cerebro sí
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lo sabía, y eso influyó en la decisión. Y esta solo es una de las formas en que nuestras
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decisiones obedecen a señales de las que no somos conscientes, cosas que nos hacen
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actuar de cierta manera, sentirnos atraídos por ciertas cosas o sentir rechazo hacia otras.
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Y no sabemos por qué está pasando, pero en realidad la función del cerebro es recoger
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información del mundo y dirigir nuestro comportamiento adecuadamente. Y el tú consciente no tiene
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que saber cómo está haciéndolo. Pondré un ejemplo de algo que tenemos automatizado.
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Vas conduciendo y te digo que cambies al carril derecho. ¿Qué dirías que han hecho tus
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manos? La mayoría de la gente te dirá que ha girado el volante a la derecha y después
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es al centro. Así es como piensan que se hace un cambio de carril. Pero si hubieras
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hecho eso, lo que habrías hecho es salirte de la calle y estrellarte contra un escaparate.
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La forma en que realmente cambiamos de carril es girando el volante a la derecha, volver
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al centro, girar a la izquierda y volver al centro. Así hacemos un cambio de carril.
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Y lo hacemos a diario, pero si nos preguntan, no tenemos ni idea de cómo lo hacemos. Y
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la conclusión es que esto es una analogía de casi todo lo que hacemos. ¿Cómo respondemos
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al mundo? ¿Cómo reaccionamos? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué creemos
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lo que creemos? Está tan automatizado que no sabemos por qué lo hacemos, solo creemos
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a verlo.
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Eagleman dice que no solo no somos conscientes de lo que hacemos, sino que tampoco somos
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conscientes de la realidad que nos rodea. Hasta que nos detenemos y prestamos atención.
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Cuando salgo por la puerta de mi casa, creo que estoy en el mundo y que hay gente y actividad,
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pero en realidad solo veo el lugar por el que estoy andando. Es solo cuando presto atención
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y empiezo a hacerme preguntas cuando veo más detalles. Puedo oír el sonido de la fuente,
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veo a este fotógrafo
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o a una chica leyendo un libro
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o a una pareja riéndose
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o los zapatos de alguien.
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Es solo cuando me pregunto
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qué estoy experimentando
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cuando introduzco esos detalles
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en mi modelo interno
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y los experimento.
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Y este solo es otro ejemplo
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de todo lo que está haciendo
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nuestro cerebro bajo el capó
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que es inconsciente.
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y vamos por la vida imaginándonos que lo vemos todo,
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que nuestra realidad es la correcta,
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pero cada uno tiene su propia realidad en el interior.
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Igualmente, si te pregunto cuál es la posición de tu lengua,
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puedes responderme a la pregunta,
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se convierte en parte de tu conciencia,
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pero antes no estaba ahí.
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Entonces, si nuestro cerebro controla nuestra versión de la realidad
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y si somos en gran medida inconscientes
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de lo que hace nuestro cerebro, la cuestión es
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¿somos nosotros o es nuestro cerebro quien toma las decisiones?
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Eso es lo que Patrick Heigar está intentando descubrir.
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Es profesor de neurociencia cognitiva
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en el University College de Londres.
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Estudia cómo tomamos las decisiones
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y si somos o no libres de controlar nuestros actos.
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Me había dado cuenta de que realmente entendemos
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muy poco sobre los niveles más altos a los que el cerebro controla nuestros movimientos
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y nuestros actos. ¿Cómo decide el cerebro cuándo realizar una acción o cuándo no
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realizarla? ¿Cómo decide el cerebro qué acción realizar? Entonces empezó a interesarme
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cómo convertimos los pensamientos en acciones. Hegar diseñó un experimento para ver si
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se puede influir en nuestro cerebro para que tome una decisión. Hola, Aaron. Gracias por
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colaborar con este sencillo experimento. Lo que nos interesa es la base de la sensación
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de controlar lo que está ocurriendo. Heiger aplica electrodos a sus sujetos para monitorizar
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su actividad cerebral. Cuando el sujeto ve una flecha que apunta a la izquierda, presiona
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el botón izquierdo. Cuando ve una flecha que apunta a la derecha presiona el botón
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derecho. Y cuando ve una doble flecha puede elegir uno u otro botón. Pero antes de aparecer
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la doble flecha aparece otra flecha en la pantalla un instante. Ocurre tan rápido que
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el sujeto no es consciente de verla. Aquí hemos ralentizado las imágenes para que se
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pueda ver la pequeña flecha que es el estímulo subliminal. En tiempo real el sujeto no la
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B, pero su cerebro inconsciente sí, y es más probable que pulse el botón correspondiente
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a la dirección de la flecha subliminal. Podemos introducir una variante y podemos
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animar a la gente a elegir libremente, entre comillas, si utilizan la mano izquierda o
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la mano derecha en cualquier prueba en particular. Y Hegar va aún más lejos. Dice que cuando
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estamos siendo influenciados solemos sentirnos más dueños de las decisiones que tomamos.
