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El Principito- Sexta parte cap 16- 21
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El séptimo planeta fue, por consiguiente, la Tierra.
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La Tierra no es un planeta cualquiera.
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Se cuentan en él 111 reyes, sin olvidar, naturalmente, los reyes negros,
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7.000 geógrafos, 900.000 hombres de negocios, 7 millones y medio de borrachos,
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311 millones de vanidosos, es decir, alrededor de 2.000 millones de personas mayores.
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Para darles una idea de las dimensiones de la Tierra, yo les diría que antes de la invención de la electricidad, había que mantener sobre el conjunto de los seis continentes un verdadero ejército de 462.511 faroleros.
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Vistos desde lejos, hacían un espléndido efecto.
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Los movimientos de este ejército estaban regulados como los de un ballet de ópera.
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Primero venía el turno de los faroleros de Nueva Zelanda y de Australia.
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Encendían sus faroles y se iban a dormir.
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Después tocaba el turno de la danza a los faroleros de China y Siberia,
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que a su vez se perdían entre bastidores.
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Luego seguían los faroleros de Rusia y la India.
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después los de África y Europa y finalmente los de América del Sur y América del Norte.
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Nunca se equivocaban en su orden de entrada en escena. Era grandioso.
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Solamente el farolero del único farol del Polo Norte y su colega del único farol del Polo Sur
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llevaban una vida de ociosidad y descanso. No trabajaban más que dos veces al año.
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Cuando se quiere ser ingenioso, sucede que se miente un poco.
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No he sido muy honesto al hablar de los faroleros y corro el riesgo de dar una falsa idea de nuestro planeta a los que no lo conocen.
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Los hombres ocupan muy poco lugar sobre la tierra.
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Si los dos mil millones de habitantes que la pueblan se pusieran de pie y un poco apretados, como en un mítin, cabrían fácilmente en una plaza de veinte millas de largo por veinte de ancho.
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La humanidad podría amontonarse sobre el más pequeño eslote del Pacífico.
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—Buenas noches —dijo el principito. —Buenas noches —dijo la serpiente. —¿Sobre qué planeta he caído? —preguntó el principito.
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Sobre la tierra, en África, respondió la serpiente.
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Ah, ¿y no hay nadie sobre la tierra?
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Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie.
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La tierra es muy grande, dijo la serpiente.
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El principito se sentó en una piedra y elevó los ojos al cielo.
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Yo me pregunto, dijo, si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya.
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—¡Mira mi planeta! Está precisamente encima de nosotros. ¡Pero qué lejos está!
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—Es muy bella —dijo la serpiente—. ¿Y qué vienes tú a hacer aquí?
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—Tengo problemas con una flor —dijo el principito.
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—¡Ah! Y se callaron.
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—¿Dónde están los hombres? —prosiguió por fin el principito.
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—¡Se está un poco solo en el desierto! —También se está solo donde los hombres —afirmó la serpiente.
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El principito miró largo rato y le dijo —Eres un bicho raro, delgado como un dedo.
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—Pero soy más poderoso que el dedo de un rey —interrumpió la serpiente.
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El principito sonrió. —No pareces muy poderoso. Ni siquiera tienes patas. Ni siquiera puedes viajar.
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—Puedo llevarte más lejos que un navío —dijo la serpiente. Se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete de oro.
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—Al que yo toco, le hago volver a la tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de una estrella.
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El principito no respondió. —Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito.
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Si algún día echas mucho de menos tu planeta, puedo ayudarte.
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Puedo... ¡Oh! Dijo el principito.
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Te he comprendido.
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Pero, ¿por qué hablas con enigmas?
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Yo lo resuelvo todos, dijo la serpiente.
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Y se callaron.
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El principito atravesó el desierto en el que solo encontró una flor de tres pétalos.
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Una flor de nada.
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Buenos días, dijo el principito.
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Buenos días, dijo la flor. ¿Dónde están los hombres? Preguntó cortésmente el principito. La flor un día había visto pasar una caravana. ¿Los hombres? No existen más que seis o siete, me parece. Los he visto hace ya años y nunca se sabe dónde encontrarlos. El viento los pasea. Les faltan raíces. Esto les molesta.
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Adiós, dijo el principito, adiós, dijo la flor.
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Pero sucedió que el principito, habiendo caminado largo tiempo a través de arenas, de rocas y de nieves,
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descubrió al fin una ruta y todas las rutas van hacia la morada de los hombres.
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Buenos días, dijo.
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Era un jardín florido de rosas.
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Buenos días, dijeron las rosas.
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El principito las miró, todas se parecían a su flor.
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—¿Quiénes sois? —les preguntó estupefacto. —Somos las rosas —dijeron las rosas.
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—¡Ah! —dijo el principito.
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Y se sintió muy desdichado. Su flor le había contado que era la única de su especie en el universo.
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Y aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín.
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—¿Se sentiría bien vejada si viera esto? —se dijo.
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Tosería enormemente y aparentaría morir por excavar al ridículo.
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Y yo tendría que aparentar cuidarla, pues si no, para humillarme a mí también, se dejaría verdaderamente morir.
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Luego se dijo aún, me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa ordinaria.
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La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla.
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Uno de los cuales quizá está apagado para siempre.
