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La ovejita que vino a cenar
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Hola chicos, chicas, ¿qué tal estáis, erizos, ranas?
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Os voy a contar un cuento, ¿vale?
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El cuento se titula La ovejita que vino a cenar.
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¿Preparados?
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Otra vez sopa de verduras, se quejó el viejo lobo.
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Ojalá tuviera una ovejita.
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Me prepararía un buen estofado, mi comida favorita.
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Justo entonces, llamaron a la puerta.
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¡Toc, toc, toc! Era una ovejita.
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—¿Puedo pasar? —dijo la ovejita.
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—Sí, querida. Pasa, pasa. Llegas justo a tiempo para la cena —respondió el viejo lobo con tono burlón.
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La ovejita tiritaba de frío.
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—¡Santo cielo! —pensó el viejo lobo.
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—No puedo comerme una ovejita que está tan helada. Odio la comida fría.
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Y la puso cerca de la chimenea para que entrara en calor.
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El viejo lobo buscó la receta de un estofado en el libro de cocina.
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Se le hacía la boca agua solo pensarlo.
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La ovejita también tenía hambre y le sonaban las tripas.
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¡Santo cielo! pensó el viejo lobo.
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¡No puedo comerme una ovejita a la que suenan las tripas!
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¡Podría tener una indigestión!
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Y le dio una zanahoria para que se la comiera.
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El relleno, se dijo.
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La ovejita se zampó la zanahoria tan rápido que le entró hipo.
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¡Santo cielo! pensó el lobo.
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¡No puedo comerme una ovejita que tiene hipo!
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¡Podría darme hipo a mí también!
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Pero el lobo no sabía qué hacer para que se le pasara el hipo.
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Lo intentó lanzando a la ovejita por los aires, pero no funcionó.
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La levantó sujetándola por los pies, pero tampoco funcionó.
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Le hizo dar vueltas y más vueltas, pero tampoco funcionó.
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El viejo lobo puso la ovejita sobre su hombro y le dio unas palmaritas en la espalda con sus grandes y peludas garras.
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La ovejita dejó de tener hipo.
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Se acurrucó bajo el pelo del hocico del viejo lobo y al instante se durmió en sus brazos.
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El viejo lobo tenía una sensación extraña.
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Era la primera vez que su cena lo abrazaba y de pronto perdió el apetito.
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La ovejita roncaba dulcemente bajo su oreja, un ronquido tras otro.
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¡Santo cielo! ¡No puedo comerme una ovejita que ronca!
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El viejo lobo se sentó en el balancín junto a la chimenea con la tierna ovejita en su regazo
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Y pensó que hacía mucho tiempo que nadie lo abrazaba.
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El lobo la olfateaba una y otra vez.
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Aquella ovejita olía muy, pero que muy, pero que muy bien.
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¡Oh! Refunfuñó el viejo lobo.
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Si me la como rápido, no pasará nada.
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Y cuando estaba a punto de zampársela, la ovejita se despertó y le dio un gran beso.
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—¡No! —gritó el lobo. —¡No es justo! ¡Se oye un lobo grande y malo! ¡Y tú eres, y tú eres un estofado!
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—¿Estofado? —dijo sonriente la ovejita. Y señalando al viejo lobo, añadió. —¡Lobo! —¡Oh, señor, dame fuerzas! —refunfuñó el viejo lobo. —¡Tienes que irte!
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El lobo abrigó bien a la ovejita y la dejó fuera.
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¡Ahora vete! gritó el lobo.
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¡Si te quedas aquí conmigo, te comeré y después los dos nos arrepentiremos!
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Y cerró la puerta. ¡Pum!
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Fuera estaba oscuro y hacía frío.
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La ovejita aporreó la puerta.
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¡Pum, pum, pum! ¡Dobo, dobo!
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Gritaba. ¡Puedo entrar, dobo!
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Pero el viejo lobo se tapó las orejas con las manos y empezó a cantar la, la, la, la, la, la, la, hasta que ya no oyó a la ovejita.
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Al fin se hizo el silencio.
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Gracias a Dios se ha ido, pensó el lobo.
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Aquí con un viejo lobo hambriento como yo no estaba a salvo.
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Después el lobo se puso a pensar en la ovejita sola en la oscuridad del bosque.
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¡Ay! Quizá se había perdido, quizá se ha congelado de frío, quizá se le ha comido otro animal.
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¡Oh, no! ¿Qué he hecho? aulló el lobo.
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Se levantó, abrió la puerta, pero la ovejita ya se había ido, no estaba allí.
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El lobo salió a toda prisa hacia el oscuro bosque gritando
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¡Ovejita! ¡Ovejita, ven! ¡Vuelvo!
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Más tarde, mucho más tarde, el viejo lobo regresó a su casa
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Triste, decaído, cansado y solo porque no había encontrado a la ovejita
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El lobo abrió la puerta y ahí, justo a la chimenea, estaba la ovejita.
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—¡Has vuelto! —dijo el lobo sonriendo. —No tienes otro lugar donde ir.
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La ovejita dijo que no con la cabeza.
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—Mmm, entonces, ¿te gustaría quedarte aquí conmigo? —preguntó el lobo.
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La ovejita lo miró fijamente.
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No me comedás, lobo, ¿verdad? No me comedás, dijo.
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¡Santo cielo! respondió el lobo.
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No puedo comerme a una ovejita que me necesita tanto.
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Podría darme ardor de estómago.
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La ovejita sonrió y se lanzó a los brazos del viejo lobo.
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¿Tienes hambre, estofado mío? le preguntó el lobo.
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¿Te apetece un poco de sopa de verduras?
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¡Es mi comida favorita!
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Y los dos, la ovejita y el lobo, comieron sopa de verduras
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Y se hicieron muy amigos
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Y colorín colorado, el cuento de la ovejita que vino a cenar se ha acabado
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Espero que os haya gustado mucho
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Un besito, adiós
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- 19 de mayo de 2020 - 12:41
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