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En este experimento el sujeto elige pulsar la flecha a la izquierda o la flecha a la
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derecha y a continuación aparece un color. Entonces se le pide que evalúe cuánto control
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cree tener sobre el color que aparece en la pantalla. De nuevo se añade una flecha subliminal
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para influir en su elección. Hegar descubrió que las personas que presionaban el botón
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que coincidía con la flecha subliminal creían tener un mayor control sobre lo que aparecía
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en la pantalla que aquellas que pulsaban el botón opuesto. El estímulo subliminal que
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la persona no ve y del que no es consciente no solo influye en lo que hace, además puede
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incrementar su sensación de control sobre lo que ocurre. Puede darle una mayor sensación
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de protagonismo. De modo que la sensación de que estamos decidiendo libremente lo que
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hacemos y controlando lo que ocurre, es en cierto sentido una ilusión. Y eso plantea
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la cuestión de si nosotros controlamos nuestro cerebro o es él quien nos controla. Para
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responder a la pregunta de quién tiene el control, Hegar realiza otro experimento en
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el que el sujeto presiona un botón cuando lo desea e indica cuándo ha tomado la decisión
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de actuar. Las ondas cerebrales del sujeto revelan que hay una gran actividad neuronal
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un segundo antes de que el sujeto presione el botón. ¿Y qué significa esto? Que el
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cerebro empieza a preparar la acción mucho antes de que nosotros tengamos la experiencia
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subjetiva de que vamos a realizarla. A veces la gente piensa que la decisión de actuar
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o no es una especie de veto consciente, de elección libre, que nos da un control de
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nuestras acciones como un punto sin retorno. Yo lo que diría es que se trata de otro mecanismo
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cerebral. Es el cerebro el que toma las decisiones, el que controla las acciones, el que produce,
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por así decirlo, todo el repertorio individual de nuestro comportamiento como personas. Puede
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que nuestra ciencia sea un poco joven para comprender esta cuestión del libre albedrío.
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porque creemos tener la capacidad de tomar decisiones
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en uno u otro sentido
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y no está claro si somos simples robots
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que pasamos automáticamente de un estado al siguiente
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pero no está claro por qué tenemos una sensación tan fuerte
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de que tomamos decisiones libremente
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y de que sopesamos las opciones
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y llegamos a alguna conclusión
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Lo que creo que podemos concluir a la luz de la neurociencia moderna es que, si tenemos
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alguna libertad de elegir, tiene un peso mínimo en el sistema, si es que existe. Y es porque
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ahora mismo sabemos muchas cosas sobre la toma de decisiones inconsciente, sobre las
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formas en que nos influencia nuestra biología, sobre la forma en que dependemos totalmente
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de la integridad de nuestra biología. Y cuando cambia algo ligeramente por una lesión
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cerebral, por el café o por las drogas, quién eres y cómo tomas decisiones, todo eso cambia,
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de modo que somos nuestra biología. Pero si el libre albedrío es en gran medida una
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ilusión y nuestras decisiones las toma nuestro cerebro inconsciente, ¿por qué algunos cerebros
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toman buenas decisiones y otros toman malas decisiones. En 2011 a Sid Whitman se le diagnosticó
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la enfermedad de Parkinson y se le prescribió un medicamento para los temblores. En pocas
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semanas estaba tan obsesionado con su ordenador que todo lo demás dejó de existir y su obsesión
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acabó destruyendo a su familia. No prestaba atención a mi hijo y él veía que su padre
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se pasaba el día delante del ordenador en lugar de hacer lo que tenía que hacer. Yo
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no tenía ningún tipo de alarma que saltara en mi cabeza y que me dijera, se acabó. Era
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incontrolable, era un tren sin control. Algo parecido le ocurrió a otra enferma de Parkinson,
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Janice Horn, que se obsesionó de tal modo con sus estudios universitarios que a veces
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pasaba estudiando 22 horas al día y era incapaz de parar. Todo en mi cerebro estaba centrado
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en aquello. Y todo lo demás simplemente se quedó atrás. Terry Komodowsky conoce bien
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la sensación. Tras empezar a tomar un medicamento para su Parkinson, empezó a jugar obsesivamente.