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Realmente no soy un gran príncipe.
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Y tendido sobre la hierba, el principito lloró.
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Entonces apareció el zorro.
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Buenos días, dijo el zorro.
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Buenos días, respondió cortesmente el principito, que se volvió, pero no vio nada.
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Estoy aquí, bajo el manzano, dijo la voz.
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¿Quién eres tú? preguntó el principito.
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Qué bonito eres.
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Soy un zorro, dijo el zorro.
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Ven a jugar conmigo, le propuso el principito.
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Estoy tan triste. No puedo jugar contigo, dijo el zorro. No estoy domesticado. Ah, perdón, dijo el
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principito. Pero después de una breve reflexión añadió. ¿Qué significa domesticar? Tú no eres
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de aquí, dijo el zorro. ¿Qué buscas? Busco a los hombres, le respondió el principito. ¿Qué
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significa domesticar? Los hombres, dijo el zorro, tienen escopetas y cazan. Es muy molesto, pero
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también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? No, dijo el
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principito. Busco amigos. ¿Qué significa domesticar? Volvió a preguntar el principito. Es una cosa ya
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olvidada, dijo el zorro. Significa crear vínculos. ¿Crear vínculos? Efectivamente, verás, dijo el
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zorro. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y
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no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y yo no soy para ti más que
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un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos
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necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo.
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Comienza a comprender, dijo el principito. Hay una flor, creo que ella me ha domesticado.
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Es posible, concedió el zorro. En la tierra se ve todo tipo de cosas.
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Oh no, no es en la tierra, exclamó el principito. El zorro pareció intrigado. ¿En otro planeta?
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—¿Sí? —¿Hay cazadores en ese planeta? —No. —Mmm, qué interesante. —¿Y gallinas? —No. —Nada es perfecto —suspiró el zorro.
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—Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales. Por lo tanto, me aburro un poco.
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Si tú me domesticas, mi vida será y estará llena de sol
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Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás
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Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra
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Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música
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Y además, mira, ¿ves allá abajo los campos de trigo?
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Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil
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Los campos de trigo no me recuerdan nada
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Y eso me pone triste
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Pero tú tienes los cabellos dorados
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Y será algo maravilloso cuando me domestiques
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El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti
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Y amaré el ruido del viento en el trigo
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El zorro se cayó y miró un buen rato al principito
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Por favor, domésticame, le dijo
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Bien quisiera, le respondió el principito
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Pero no tengo mucho tiempo, he de buscar amigos y conocer muchas cosas
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Solo se conocen bien las cosas que se domestican, dijo el zorro
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Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada
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Lo compran todo hecho en las tiendas
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Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos
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Si quieres un amigo, domésticamente
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¿Qué debo hacer? preguntó el principito
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Debes tener mucha paciencia, respondió el zorro
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Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo
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Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada
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El lenguaje es fuente siempre de malos entendidos
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Pero cada día podrás sentarte un poquito más cerca
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Al día siguiente volvió el principito. Hubiese sido mejor venir a la misma hora, dijo el zorro. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto. Descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón. Los ritos son necesarios.
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—¿Qué es un rito? —dijo el principito. —Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro. —Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas, y así sucesivamente. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo.
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el jueves es pues un día maravilloso voy a pasearme hasta la viña si los cazadores no bailaran en día
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fijo todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones así el principito domesticó al zorro
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y cuando se acercó la hora de la partida dijo el zorro voy a llorar tuya es la culpa dijo el
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principito. No deseaba hacerte mal, pero quisiste que te domesticara. Sí, dijo el zorro. Pero vas a
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llorar, dijo el principito. Sí, dijo el zorro. Entonces no ganas nada. Gano, dijo el zorro, pero
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por el color del trigo. Luego añadió, ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya
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es la única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto. El principito se
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fue a ver de nuevamente las rosas. —No sois en absoluto parecidas a mi rosa. No sois nada aún,
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les dijo. Nadie os ha domesticado. Y no habéis domesticado a nadie. Sois como mi zorro. No era
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más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo, y ahora es el único en el
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mundo. Y las rosas se sintieron molestas. —Sois bellas, pero estáis vacías, continuó. No se puede
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morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero
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ella sola es más importante que todas vosotras. Puesto que ella es la rosa que he regado, puesto
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que ella es la rosa que puse bajo un globo, puesto que ella es la rosa que abrigué con el biombo,
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puesto que ella es la rosa cuyas orugas maté, salvo a las dos o tres que se hicieron mariposas,
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puesto que ella es la rosa a la que escuché quejarse o alabarse o aún algunas veces callarse,
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porque ella es mi rosa. Y volvió hacia el zorro. Adiós, dijo. Adiós, dijo el zorro. He aquí mi
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secreto es muy simple no se ve bien sino con el corazón lo esencial es invisible a los ojos lo
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esencial es invisible a los ojos repitió el principito a fin de acordarse el tiempo que
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perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante el tiempo que perdí por mi rosa dijo
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el principito a fin de acordarse los hombres han olvidado esta verdad dijo el zorro pero tú no
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debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de
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tu rosa. —Soy responsable de mi rosa —repitió el principito, a fin de acordarse.
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- 22 de abril de 2020 - 14:11
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