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Los casinos me atraían enormemente. La sensación de ganar y la excitación era tan grande que
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no podía parar. Y llegué a un punto en que mi esposa tenía que venir a sacarme de allí.
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¿Qué causaba estos comportamientos compulsivos? Al investigarlo, el causante era la medicación
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que estaban tomando. Estos medicamentos elevan el nivel de una sustancia química que llamamos
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dopamina. Un problema del Parkinson es que el nivel de dopamina es muy bajo, y al elevarlo
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se atenúan los síntomas motores, pero también está relacionada con los sistemas de recompensa.
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Al aumentar el nivel de dopamina en su cerebro, algunos enfermos de Parkinson pierden la capacidad
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de controlar sus impulsos. Este efecto secundario a menudo aparece en forma de adicción al
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juego. Los médicos saben que si les ocurre esto a sus pacientes, hay que reducir la dosificación.
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Por eso si miramos a alguien y le decimos, eres un jugador compulsivo, ¿por qué no
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dejas de hacerlo? No es tan sencillo, porque su composición química es ligeramente diferente
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y eso modifica su comportamiento.
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Eagleman señala que con la adicción a las drogas
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ocurre algo similar.
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Ciertos mensajeros químicos alteran la forma
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en que el cerebro procesa la información
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provocando una compulsión incontrolable
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y un descenso del control de los impulsos.
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Casi todos los drogadictos quieren dejarlo,
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pero se sienten incapaces de hacerlo.
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¿Por qué?
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Porque las drogas conectan con unos sistemas
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muy antiguos de nuestro cerebro. Los sistemas de recompensa. Y las drogas entran ahí y
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le dicen al cerebro que esto es lo mejor que te ha pasado en tu vida. Y esos sistemas de
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recompensa están ahí para dirigirnos en las decisiones que vamos a tomar. La neurociencia
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ofrece diferentes vías para ayudar a la gente a superar la adicción. En lugar de meter
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a esa gente en la cárcel, creo que la neurociencia puede ayudar al sistema legal, mostrándole
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que hay una alternativa.
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Eagleman está experimentando con un tratamiento alternativo que él llama entrenamiento prefrontal.
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Un sujeto adicto al crack se introduce en la máquina de resonancia magnética y se
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le muestra en tiempo real información sobre sus propias ondas cerebrales. Si puede ver
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la actividad de su cerebro puede aprender a concentrarse para reducir su adicción y
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fortalecer la parte de su cerebro que controla sus impulsos. Les enseñamos fotos de crack
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y les pedimos que sientan la compulsión. Eso les resulta fácil. Y entonces se iluminan
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determinadas redes de su cerebro que están relacionadas con la compulsión y lo podemos
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medir. A continuación les enseñamos otras fotos y les pedimos que supriman esa compulsión.
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y eso ilumina otra serie de redes que participan en la supresión de impulsos
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y también podemos medir la actividad en esas redes.
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Según seguimos mostrándoles más fotos de cocaína y de su parafernalia,
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les pedimos que supriman la compulsión
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y lo que hacemos es mostrarles visualmente lo que parece un manómetro con una aguja
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que oscila entre la compulsión y la supresión.
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Cuando domina la red de la compulsión, la aguja está aquí
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y cuando consigue ganar la red de la supresión, la aguja viene aquí. Y el entrenamiento consiste
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en aprender a mover esa aguja. La idea es que con esa información visual, si aprendes a mover la
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aguja, aunque no seas consciente de cómo estás haciendo que se mueva, puedes practicar hasta
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descubrir qué tienes que hacer para llevar la aguja a la zona roja. Estás fortaleciendo las
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conexiones entre la corteza prefrontal y estas otras zonas que tienen que ver con la compulsión.
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Las estás fortaleciendo mediante la práctica, de modo que cuando salgas del escáner y alguien
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te ofrezca crack, seguirás queriéndolo. Seguirán actuando esos sistemas de la compulsión.
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Pero ahora tienes las herramientas cognitivas que te permiten inclinar la balanza hacia
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al otro lado, que te permiten resistirte. Los drogadictos y otras personas con algún
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tipo de problema de control de los impulsos representan alrededor de un 50% de la población
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penitenciaria. Ken Keel dice que medir los niveles de impulsividad de un recluso es uno
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de los mejores indicadores de la probabilidad de que vuelva a cometer un delito en el futuro.
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Lo que hicimos fue estudiar el cerebro de los individuos antes de ser puestos en libertad.
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identificamos y cuantificamos los sistemas de impulsividad cerebral
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y resultó que los niveles de impulsividad
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predecían las probabilidades de volver a delinquir
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más que el resto de los datos
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así el cerebro podía decirnos con más fiabilidad que otros métodos
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si volverías a cometer un crimen
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era hasta 4,4 veces más fiable
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la gente que toma malas decisiones
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no son malas personas
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procesan la información de otro modo
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y, de alguna forma, eso los predispone a tomar malas decisiones.
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¿Puede la neurociencia encontrar la forma de reducir las probabilidades
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de que un delincuente impulsivo tome una mala decisión y vuelva a la cárcel?
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Esa es una cuestión que fascina Joshua Bacoltz de la Universidad de Harvard en Boston.
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La razón de que me dedicara al estudio del comportamiento antisocial y el autocontrol
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es que crecí sin tener mucho autocontrol. Y se podría decir que con un marcado comportamiento
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conflictivo y antisocial. Y según empecé a madurar y a tener la capacidad de reflexionar
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sobre mi comportamiento y de regularlo un poco mejor, empezó a intrigarme cada vez
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más por qué yo ahora soy capaz de regular ese comportamiento y por qué otras personas
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no pueden. ¿Qué les pasa a las personas que son incapaces de seguir reglas para guiar
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su comportamiento, de utilizar información sobre las consecuencias para sopesar las decisiones
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que toman? Para intentar ayudar a esas personas a controlar sus impulsos, Bacoltz realiza
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un experimento en el que se hace a los sujetos una serie de preguntas en un ordenador. La
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sujeto está conectada a un dispositivo que administra una leve corriente eléctrica que
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ella no siente. Intentamos utilizar lo que se llama estimulación por corrientes directas
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transcraniales, una técnica que hace pasar una corriente eléctrica muy débil a través
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del cuero cabelludo, provocando cambios en las señales eléctricas del área del córtex
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que está justamente debajo de donde está situado el electrodo. Según se aplica la
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corriente eléctrica, se pide al sujeto que elija entre una pequeña recompensa ahora
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o una recompensa mayor más adelante. Aunque esperar parece la mejor opción, las personas
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impulsivas suelen elegir la recompensa inmediata. Lo que intentamos hacer es reducir la impulsividad
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y creemos que eso se puede conseguir incrementando la actividad de una parte del cerebro, que
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es la corteza dorsolateral prefrontal. En otras palabras, estimulando la parte del cerebro
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que controla la toma de decisiones arriesgadas,
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Bacolts espera poder ayudar a la gente
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a tomar mejores decisiones en general.
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Si tiene éxito, esto podría dar lugar
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a un tratamiento de comportamiento compulsivo
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que mantendría a más personas fuera de las cárceles.
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David Eagleman dice que la impulsividad
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solo es uno de una amplia variedad de factores
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que dan forma al comportamiento criminal.
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Él señala un simple marcador genético
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que poseen algunas personas y que se asocia con una mayor probabilidad de cometer un delito.
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Pensemos esto. Si tú eres portador de unos genes determinados, es cuatro veces más probable
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que cometas un crimen violento. Es tres veces más probable que cometas un robo. Cinco veces
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más probable que cometas una agresión con agravantes. Ocho veces más probable que cometas
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un asesinato y 13 veces más probable que cometas una agresión sexual. Casi toda la
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gente que está en prisión es portadora de estos genes, y más de un 98% de los presos
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en el corredor de la muerte también los porta. Damos a este conjunto de genes el nombre de
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cromosoma I, y si eres portador, decimos que eres varón, y eso significa que no podemos
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dar por sentado que todo el mundo está igualmente equipado en cuanto a impulsos y comportamientos.
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los genes importan. Kent Keel dice que las resonancias magnéticas cerebrales de hombres
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y mujeres confirman que es más probable que los hombres cometan delitos. Lo que estamos
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viendo aquí son secciones desde la parte inferior del cerebro. Se pueden ver los ojos
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arriba hasta la parte superior del cerebro aquí. Y las áreas en rosa son en las que
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las mujeres tienen más materia gris que los hombres. Partes del giro cingulado y de la
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corteza órbito frontal son zonas relacionadas con el comportamiento antisocial, y las mujeres
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tienen músculos más fuertes en esas áreas del cerebro que los hombres. Y esta es una
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de las razones por las que creemos que las mujeres tienen muchos menos rasgos psicopáticos
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que los hombres, porque tienen más materia gris. Tienen un cerebro mejor en lo referente
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a rasgos psicopáticos. Pero Eagleman dice que eso no significa que todos los hombres
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cometan crímenes. Lo más importante del cromosoma I es que los hombres suelen ser
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más agresivos que las mujeres. Pero eso no significa poder predecir que una persona vaya
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a acabar en el corredor de la muerte por ser hombre, igual que ocurre con cualquier otro
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gen. ¿Por qué es así? Porque los genes solo son una pequeña parte de la historia.
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Además de la composición genética, la otra parte de la historia que influye más poderosamente en el comportamiento es el entorno en el que crecemos.
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A veces se plantea el debate de naturaleza frente a crianza, y en neurociencia es una cuestión redundante, porque siempre están las dos.
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Lo que ocurre es que las vivencias del entorno trabajan con los genes, con las restricciones que tenemos, modelándonos de una forma determinada.
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Cuando llegamos al mundo, lo hacemos en cierta familia, en cierta cultura, en determinado momento de la historia, y todas esas experiencias, junto con nuestra genética, conforman lo que será nuestro cerebro, lo que significa que los cerebros siguen trayectorias de desarrollo muy diferentes, de modo que, desde el principio, los cerebros van alejándose y volviéndose muy diferentes unos de otros.
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Entonces, si los genes y el entorno modelan nuestro cerebro y nuestro comportamiento
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¿Es culpa nuestra si cometemos un crimen?
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De acuerdo con el psicólogo experimental Joshua Green de la Universidad de Harvard
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No hay una respuesta simple
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Green estudia el juicio moral
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Y dice que la neurociencia está redefiniendo la idea de la responsabilidad
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y cómo el sistema legal trata el crimen y el castigo.
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Una forma de entender esto es imaginar que construimos una persona diseñada para ser mala,
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eligiendo los genes adecuados, genes que tiene la población normal
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y que hacen muy probable que alguien vaya a cometer delitos,
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y ponemos a esa persona en un entorno que muy probablemente hará que esa persona se convierta en un criminal.
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criminal. Si criáramos personas con esos genes y en ese tipo de entorno, acabarían
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siendo criminales, ¿verdad? Hay razones prácticas por las que puedes querer castigar a esa persona,
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pero la cuestión es, ¿crees que esa persona merece sufrir? ¿O piensas que has sido víctima
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de un experimento de laboratorio horrible e inmoral en el que se ha criado a esa persona
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para ser mala? Otra cuestión es por qué deberíamos pensar de forma diferente de los
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verdaderos criminales y del comportamiento criminal. Todos somos producto de nuestros
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genes, de nuestro entorno. Pero ¿hasta qué punto es útil la neurociencia en casos genuinamente
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criminales? ¿Puede ayudar a remodelar las ideas de nuestros sistemas legales sobre la
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culpabilidad y el castigo? Tomemos como ejemplo el caso de Brian Dugan. Hijo de alcohólicos,
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su madre le pegaba palizas hasta agotarse. Cuando se orinaba en la cama le obligaba a
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dormir en las sábanas sucias. Los castigos constantes no impidieron que incendiara el
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garaje familiar y quemara vivos pequeños animales. Llevó un tipo de vida muy psicopático
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desde muy pequeño. Tuvo todos los desencadenantes de comportamiento y los mismos problemas que
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se dan en los casos más clásicos. A los 29 años fue detenido por la violación y asesinato
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de una niña de 7 años. Posteriormente confesó otros dos asesinatos. Fue declarado culpable
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por un jurado y se enfrentaba a la pena de muerte. En un intento por evitar la inyección
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letal, los abogados de la defensa llamaron a Kent Keel para que examinara el cerebro
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de Dugan. La única cuestión que se planteaba en aquel juicio era si debía pasar el resto
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de su vida en la cárcel o si merecía la pena de muerte. Le hicimos escáneres cerebrales,
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los comparamos con nuestra base de datos de reclusos y su cerebro era similar al de otros
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psicópatas que habíamos estudiado. Yo expliqué en la declaración las diferencias entre su
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estructura cerebral a la luz de lo que sabemos sobre psicopatías y lo que eso podía significar
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para el sistema judicial. Se diría que el testimonio de Keel convenció al jurado, ya
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que condenaron al acusado a cadena perpetua. Un juez revocó la decisión y lo condenó
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a muerte, pero finalmente el estado de Illinois abolió la pena capital y Dugan continuó
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en la cárcel. Fue la primera vez que se utilizaron resonancias magnéticas cerebrales
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funcionales para defender un diagnóstico psiquiátrico. En casos relevantes, como estos
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de pena de muerte, las resonancias magnéticas empiezan a ser bastante habituales, porque
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si tienen algo en el cerebro, como una lesión o un tumor, y los análisis lo demuestran,
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los jurados suelen considerarlo un atenuante
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y suelen condenar a cadena perpetua
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y eso es lo que quiere la defensa
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pero los fiscales también lo utilizan
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si se presenta una defensa psicológica
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y es una invención o es ficticia
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la acusación puede exigir pruebas neurocientíficas
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que respalden ese argumento psicológico
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y cuando no son capaces de argumentarlo
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se rechaza y no se puede utilizar en la defensa. Puede haber muchas razones biológicas por
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las que alguien no es responsable de sus crímenes. Pero de acuerdo con Eagleman, eso no significa
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que debamos devolver a delincuentes peligrosos a las calles. Esto no exime responsabilidades.
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El sistema legal dice, eres culpable o inocente. La gente que es violenta o agresiva tiene
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que ser recluida para proteger a la sociedad, al margen de que opinemos que es culpable
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o no en el sentido más profundo del libre albedrío. Cuando alguien hace algo horrible,
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podemos pensar que lo encierren y cuanto peor sea la cárcel, mejor. Hizo algo horrible
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y tiene que sufrir por ello. Joshua Green dice que el deseo de castigo de la población
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va más allá del simple deseo de apartar al delincuente de la sociedad. De hecho, dice
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que nuestro cerebro está diseñado para desear la venganza. La venganza sabe bien. Hay razones
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evolutivas y filosóficas para que nos guste y la practiquemos, porque un mundo en el que
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no hay castigo es un mundo en el que las personas pueden cometer transgresiones sin consecuencias
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fácilmente. Pero Green sostiene que cuanto más aprendemos sobre el cerebro, más tiende
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a mitigarse nuestro deseo de venganza y tiene pruebas que lo demuestran. En un experimento
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controlado dio a leer a una serie de sujetos un texto sobre neurociencia que rechazaba
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el libre albedrío y planteaba una visión mecanicista del cerebro humano. Formó con
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ellos un jurado en un juicio hipotético por asesinato y les preguntó qué sentencia debía
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recibir el asesino. Este jurado recomendó un castigo menos severo que otro grupo que
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no había leído el texto sobre neurociencia. Cinco años frente a diez. Las personas que
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leyeron el texto neurocientífico, que les recordaba o les contaba que el comportamiento
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humano es en última instancia mecanicista, se sintieron menos inclinadas a aplicar un
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castigo especialmente riguroso. Otros estudios realizados por Lisa Aspinwall y otros colegas
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presentó a jueces en Estados Unidos
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evidencias relativas a un asesino
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que parece ser un psicópata.
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Y las acompañaron de pruebas
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de que el comportamiento de esa persona
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era provocado por sus genes
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y conformado por su cerebro.
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Y el resultado fue que los jueces
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acabaron rebajando un poco la sentencia
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que habrían dictado hipotéticamente.
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Vieron la evidencia científica
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como un atenuante en cierto sentido.
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No son solo personas normales
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las que tienen esta respuesta.
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son juristas y jueces profesionales. La investigación científica no nos dice si esto es bueno
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o malo, solo que este cambio en la forma de entender el comportamiento humano, en términos
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mecanicistas, nos hace menos vengativos. Entonces, dado que la neurociencia ha revelado
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información sobre el cerebro humano y el comportamiento criminal, ¿qué puede hacer
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el sistema judicial para beneficiarse de estos nuevos conocimientos? Eagleman dice que si
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realmente queremos rehabilitar a los criminales, deberíamos empezar examinando la efectividad
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del sistema penitenciario. La cárcel es la solución original para recablear el cerebro.
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Su objetivo es castigar a la gente para que piense, ha sido una experiencia horrible,
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y así hacer que cambie su forma de analizar costos y beneficios, y que no vuelvan a hacerlo.
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y para algunas personas funciona. Simplemente no funciona para toda la sociedad, porque la gente
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acaba en la cárcel por razones muy diferentes. No suele funcionar con la drogadicción, ni funciona
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con la enfermedad mental. Ahora tenemos tribunales especiales donde los detenidos por adicción a las
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drogas reciben sentencias especiales. El sistema ya reconoce que hay mucha gente con diferentes
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problemas y diferentes cerebros, y les impone diferentes tipos de sanciones. Y en otros
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casos hay cosas que se están descubriendo. Por ejemplo, sobre el síndrome de alcoholismo
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fetal, o el desorden de estrés postraumático no debido a causas bélicas, y que deberíamos
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tener en cuenta para decidir las sentencias. Porque tratando los problemas subyacentes,
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podemos reducir las probabilidades
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de volver a hacerlo.
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Egelman dice que según avance la neurociencia,
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comportamientos criminales
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que ahora no comprendemos
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podrían convertirse en el futuro
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en dolencias tratables.
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Antes, a las personas
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con epilepsia, esquizofrenia o depresión,
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la idea era que
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se les podía quitar a golpes
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o convenciéndolos.
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Pero según han ido evolucionando las ciencias, nos hemos dado cuenta de que son problemas
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biológicos. Aquí tenemos un espectro que representa lo que podemos medir, y en cualquier
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momento de la historia hay una línea trazada por nuestra tecnología. Y si estás a este
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lado de la línea, decimos, no ha sido tu culpa, tenías un tumor o una lesión cerebral.
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Y si estás al otro lado de la línea, decimos, está claro que ha sido tu culpa, porque no
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podemos medir nada. Y esta es la cuestión. Según vaya evolucionando la tecnología,
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esa línea va a seguir moviéndose. Podremos medir nuevos tipos de cosas y tendremos nombres
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para nuevos trastornos que ahora ni siquiera existen. Y eso nos pone en una situación
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muy extraña, en la que la tecnología que tenemos dicta lo que pensamos sobre la culpabilidad
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o la inocencia de alguien. No puede ser justo un sistema que decide la culpabilidad de alguien
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en función de lo que podemos medir
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y de que eso tenga un nombre o no lo tenga.
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Muchos neurocientíficos creen que cuanto más sepamos
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sobre el cerebro y el comportamiento criminal,
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más se verá obligado el sistema judicial a cambiar
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y a dar un mayor énfasis al tratamiento y a la rehabilitación
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de aquellos cuyo cerebro les obligó a hacerlo.
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Mi principal esperanza es que desarrollemos un sistema judicial
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que no dé por sentado que el encarcelamiento masivo
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es la solución a todos los problemas
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y que trate a las personas como individuos,
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que recurra a todo el conocimiento
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que aporta la ciencia moderna y lo aplique
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para que podamos dirigir a la gente
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hacia diferentes vías dentro del sistema,
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ver si podemos ayudarles
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y crear un sistema más eficaz de hacerlo.
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Creo que las cosas empiezan a avanzar lentamente
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en esa dirección.
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CC por Antarctica Films Argentina
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- Autor/es:
- RTVE - Documenta2
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- 17 de junio de 2018 - 18:50
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- URL
- Centro:
- IES ALPAJÉS
- Duración:
- 50′ 21″
- Relación de aspecto:
- 1.78:1
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